Bennett, que la suerte te acompañe

Para triunfar en cualquier materia de la vida, y huyendo de las excepciones que dan sentido a la regla, existe una receta con tres ingredientes principales y un único aliño: trabajo duro, perseverancia, ilusión y una pizca de suerte. Y es en la dosis de aliño, en la cantidad de pizcas y pellizcos, dónde difiere la gente. Yo opino que la necesidad de ésta varía según el momento. Pero, en mayor o menor medida, el aderezo es esencial.

Bennett tuvo mucha suerte o muy poca; según se mire. Cuando todos hablaban de Victor Oladipo, de Ben McLemore, de Steven Adams, de Otto Porter Jr. Cuando todos especulaban sobre si la indisciplina de Shabazz Muhammad o el ligamento cruzado Nerlens Noel, entonces David Stern, único como siempre, se acercó al atril engalanado con el cartel de DRAFT 2013, dibujo una sonrisa pícara, hizo una pausa para aumentar la expectación, espoleó impertérrito al público para que se redoblara en sus abucheos y pronunció el nombre que nadie esperaba.

¡Anthony Bennett! El comentarista no pudo contenerse —Wuoouu!— el Barclays Center estalló en una mezcla de excitación y sorpresa, y Bennett, casi el mayor incrédulo de todos —sólo superado por la cara de funeral de Noel—, se repuso lo suficientemente rápido como para golpear el aire con su puño varias veces y abrazar a sus familiares mientras la alegría, imposible de disimular, le embriagaba por completo. La suerte, desde luego, no estuvo con el canadiense aquel día.

La entrevista inmediata al fulgurante paso por la palestra, de la mano de Shane Battier, mirándola en retrospectiva, se asemeja a un chiste cruel.

— «Jabbar, Magic, LeBron, Bennett… ¿qué tal suena?».
— «Suena muy bi…». Corten. Toma 1.

¿Por qué Bennett?

En Cleveland, todavía con dos años por delante hasta el traspaso de Kevin Love, necesitaban un ‘4’ y tampoco les venía mal un ‘3’. El torontoniano parecía capaz de moverse como un pez entre ambas aguas.

Así, con un Tristan Thompson aún por madurar y un Luol Deng recién llegado, la audaz dirección de los de Ohio decidió pasar de la capacidad taponadora de Noel, del despampanante físico de Oladipo, de la inversión segura que parecía Porter, de la tentación ofensiva que significaba McLemore o de la tenacidad en ambos lados que prometía Kentavious Caldwell-Pope.

Y se fueron a por la tanqueta; a por el bulldozer que parecía capaz de arrollar por dentro y ser suave y anotar por fuera. Potente, ágil, rápido. Fue Bennett. ‘Boom or Bust’. Por un dólar.

La fortuna, un frontón

Por trenes no ha sido; sólo superados por las patadas del revisor en su trasero devolviéndole al frío andén. Su problema se sostiene sobre tres patas: el estado físico, la confianza, y las expectativas.

De lo tercero devino el desmorone de lo segundo, agravado más aún si cabe por lo inesperado del primero. Asma y apnea del sueño. Y todo esto antes de debutar.

Los problemas médicos del power forward de la UNLV se infiltraron casi de clandestinamente en el draft y saltaron como una bomba programada inmediatamente tras su elección. Una lesión en el hombro le hizo tardar más de la cuenta en perder unos kilos sobrantes, y la pretemporada poco nos dejó ver de este insólito número 1. Los pocos vídeos de Youtube de su único año con los Rebels y el clásico scouting de DraftExpress mucho más editado, se colapsaron de visitantes ávidos por saciar su curiosidad.

Estreno de pesadilla

0/12 en tiros de campo, 0/6 en intentos de triple. Ni Pluto Nash le birla el Razzie a Anthony Bennett en su primer fin de semana de cartelera.

“Nunca”, respondía el rookie de los Cavaliers cuando le preguntaron los medios si alguna vez había tenido una racha negativa así. Estaba a punto de empezar a devolver el préstamo. Con intereses.

Quince tiros errados después, un 6 de noviembre de 2013 (y obviando los tiros libres) metía su primera canasta en movimiento en la NBA. Un triple ante los Bucks. No sirvió para romper ninguna barrera psicológica. No fue el preámbulo de nada. Bueno sí, de un año de novato que se convirtió en una procesión inacabable de novatadas. 52 (partidos) para ser exactos.

Ni un partido de titular y 12,8 minutos desde la suplencia. Acabó con 4,2 puntos de media y unos porcentajes que no apetece recordar —pero debemos. Así que 35,6% en tiros de campo y 24,5% en triples—.

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