Knicks: Linsanity – Game over.

Todavía resuena. James Dolan finalmente sí lo hizo. Jeremy Lin está fuera de los New York Knicks.

El propietario de la franquicia de Manhattan ha dejado volar destino la Conferencia Oeste a la más grande, más fascinante y más económicamente beneficiosa historia que su franquicia ha vivido en más de una década. Y lo ha hecho a cambio de poco más que una elección de Draft.

El «chico prodigio» y su indivisible fenómeno de masas asociado que es Lin, es ya miembro de los Houston Rockets, tras la decisión de Dolan del pasado martes de no igualar la oferta de 3 años y 25 millones de dólares que el jugador recibió de la franquicia de Texas como agente libre restringuido que era. Y así, la Linsanity y todo lo que ella representaba para la Big Apple se acabó, incluso si el momento de Lin como centro del universo baloncestístico acababa de empezar.

Desde luego, Lin será una estrella en Houston para un equipo que, tan solo hace ocho meses, le despidió para hacer hueco en el roster a Samuel Dalembert. Pero la huella que deje Lin en Texas jamás será comparable con la que dejó en los Knicks, la ciudad de New York y el deporte del baloncesto a escala global, durante quizá una de las estancias cortas más exitosas y heterodoxas que el deporte haya visto nunca.

Y es que durante ese periodo de reinado del mundo de la canasta de New York, de tan solo 50 días y 26 partidos, el nombre de Jeremy Lin era asociado a los Knicks casi de la misma forma en que, en su tiempo, lo fueron los de Walt Frazier, Willis Reed o Patrick Ewing. Uno casi se siente mal poniendo el nombre de Lin al lado de estos dioses de la franquicia, todos y cada uno de los cuales tienen colgada su camiseta en el techo del Madison Sq. Garden. Pero, aunque solo fuera una sola vez, si alguien tuvo la oportunidad de ver el impacto de Lin en los Knicks en directo en el MSG, sabrá de lo que hablo.

Jeremy Lin fue, en sí, un auténtico fenómeno: un chico que, literalmente, vino desde ninguna parte para convertirse, cada noche y en un abrir y cerrar de ojos, en el jugador más popular de la NBA. Antes de su esplendoroso estallido, llamarle infravalorado era incuso ser demasiado generoso con él. Previamente a encarnar Jeremy Lin el papel de único protagonista de la Linsanity, el guard ni tan siquiera drafteado de Harvard apenas había sido detectado por el radar de la NBA.

Tras anotar solamente 76 puntos y dar apenas 42 asistencias en 29 apariciones con los Warriors en su año rookie, Lin fue cortado por Golden State, empezó un viaje infructuoso por distintas franquicias, para acabar cayendo en New York.  Pero hasta los propios Knicks no esperaban nada reseñable de él, así que le mandaron a la D-League, donde completó un triple-doble en su único partido con los Erie BayHawks.

Lin tuvo entonces la oportunidad de jugar con los mejores, pero solo porque la situación de los Knicks por aquel entonces era tan fútil (8-15 en victorias/derrotas), y la situación de sus pointguards tan nefasta (con Iman Shumpert y Toney Douglas alternándose sin éxito en el puesto), que la franquicia creyó que su aportación no podía restar más. Pero el 4 de febrero de este año (fecha oficiosa del nacimiento de la Linsanity) Lin anotó 25 puntos en 36 minutos saliendo desde el banquillo contra New Jersey; y después otros 28 puntos en su primera aparición en el quinteto titular dos noches después ante Utah. En ese punto, ya no había vuelta atrás.

En las siguientes siete semanas, Lin promedió 18,5 puntos y 7,7 asistencias para los Knicks, poniéndolos él solito en puestos de PlayOffs, al tiempo que se convertía en la persona más conocida del mundo, y antes que una inoportuna lesión de rodilla acabara con su temporada el 24 de marzo.

Sí, también hay que decir que tenía una propensión alarmante a perder balones y que su nivel nunca fue el que era una vez Carmelo Anthony y Amar’e Stoudemire volvieron de sus respectivas lesiones. Así como que el hecho de tenerse que perder los PlayOffs no nos permitió saber si podía seguir con su nivel anteriormente mostrado. Pero nada de eso en realidad importó, pues las estadísticas no eran, ni mucho menos, el motivo por el que la Linsanity tuvo tanto éxito y era tan fácil seguirla. Su éxito sobre el parqué trascendía al deporte, y su historia de redención era, en realidad, de lo que todo el mundo se hacía fan. No se trataba más que de un chico humilde y agradecido que, francamente, parecía tan sorprendido como todos nosotros de encontrarse en el lugar en el que se encontraba.

El primer jugador norteamericano de ascendencia chino-taiwanesa de la NBA, Lin estuvo una vez tan inseguro de cuál sería su futuro en New York con los Knicks (incluso cuando la locura a su alrededor ya le sobrepasaba), que no dudó en dormir en el sofá del piso de su compañero Landry Fields mientras la franquicia no garantizaba su contrato hasta el final de la temporada. E incluso cuando lo consiguió, Lin permaneció en la modestia, dedicado a su fe religiosa y ansioso por demostrar que podía ser algo más que una ráfaga pasajera.

En realidad, Lin nunca quiso para él nada más que una oportunidad de ayudar a su equipo a ganar, y ser un fenómeno planetario nunca fue parte de su plan. Simplemente ocurrió, y uno quiso poder decir que fue testigo contemporáneo de ello. Y no fui el único.Todos queríamos saber cómo sería el siguiente partido de Jeremy Lin. Quizá por este motivo puede resultar muy sorprendente que la gerencia de los Knicks haya decidido romper con él.

Pero no nos equivoquemos. Aquí el que escribe pensaba (y piensa) que la decisión más sabia de New York no era otra que no igualar la oferta que los Rockets presentaron por Lin. Pienso que Lin ya ha llegado a su techo como jugador, y tal como decaiga su juego lo hará su popularidad. También creo que, a largo plazo, los Knicks estarán mejor habiendo descartado ahora a Lin; pero eso no cambia el hecho de que realmente pensara que no sucedería.

Y es que durante la “pastilla envenenada” que suponía aceptar el tercer año de contrato que Houston ofrecía, Lin hubiera costado a los Knicks casi 15 millones de dólares antes incluso de considerar cualquier luxury tax asociada. Esa, y no otra, es la razón por la que Dolan ha dicho no, a pesar de estar hablando en este caso de un propietario al que siempre le ha importado más bien poco los excesos fiscales a los que sometía a su equipo. Curiosa repentina prudencia.

Sea como sea, lo hecho, hecho está. Y ahora a New York no le queda otra que recordar la Linsanity por lo que fue, mientras pone sus esperanzas en el manejo del juego del equipo en las manos de Raymond Felton y Jason Kidd. Y así está bien, o al menos tan bien como siempre ha estado. Los Knicks tampoco competían por la Conferencia Este cuando Lin estaba en la cresta de la ola. Como sucedía ya antes del 4 de febrero de 2012, su destino sigue en manos de cómo se compenetren en pista Carmelo Anthony y Amar’e Stoudemire.

Esto es tan solo el extraño, prematuro y, de alguna forma, adecuado final para una de las historias más increíbles que los Knicks y la NBA hayan vivido.

PD: «Todo mi amor y agradecimiento a los Knicks y a la ciudad de New York por vuestro apoyo este pasado año. Simplemente el mejor año de mi vida. Siempre agradecido.», es el mensaje que dejó Jeremy Lin en su cuenta de Twitter tras conocerse su destino.


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