LeBron James: larga vida al Rey

Aunque lo hayamos olvidado, otras superestrellas de la Liga han pasado por lo mismo. Llamémosle notables periodos de sequía. Jerry West necesitó de doce temporadas y siete derrotas en Finales de la NBA para poder conseguirlo. Michael Jordan pasó por siete temporadas de exámenes severos antes de ser capaz de levantar el Larry O’Brien Trophy. Por no hablar de Olajuwon, cuyo primero de los dos anillos conquistados acabó llegando en 1994, diez años después de ser drafteado.

Pero ningún jugador en la historia de la competición ha tenido que soportar más presión que la depositada por todos sobre LeBron James. Y no solo por las nueve temporadas que ha necesitado King James para poder sentarse merecidamente en su trono, sinó más bien por los tiempos en los que vivimos.

Todo lo que diga o haga James es inmediatamente carne de Twitter. Ahora todos tenemos un teléfono móvil con cámara. LeBron ni tan siquiera pudo prepararse como es debido antes del decisivo Game 5 en el vestuario, con docenas de periodistas (algunos de ellos, presuntos periodistas) a su alrededor, grabando todos y cada uno de sus movimientos.

Por supuesto, estos dos últimos años han sido los más duros para James. Era el verano de 2010 cuando el jugador hizo el controvertido programa televisado a nivel nacional en el que anunciaba que dejaba de lado a sus Cavaliers, y se unía al macro-proyecto de estos Miami Heat.

It’s about damn time” (“Ya era hora, joder”, sic), fueron las primeras palabras de un James todavía aturdido por el alivio que supone conseguir que nunca nadie más te eche en cara no ser un campeón. Pero hemos aprendido algo más de LeBron James. Y es que todo el sufrimiento que ha comportado la larga espera no ha sido para él nada más que una bendición. Una forma de cambiar o, en sus propias palabras, “dejar de jugar con odio y pasar a hacerlo con amor”.

Dicen que James se pasó dos semanas enteras encerrado en su casa tras el 4-2 en contra en las Finales de 2011 ante Dallas. Su peor momento profesional. Algo que, hoy sabemos, le hizo ser no tan solo mejor jugador, sinó diferente persona. Más calmado, menos engreído, más solidario.

Y después están sus números. 27,1 puntos, 7,9 rebotes y 6,2 asistencias por partido, en lo que muchos clasificaron como la mejor regular season jamás jugada por cualquier jugador de cualquier época. Convertidos en 30,3 puntos, 9,7 rebotes y 6,3 asistencias de media por encuentro en estos Playoffs (actuación épica en el Game 6 en Boston de la serie ante los Celtics incluida).

Dar todavía más cuando más se necesita. Como el triple-doble (26 puntos, 11 rebotes y 13 asistencias) con el que despidió el curso en su último y ya histórico Game 5, que sirvió a los Heat para lograr el segundo anillo de la franquicia, y a James para cononarse, también, MVP de las Finales de forma unánime.

Sin embargo, quizá lo más alucinante de lo que James ofrece a sus contemporáneos (nos ofrece), es la verosímil posibilidad de todavía ver en él a un mejor jugador en los años que estén por venir de su plenitud atlética, ahora que ya no carga con fantasmas y presiones, y sí convive con alivio y confianza. Veremos.

Mientras tanto, atrás quedan esas dos miserables semanas de Junio de 2011, convertidas en cenizas que las dos próximas semanas de merecida celebración disiparán para siempre. A él y a todos nosotros. En esta era de gratifiacción instantánea en la que todos estamos metidos, hará bien LeBron James en pausar su tiempo, disfrutar de lo conseguido y preparárse de nuevo para poder repetirlo, con el permiso de Kevin Durant y sus Thunder.


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