El salto al vacío para Derrick Rose

Pocas veces una resonancia magnética se esperaba con tanta incertidumbre. El sábado por la noche se acabaría confirmando el desgarro en el menisco de la rodilla derecha de Derrick Rose. Hoy lunes era intervenido quirúrgicamente y se informaba de que se perdería lo que resta de temporada. Todo un inesperado golpe en la cara, de esos que ni llevan guante para detener su impacto.

En el período transcurrido desde que se produjera la lesión ante los Blazers y el comunicado advirtiendo de su baja para este curso han pasado algo más de dos días. Tiempo insuficiente para reflexionar en frío sobre una situación chocante y que desvirtúa todos aquellos pensamientos de que la suerte que se fue, siempre acaba regresando.

Su vuelta a las canchas se había mascado lenta. Piano piano, decían algunos. Lo cierto es que se hizo sabiendo que la fecha en la que tenía que posar sus pies nuevamente sobre el parqué estaba más cerca de ser octubre que no los meses de playoffs barajados por la temida rumorología.

Los plazos físicos eran los que eran. Tenía la baja deportiva, pero aún faltaba la de la tara psicológica por un ciclón que le había dejado 18 meses apartado de lo que más le gusta. Cuando ésta llegó, a nadie le dejó indiferente. Verle otra vez en movimiento era el regalo que cualquier aficionado a la NBA, independientemente de sus colores, anhelaba casi desde hacía tanto tiempo que Rose parecía un jugador diferente. Como si apenas se recordara aquello por lo que llegó a ser MVP.

Leves molestias aparecían en el camino. Algo normal, dado todo el trecho que había tenido que recorrer. Y más aún cuando eran silenciadas por el eco de sus primeras actuaciones de pretemporada, dignas de haber pensado aunque fuera por un instante que Rose estaba de vuelta.

El destino ha sido implacable. Ni un mes después, le ha vuelto a atizar. Incomprensiblemente, sí, pero lo ha hecho una vez más. Y desde este momento ya no puede haber más lamentos. Ha pasado y no cabe mirar hacia atrás ni un segundo más. Y esta máxima seguramente ya la tenga inculcada el base en su cabeza, aunque de momento quizás le cueste creérsela.

Pensar sobre cuándo volverá exactamente y, ante todo, acerca de si será el mismo jugador que antes de lesionarse en esta ocasión es algo que no puede tener cabida. Es lógico desear en la mente de cada uno ese momento en el que se podrá anunciar a bombo y platillo que Rose es capaz de volver a jugar, pero ese debate puede no ser del todo sano.

El círculo mediático que ha envuelto y va a envolver al jugador va a ser monstruoso. Diagnósticos por aquí, entrevistas por allá, y en medio otra vez los rumores. Y más aún cuando se ha optado por la opción más larga para recuperarle, en la que el tiempo para especular aumenta. Sin embargo, esta nube de opiniones y datos debe ser un pormenor secundario en esta larga etapa que le espera. Lo importante no es que regrese cuanto antes, sino que lo haga en las mejores condiciones posibles.

La rehabilitación física ya ha dado sus primeros pasos. Ahora viene la que se sitúa en la moral. Y ésta también ha de ir despacio, nada de correr para luego tener que parar. Su regreso tendrá lugar, aunque no fecha. La travesía que tiene que recorrer ya le suena de antes, aunque esta vez haya más baches por medio. El alivio del aficionado reside en su implacable tenacidad de trabajo ya demostrada, ésa que le hizo levantarse de una caída que auspiciaba lo peor. Justamente la misma que le va a hacer alzarse de nuevo a pesar de las recientes complicaciones. Si antes hubo espacio para la luz, ahora que ya se conoce su capacidad para luchar más motivos aún deben existir para confiar en él.


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