¿Pueden coexistir Carmelo y Lin?

Hoy ya todos nos hemos familiarizado con Jeremy Lin. Todavía el Mejor Jugador de la Semana en la Conferencia Este, Lin es el primer jugador en la historia de la NBA en promediar más de 20 puntos y 8 asistencias en sus primero cinco partidos de titular. Todo victorias. Y aún más, se trata del jugador que, de repente, lidera la más importante estadística de todas las que existen: la de ventas de camisetas.

Nada habla más a las claras del inesperado impacto de Lin en la Liga que la expectación que había por su sexta aparición en el quinteto titular, el martes pasado, con New York en Toronto. Sí, tan solo un Raptors-Knicks de mediados de febrero. Lo acontecido en los últimos minutos de ese partido, y aunque parezca todavía increíble, acabó demostrando que toda expectación mundial, era poca.

Lin representa un fenómeno muy poco común en el deporte profesional, sobretodo en el norteamericano. Un chico cuyo trabajo ha precedido al ahora inmenso despliegue mediático que le acompaña. Una “llegada” antecedida por periodos de juego en los Reno Bighorns y los Erie Bayhawks (ambos de la Liga de Desarrollo) hace tan solo un mes.

Pero en ausencia de las dos principales estrellas de la franquicia neoyorkina, los Knicks han ganado hasta este viernes siete partidos de forma consecutiva. Los seis primeros, encuentros en los que Lin promedió 26,8 puntos y 8,5 asistencias por partido, llenando el vacío que los Bockers tenían en el puesto de playmaker desde que desterraron a Mark Jackson hace ya 20 años.

Lin es un asioamericano en una competición dominada por afroamericanos. Un licenciado por Harvard en un deporte cuya principal materia prima son jugadores cuyos estudios son solo una obligación para poder seguir compitiendo entre las mejores universidades. Así que si Lin es capaz de desafiar todos los estereotipos hasta ahora conocidos, cabe preguntarse con naturalidad: ¿hasta dónde puede llegar?

Y hacerlo aunque esa quizá no sea la principal cuestión. Jeremy Lin no está todavía nominado para entrar en el Hall Of Fame, pero se trata de un buen base. Pero su status dentro de la NBA no es el problema. Sí lo es el de Carmelo Anthony. Ese es ahora el problema, esa es la pregunta que debe hacerse. ¿Puede Melo adaptarse al juego de Lin?

Problemas familiares al margen, nadie pone en duda que el juego de Amar’e Stoudemire esta temporada es muchas cosas menos completo. Pero sus temporadas en Phoenix junto a Steve Nash demuestran que sabe jugar el pick-and-roll con el base de su equipo, y dejar que éste tome decisiones por su propio bien.

Carmelo Anthony es, en este sentido, una historia muy diferente. Nada nos hace sugerir que se pueda ajustar a un base como Lin, aunque quizá su carrera y su reputación sean lo que estén en juego. No se trata tan solo de aceptar a un pointguard en concreto. Se trata de jugar en equipo. Y justamente eso es lo que nunca aprendió Anthony a las órdenes de Jim Boeheim en Syracuse. O lo que nunca quiso aprender a las órdenes de George Karl en Denver. O, también, lo que nunca tuvo que aprender a las órdenes de un Mike D’Antoni en New York que, tan solo hace un pare de semanas, estaba con un pie más fuera que dentro del vestuario del MSG.

Puede que Lin haya cambiado el destino de D’Antoni. Pero, ¿también el de Carmelo? Probablemente no.

“Cuando vuelva, Jeremy seguirá teniendo el balón en sus manos y yo acepto eso”, dijo Anthony no hace ni una semana. ¿Convencidos? Mejor no estarlo. “Sé lo que aporto al juego. Sé lo que aporto a mi equipo”, añadió Melo como tratando de convencerse a sí mismo más que a cualquier otra persona. “¿Cómo puedo encajar? Es fácil, darle el balón a Lin y esperar a que me llegue. Volveré a hacer lo que sé hacer mejor”.

Un momento. ¿A caso Anthony cree que esto se trata simplemente de esperar a que Lin le haga llegar el balón? ¿Nada de moverse sin él o hacer un pase extra?

Eso sucede porque Carmelo Anthony es un jugador cuya peor característica es que no ve la pista mientras juega. Solo es capaz de ver lo que sucede cerca de él: la pelota y su defensor. Y no es su culpa, de todas formas. Es lo que lleva años entrenando y por lo que le pagan por hacer. Anthony se aísla del juego junto a su defensor y anota. Eso es lo que mejor hace. Siempre ha sido así y, probablemente, siempre sea así.

Para los más mitólogos de la cultura Knickerbocker, el principal dictado de Red Holzman dice: realiza un pase extra, busca al jugador abierto. Pero con alguna rara excepción, la especie más reconocible en la larga historia del Madison Square Garden es la del jugador que, individualmente, trataba de resolver los partidos. A pesar de la gloriosa nostalgia que emana de los Knicks campeones de la NBA bajo las directrices de Holzman, New York siempre ha sido un conjunto inferior a la suma de sus individualidades. Y Carmelo Anthony encaja perfectamente ahí.

Puede que las mayores posibilidades de anillo para los Knicks con Melo en el roster provengan con éste pasando ya de la treintena, y con el rol bien asumido de segunda o tercera opción desde el banquillo cuando de lo que se trate sea de anotar puntos en relativamente poco tiempo. Y no hay que avergonzarse de ello, ni mucho menos. En el Madison solo se recuerda a un jugador lo suficientemente inteligente como para renunciar a sus estadísticas en el momento óptimo de su carrera, a cambio de un anillo de campeón.

Y no hace falta ser un estudioso de la enorme historia de los Knicks para saber que Carmelo Anthony no es Earl Monroe.


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