Lo que James tiene que aprender de Nowitzki

Dirk Nowitzki acababa de cumplir 28 años (o lo que es lo mismo, un año y medio menos de los que LeBron James tiene ahora) cuando sus Dallas Mavericks perdieron las Finales de la NBA de 2006 ante Dwayne Wade y sus Heat, después de liderar la eliminatoria 2-0 y ganando por 13 puntos a falta de menos de seis minutos en el último cuarto de aquel Game 3.

Perdieron, entonces, cuatro partidos consecutivos, tres por un total agregado de seis puntos de diferencia, con Nowitzki fallando un tiro libre que empataba uno de los partidos a tan solo 3,4 segundos del final, mandando también el alemán un pase directamente a la grada en otro final ajustado y teniendo que oír como Wade hablaba de él en términos como “líder pobre” o “llorica”.

Olvidando (por un momento) que Wade jamás hubiera expresado así sus sentimientos sobre la estrella de un equipo NBA si no creyera que el ser europeo daba “menos autenticidad” al juego y liderazgo de Nowitzki, las críticas que vertió sobre el alemán eran, como poco, merecidas, visto lo sucedido en aquellas Finales.

Cinco años, y otras tantas decepciones prematuras, han tenido que pasar para volver a ver al gran Dirk Nowitzki en el mismo escenario donde se consumaron sus más grandes fracasos, y poder demostrar al mundo que los entendió, interiorizó y se los llevó al corazón. Después de ganar por fin un más que merecido anillo, guiar a su equipo en la remontada de la serie, vengarse de todo aquello que aconteció en 2006 y conquistar el MVP de las Finales, Dirk Nowitzki es ahora un jugador más versátil, con más recursos, más experiencia, tiene más confianza y lidera más y mejor a todos sus compañeros.

Nunca sabremos si todo esto será un mensaje que merezca ser escuchado por James (que en estas Finales ha fracasado como jugador decisivo al tiempo que King de este deporte). Debería, aunque fuera inconscientemente. Y es que las verdades pueden doler, sobretodo cuando éstas estarán para siempre más reflejadas en los seis boxscores de estas Finales.

Wade ya tiene su anillo, pero James está exactamente en el mismo lugar en el que estaba Nowitzki ahora hace un lustro, empezando la segunda parte de su carrera profesional y necesitando más que nunca ponerse delante del espejo y reconocer con sinceridad que, individualmente, ha fracasado en estas Finales. Es el momento de crecer para LeBron James, de pasar menos tiempo con temas relacionados con su marca y más en el gimnasio. Nadie en un estado de sobriedad puede no reconocer que James tiene, además de las mejores condiciones físicas que jamás se han visto en este deporte, un talento especial para el baloncesto.

Si son honestos consigo mismos, primer paso para poder levantarse sin oscuras sombras en la cabeza, Wade y James deberían reconocer que no se tomaron a Nowitzki ni a los Mavs en serio hasta que ya era demasiado tarde. Celebraron prematuramente y con alevosía una ventaja de 15 puntos enfrente del banquillo de los Mavs en el último cuarto de un Game 2 que acabaron perdiendo, permitiendo con ello, al fin y al cabo, un hundimiento en la serie final mimético al de los ahora campeones Dallas, en 2006.

Punto y aparte merece su patética sátira mirando a cámara, haciendo broma de los problemas que tenía Nowitzki con su resfriado antes del Game 5. Siendo generosos, de juveniles. O volviendo al pasado mes de Julio, cuando en la fiesta de presentación ante sus nuevos fans, James pronosticó varios títulos, sin saber todavía lo que se necesita para conquistar ni siquiera uno. O ya más recientemente, cuando tras caer en estas Finales y en clara alusión a los millones de haters que continuamente le torpedean, comentó que “van a tener los mismos problemas cuando mañana se levanten”.

Por supuesto que James tiene el poder y la habilidad de alterar el curso de estos desgraciados acontecimientos. Las percepciones pueden llegar a cambiar, siempre y todas. Miremos a Jason Kidd, de quien se hablaba pestes cuando, esencialmente, se borró de New Jersey para forzar su traspaso a Dallas y hoy es poco menos que héroe nacional y futuro Hall Of Famer.

Se como sea, aquí empieza el octavo verano de LeBron James como profesional del baloncesto y lo hace como los otros siete, sin lo que más anhela: la legitimidad del campeón. Los más grandes de la NBA (Jordan, Magic y otros pocos entre los que ahora está Nowitzki) mejoran con la edad. Ahora depende del propio James el que pueda crecer de esta mala experiencia, enfrentarse a sus problemas reales… o continuar “resfriado” en los momentos decisivos.


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