4-0: Lakers sin excusas. Mavs sin compasión

De alguna forma que muchos todavía tratamos de comprender, a los Mavs les han bastado solo cuatro partidos para demostrar como errónea cualquier predicción y presunción existente antes de su serie de semifinales de la Conferencia Oeste ante los Lakers.

El destino de los todavía bicampeones de la NBA parecía escrito en forma de capítulo final. En él, Kobe Bryant igualaba el número de anillos de Michael Jordan al tiempo que, en su última temporada en los banquillos, Phil Jackson redondeaba su extraordinaria carrera como coach ganando el segundo 3-Peat con Los Angeles Lakers, cuarto en total. El supuesto capítulo que todos aceptábamos como real también incluía a los Dallas Mavericks en el papel de equipo inferior a los angelinos, abrumados por sus fantasmas del pasado en post-temporada. Andrew Bynum iba a dominar en el juego interior, mientras Bryant lo haría en el exterior.

El libro hablaba de legado y de pedigree. Los actuales campeones iban paso a paso, de mejor o peor manera, camino a lo que parecía un inevitable rush final previsto para el mes de junio.

No había dudas en cuanto a esta serie contra Dallas. Los Lakers eran el mejor equipo sobre el papel, pero los Mavs han conseguido desconectar de una forma apabullante cualquier relación entre la percepción y la realidad. La eliminatoria ha tenido partidos apretados e históricas y humillantes palizas pero, en general, nada ha ido según lo previsto. Bynum ha estado bien controlado, Bryant se ha mostrado incapaz de aportar algo más en su juego que no haya sido su clásico jumpshot, Pau Gasol ha estado (sentimientos aparte) absolutamente ausente y a menudo ridiculizado incluso por miembros de su franquicia, han aparecido jugadores que uno creía secundarios y cuyo papel ha sido del todo determinante, y los Mavs han demostrado al mundo ser todo menos un equipo inferior.

La carrera que iniciaron los Lakers en Octubre en Londres acaba a principios de mayo en Dallas. Demasiado pronto. Y quién sabe si, con ella, algo más. La demolición en forma de 122-86 del Game 4 de ésta pasada madrugada es dolorosa, vergonzosa y todos los calificativos que podamos leer en los próximos días serán pocos para catalogar tal desastre. Pero no deberíamos olvidarnos de dar todo el crédito que los Dallas Mavericks merecen en este momento. Todo, y más.

Mientras los Lakers se deshonraban a ellos mismos y a todos los que creíamos en ellos con su falta de esfuerzo, compromiso y hasta compostura en este último partido, ha sido la maravillosa ejecución que han expuesto los Mavs en todos y cada uno de los partidos de la serie lo que, en realidad, ha dejado más en evidencia a los todavía campeones. Los Angeles se ha visto repetidamente forzado a responder al excelso movimiento de balón y rotaciones defensivas que ha propuesto Rick Carlisle sobre la pista, y, claramente, no ha estado al nivel de tal reto.

No por ya muy repetido, el dato de que en el partido de ayer los suplentes de Dallas anotaron los mismos puntos que todo el equipo angelino (86) deja bien a las claras que la rendición de L.A. se produjo ya desde el segundo cuarto. Algo completamente intolerable cuando eres el favorito y, además, encaras el cuarto choque de una serie con un 0-3 abajo. Viendo el partido, el interés que parecía mostrar la defensa de los Lakers en tratar de superar las pantallas que los Mavs hacían sobre Peja Stojakovic y, sobretodo, Jason Terry para que éstos consiguieran buenas posiciones de tiro, fue nulo. O lo siguiente. ¿Resultado? 15 de 16 en triples entre ambos. Por no hablar de cómo un base hasta ahora de segunda fila como J.J. Barea ha conseguido ridiculizar a los jugadores exteriores de los Lakers partido sí, partido también.

Puede que Los Angeles Lakers tengan a un grupo de talentosos jugadores en plantilla y seguramente al mejor entrenador de la historia de la NBA, pero durante 48 minutos (o mejor dicho, cuatro partidos), nada de eso importó. Dallas Mavericks jugó anoche casi el partido perfecto, anotando 132,6 puntos por cada 100 posesiones, por 93,5 de los Lakers. Ese diferencial de 39,1 supone un auténtico océano en el mar de registros que esta estadística suele presentar y hace que falten palabras para poder demostrar cuánto inmensamente mejores fueros los Mavs ante los Lakers en ese decisivo para estos últimos Game 4.

Ningún miembro de la franquicia oro y púrpura y, lo que es peor, posiblemente ningún fan de la misma allá donde esté, puede evitar sentir tanto dolor como vergüenza. Pero al mismo tiempo, al revés ocurre con los Mavericks, cuyo staff directivo, técnico, grupo de jugadores y fans de todo el globo merecen todos los elogios. Al fin y al cabo, esto no ha sido más que un equipo ejerciendo un dominio sin paliativos sobre otro. El bochorno que existe ahora en el vestuario del Staples Center solo es comparable con el orgullo que hay en el del American Airlines Center. Y que así sea.


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