Los Cavs, una victoria… y no más

Si el 2-0 me parecía casi definitivo, el 2-1  lo veo lapidario.

Hace dos noches, celebraba la primera victoria de Cleveland Cavaliers en The Finals. Para todo aficionado neutral como yo en esta lid, nada como una serie apretada que se resuelva en un Game 7 agónico. A la mañana siguiente daba los buenos días en Telegram celebrando entre signos de exclamación que, por fin, teníamos Finales. Había rival para Golden State Warriors. LeBron y Kyrie habían hecho acto de presencia. Pero ni lo escribí convencido ni me creí del todo su contenido. Lo pensé al descanso del partido y lo sigo manteniendo ahora, más de un día después. Habrá ‘Two-peat’ sin más sobresaltos.

En este artículo me convierto en el salmón osado que escala río arriba y a contracorriente. Sed los osos que dan zarpazos por la subida. Es lo lógico; es lo normal. Los Cavs no solo ganaron, sino que vapulearon a los campeones por treinta puntos de diferencia. Así, parece arrogante, casi suicida, afirmar que este anillo, no sólo volverá a llevar el sello de los Warriors con total seguridad, sino que además lo reconquistarán por la vía rápida: 4-1.

La rebelión del Quicken Loans Arena fue tan necesaria como un viernes y tan agradecida como el maná de Dios en el desierto del Sinaí. Pero temo que es una rebelión en vano. Ya muere. Ya ha muerto. Un feroz relámpago que en instantes volverá a dejar el condado de Cuyahoga sumido en la oscuridad. El «Do you hear the people sing» de Los Miserables, tan hermoso como condenado a no durar.

Demasiados factores, demasiadas coincidencias  y casualidades que la estadística dudo vuelva a permitir. No esta vez. No con estos Warriors. No con los dueños en pleno dominio del 73-9. Un lujo improbable que vuelvan a sorprender al disciplinado ejército de Steve Kerr. Y a sus traspuestos héroes Splash.

El triple perdido

La consigna fue clara; había que salir a morder desde el primer segundo. Imbuyeron el mensaje como un fanático predica suras y aleyas, y sus huéspedes no tuvieron reacción. Un parcial inicial de 9-0 encendía el pabellón y despertaba a los Warriors de su ensimismamiento.

Los 24 primeros minutos parecían querer confundir a los espectadores. Los Cavaliers, cierto, han tenido fases de auténtica inspiración desde el triple. De hecho, son el segundo mejor equipo en Playoffs desde más allá del arco, y lanzan —cuesta creer— aún más que Golden State. Tras el 42,9% de San Antonio con sólo 19 intentos por partido, irrumpen los Cavs, con un 42% de acierto en 31,8 tiros, justo por delante de los Warriors con su 40,3% en 30,8 andanadas.

No son flor de un día, aunque en regular season no hay color ni soportan la comparación. El 41,5% de los artilleros de Oakland no encuentra parangón. Los de Ohio fueron séptimos con un 36,3%.

Y esto es muy sencillo. Casi todos los integrantes de los Warriors lanzan bien, y luego hay dos que directamente juegan bajo leyes distintas: Stephen Curry y Klay Thompson. Aguantamos en el triple. Steph está cumpliendo; sin su puntería extraterrestre habitual pero más o menos decente: ante Cleveland (y durante todos los Playoffs) acierta desde 7,25 el 40% de lo que tira; aún así lejos del brutal 45,6% promediado en los seis meses de temporada regular.

El caso de Klay está siendo más preocupante, sólo el 30% de tino en los tres partidos que llevamos de Las Finales (1/7, 4/8, 1/5). En el global de los Playoffs, sin embargo, ha gozado de la inspiración que en él es normal: un 43,5%.

Y a esto, por si fuera poco, se les unió también la mala noche del que estaba siendo el mejor de la serie, Draymond Green. Juntos los tres, se combinaron para pintarrajear su peor partido juntos. Tampoco salieron al heroico rescate esta vez los Shaun Livingston y Leandro Barbosa.

En el otro lado del tablero todo era luz y brillo. Un Game 3 en el que todo salió a pedir de boca, también desde el triple. La hinchada se hinchó —fonéticamente no podía ser de otro modo— a celebrar «chofs». 25 intentos que se tradujeron en un 48% de acierto y que tuvo en J.R. Smith (ese jugador cuyo talento es sólo superado por su irregularidad) a su hombre más inspirado con 5/10.

