Esperando a Mr. Bryant

Viernes, domingo o la próxima semana. Qué más da. Cuando un hecho tiene de manera tan inminente su fin, ya no importa tanto el momento justo en el que se produzca. Lo primordial es que se va a producir casi ya. El período de recuperación de Kobe Bryant está dando sus últimos coletazos y todo el círculo mediático se prepara en sus trincheras para rellenar titulares con esa primera actuación que realice en su vuelta.

Atrás va a quedar una tensa espera de ocho meses. El tedio que ha rodeado su lesión y su rehabilitación sólo puede ser superado por el ansia ilusionante que se creará en el momento del comunicado que recé que la estrella de los Lakers estará listo para jugar esa noche, la que sea. Sí, justo ese momento en el que Bryant volverá a sentirse jugador con plenos poderes.

El devenir de la franquicia angelina sin su presencia ha sido irregular. No podía esperarse otra cosa. Su brújula se estropeó cuando más la necesitaban, y ya no hubo retorno. Se agitó el nerviosismo como si de una botella con gas se tratase. Y en ese lapso en el que fueron eliminados de Playoffs, hubo que buscar soluciones. Cuánto más rápidas mejor.

La primera (y única) fue intentar asegurarse de que Dwight Howard se quedaba en la organización. Presunto futuro jugador franquicia una vez que Bryant no estuviera. Esa más que atrevida apuesta se llevó hasta el último resquicio. Se engalanó la ciudad con carteles para pedirle que se quedara. Pero no hubo manera, y el center hizo sus maletas hacia Houston.

Y no debía pasar nada, por mucho que en ese tiempo así lo pareciera. Sin poder haber atado a Howard, se vendía la imagen de un equipo sin un líder en la pista hasta que volviera Bryant. Era lo lógico al echar un vistazo a la plantilla y ver que si con Howard el desastre se había apoderado del colectivo, qué decir ahora si encima se le arrancaban a esa lista sus dos principales hombres. Y tocaba esperar entonces a la cura del tendón con el histórico nombre.

La debacle que se auspiciaba no ha sido tanta. Los remiendos que se trajeron han resultado ser soluciones cargadas de más efectividad de la que se creía. Han surgido nuevos roles y nuevas responsabilidades. Su traducción, al menos en este comienzo, ha sido un balance neutro. Inesperadamente neutro. Y en ello no ha intervenido Steve Nash, quien podía parecer uno de los llamados a encabezar esa mochila repleta de encargos dada desde las oficinas de la franquicia.

Entre medias de todo ha estado su renovación. Que si críticas por un lado, que si debía haber pedido más dinero por otro. La única realidad es que Bryant ha estampado su firma en un contrato que no es más que trasladar al papel la absoluta confianza que aún se tiene en él. Para nada el ultimátum de importancias que señalaban algunos. Más bien una muestra perfecta de que ahora mismo no cabe cerrar los ojos, pensar en los Lakers y no ver al escolta en esa imagen creada en la mente de cada uno.

Pasar del buscar en el mercado a un jugador que adquiera desde ya los galones del púrpura y amarillo al refrendar el status del que ya tienes en nómina ha sido una decisión complicada. Ni cabe decir que también se ha visto influida por el no de Howard. Quedará por ver si el margen salarial que les queda es lo suficientemente atractivo como para embaucar a uno de los grandes peces que estén en la próxima agencia libre. El caso en todo ello es que se ha hecho, ha renovado, y eso es lo relevante. Como también lo es su vuelta a los parqués.

Su presencia determinará el juego de los pupilos de Mike D’Antoni. Más allá de una aseveración, es algo obvio. La pasada temporada su capacidad de liderazgo llegó a su clímax al verle subir la bola y dirigir a sus compañeros como un point-guard, y ser capaz también de ser quien encontrase o se crease la jugada para lanzar. Hubo una franja de partidos que parecía que podía jugar casi en las cinco posiciones, con un condicionamiento brutal para el equipo y con unas estadísticas finales que hacían una tarea difícil mirar su fecha de nacimiento y creérselo.

Esos ajustes en su juego fueron casi una necesidad que se fue creando cuando el registro de los Lakers seguía siendo negativo y había que equilibrarlo para llegar a Playoffs. Y claro, con la cuenta atrás de los partidos restantes y la competencia de los rivales que luchaban por esa última plaza del Oeste. La dinámica actual del equipo es distinta. No es que sea la más adecuada, y ni mucho menos la que soñaría cualquier aficionado angelino. Pero sí es otra. No cargada, de momento, por ese estado catatónico de tener que ganar sí o sí, y hacerlo ya para evitar el precipicio.

Habrá que ver cómo va adaptándose Bryant a ese ritmo del colectivo. Su nombre entra en las jugadas a partir de ahora, y los play books de los demás equipos harán esa misma tarea. Su puesta en liza no ha de ser más que otro complemento al juego de los Lakers. O mejor dicho, el complemento. Ver girar todo en torno a su figura repetiría errores pasados, como cargarle de minutos porque no hay más planes que él. Y darle más minutos de los que puede aconsejar su físico y edad lleva de manera inexorable a pensar en la palabra maldita de las lesiones.

Se le ha esperado tanto tiempo que unos días más dan igual. Lo trascendental es tener claro qué se quiere de él y cómo se va a poner esto en marcha. De nada serviría que hubiera jugado esta misma noche sólo por promocionar su regreso como si de una estrella del rock se tratase. Ya habrá tiempo para ello. Su figura tiene esa aura mediática que nadie más tiene. Los Lakers han aguardado su regreso con tanto ahínco que no pueden permitirse el lujo de no cuidarlo con esmero. Queda poco para verle saltando de nuevo a una pista. Y sobre todo, queda poco para ver el principio del último período como profesional de uno de los mejores jugadores que haya dado la competición. Las largas esperas, dicen, siempre acaban mereciendo la pena.


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