Media paliza de nueve puntos

La derrota no es que fuese merecida; es que fue insultantemente justa. Y sin embargo, al descanso los Warriors perdían sólo por nueve.

En la segunda mitad hubo dos tramos muy diferenciados. El último cuarto, directamente, tuvo más elementos propios de una pachanga de recreo entre dos aulas de Primaria que de un duelo por tocar gloria en NBA. En el tercer cuarto, por otra parte, los locales se ganaron el sueldo y la extraordinaria de Navidad. No bajaron el ritmo imprimido en la primera parte, sus marcajes continuaron siendo acertados y asfixiantes, su acierto en el lanzamiento se mantuvo elevado… y en frente no encontraron ningún atisbo de respuesta. Los Warriors salieron irreconocibles, negados e impotentes.

Pero es que el guión en la primera parte fue más o menos igual, y como resultado de esto, los Cavaliers, con su arranque fulgurante, llegaron a ponerse 13-33. Unos veían en el aro a un cómplice fiel mientras que otros un amante despechada. Y sin embargo, aún no sé exactamente cómo, a falta de menos de dos minutos para el intermedio, la tortuga había ido dando caza poco a poco a la liebre: el marcador llegó a reflejar un 31-48 y segundos después un 43-50; es decir, los peores Warriors posibles ante unos Cavaliers bendecidos, habían sido capaz de recortar 13 puntos sin despeinarse. 

Los datos hablan y enrevesan el entendimiento de que esto pudiera ocurrir . La primera mitad finalizaba con una disparidad importante en el acierto. Cleveland había lanzado diez veces más en tiros de campo, pero ambos registraban los mismos intentos de tres puntos: 14. Sin embargo, mientras los locales exhibían un 42,9%, los Warriors acumulaban un nulo 14,3%. El rebote ofensivo también era apabullante a favor de los Cavs, gracias especialmente a la entrega de Tristan Thompson: 10 a 3. En pérdidas de balón más de lo mismo; los Cavs habían estado más seguro, con cuatro menos. Y así podríamos seguir.

¿A dónde quiero llegar con esto? Pues a que una primera mitad casi redonda de los de Ohio sólo bastó para lograr una renta total de +9 ante los Warriors más desdibujados vistos hasta el momento. Y que vuelva a coincidir la cara más pulcra de unos con la cruz más descascarillada de otros (no otros cualquiera, sino los del Warriors del 73-9), es algo que se debería pagar magníficamente en las casas de apuestas.

Game 4

Se acerca el cuarto asalto. Será en la madrugada de hoy (con su consabido descuento horario en la parte occidental del mapa), nuevamente en el Quicken Loans Arena, donde el amarillo, el blanco y el escarlata volverá a teñir las gradas y retumbarán nuevamente los rugidos de ¡MVP! a favor de LeBron James.

Golden State ya sabe, y demasiado bien, lo que es tenerlo todo en contra. Aún conserva en el paladar el sabor reciente de remontar ante toda una afición en contra una eliminatoria francamente adversa. Lo que no te mata te hace más fuerte. Los Thunder les derrotaron hasta tres veces; en Ohio les han sorprendido una. Dudo que haya una segunda vez.

El esquema defensivo del Game 3 de los de Ty Lue no pudo ser más genial. Rozó la perfección. Pero los Splash Brothers (o mejor dicho, Klay) no tiraron mejor en los dos choques previos, donde la defensa sobre ellos fue inferior y la llegada de los punteos casi siempre tardía. Este dúo no entiende defensas. Su único rival son ellos mismos. Es más improbable que se repita otra noche sembrada de J.R. Smith que un nuevo encuentro aciago combinado de Curry y Thompson. No lo digo yo. Lo dice la temporada. Lo dice la regularidad. Lo dice el pundonor que ha mostrado este equipo cuando todos los pintaban ya en la cuneta.

Por cierto, mañana volverá Kevin Love, y visto lo visto, no sabemos si será una alegría o un quebradero de cabeza para los Cavs. Porque Love jugará por decreto divino. Como lo hacía Kaká en el Real Madrid o el Kobe de este año en los Lakers. Su impacto en el juego, positivo o negativo, es secundario. Lo sabe Lue, lo sabéis vosotros, lo sé yo, lo sabe Kerr, lo sabe Walton y sonríe la pizarra.

Voy poniendo la otra mejilla. La primera ya me la abofetearon cuando auguré el 4-0. Estaré encantado de que la otra se me enrojezca igual. Como dije, muero por un Game 7. Pero mucho me temo que esta revolución de insumisos, se acabó.


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