Muhammad Ali, un gigante entre los gigantes NBA

«No voy a ayudar a nadie a conseguir lo que los negros no tienen. Si quiero morir, moriré aquí mismo, ahora mismo, peleando contra ti, si quiero morir. Tú eres mi enemigo. Mi enemigo es la gente blanca, no el Vietcong, los chinos o los japoneses. Tú eres mi oponente cuando quiero libertad. Tú eres mi oponente cuando quiero justicia. Tú eres mi oponente cuando quiero igualdad. Quieres que vaya a algún lugar y luche por ti cuando ni siquiera me defiendes aquí en América por mis derechos o por mis creencias religiosas. Ni siquiera me defiendes por mis derechos aquí en casa».

La pegada de Muhammad Ali en el ring era demoledora. Fuera de ella, aún más. En marzo de 1967, el boxeador, nacido como Cassius Clay, era despojado de su pasaporte y de su cinturón de campeón de los pesos pesados por negarse a ser llamado para luchar en la guerra de Vietnam. Su rabia tras esta decisión era evidente, pero sus convicciones eran más fuertes. A sus 25 años, Ali perdía su licencia para seguir boxeando, cortando su meteórica carrera de raiz.

Tras esta decisión, Ali se embarcó en una gira a nivel nacional para explicar su decisión. En un campus universitario, un grupo de estudiantes blancos le gritó «draft dodging nigger, go home» («negro insumiso, vete a casa»). Su respuesta, frente a las cámaras, pasó a la historia.

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Cleveland, 4 de junio de 1967

Antes de LeBron James, Cleveland tuvo a Jim Brown. Entre 1957 y 1965, el runningback de los Cleveland Browns fue 4 veces MVP de la NFL y le dio en 1964 a la ciudad su último titulo en una de las grandes ligas. Además de uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol americano (si no el mejor), Brown se convirtió en uno de los principales activistas por los derechos civiles en Estados Unidos. Tras su retirada, Jim Brown fundó un sindicato para defender los derechos de la gente de color, el National Negro Industrial and Economic Union.

El 4 de junio de 1967, Brown invitó a Muhammad Ali a una reunión para explicar su rechazo a la guerra de Vietnam, invitando con él a algunos de los deportistas negros más importantes del momento. Con el abogado y futuro alcalde de Cleveland Carl Stokes (el primer afroamericano elegido democráticamente como alcalde de una gran ciudad estadounidense) presente, llegaron algunos compañeros y rivales de Brown en la NFL, como Jim Shorter, John Wooten o Bobby Mitchell. Pero dos deportistas destacaban de forma especial, y no solo por la altura. Eran Bill Russell y Kareem Abdul-Jabbar (entonces aún como Lew Alcindor), el presente y el futuro de la NBA.

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Al contrario que Muhammad Ali, todos ellos tenían estudios universitarios (Abdul-Jabbar se encontraba en su segundo año de carrera en UCLA). En aquellos años, el criticismo hacia Ali llegaba desde muchas partes, incluso desde la propia comunidad afroamericana que veía con suspicacia su fe musulmana. Y la reunión de Ali en el sindicato de Jim Brown no iba a ser un mero homenaje. Fue un interrogatorio sobre sus razones para sacrificar su carrera y su reputación por la mera posibilidad de ir a Vietnam.

El promotor Bob Arum, uno de los personajes clave en la carrera pugilística de Ali, explicaba en una entrevista al Cleveland Plain Dealer que «Jim (Brown) me dijo que Ali habló por dos horas. Y tienes que entender que, en ese momento, Ali era funcionalmente analfabeto. Y estaba en una habitación con esos grandes atletas que habían ido a la universidad, pero fue capaz de convencerles a todos de que el camino que estaba tomando era el correcto. En aquel momento, la gente no se daba cuenta de lo listo que era Ali».

Inspirando a los más grandes

Tras la reunión, Ali y Brown, flanqueados en primera fila por Bill Russell y Kareem Abdul-Jabbar, ofrecieron una rueda de prensa para explicar el apoyo del sindicato y de los deportistas presentes a la lucha del boxeador. En una entrevista a Sports Illustrated, poco después de la reunión, Russell explicó que «envidio a Muhammad Ali. Tiene algo que nunca he podido conseguir y algo que muy poca gente posee. Tiene una fe absoluta y sincera. No estoy preocupado por Muhammad Ali. Está mejor equipado que nadie que conozca para resistir todos los juicios que le esperan. Lo que me preocupa somos todos los demás».

Russell era en aquel momento jugador y entrenador de los Celtics, siendo el primer técnico afroamericano de la historia de la NBA. Pese a sus 11 campeonatos y el apoyo incondicional de su mentor Red Auerbach, su relación con los aficionados de Boston, una ciudad con una profunda división racial en los años 60, fue compleja. Su apoyo público a Muhammad Ali no fue bien recibido por una parte importante de la afición de los Celtics. Tras dejar definitivamente la franquicia en 1969, Russell ni siquiera acudió a la retirada de su número tres años después. Solo en 1999 llegó la reconciliación, con una ceremonia en el nuevo TD Garden en presencia de Auerbach, su gran rival Wilt Chamberlain o el propio Kareem Abdul-Jabbar, y con una ovación por fin unánime del público de Boston a quizás el jugador más importante de su historia.

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Abdul-Jabbar, mientras tanto, batallaba con sus propios demonios con 20 años recien cumplidos. Un año antes, inspirado por la autobiografía de Malcolm X, lider afroamericano convertido al Islam, había empezado a interesarse por la fe musulmana. Todo mientras era ya considerado con razón como la futura gran estrella del baloncesto. Su presencia en la reunión sentado junto a otro deportista que renunciaría al cristianismo, una religión que identificaba como «una fundación de la cultura blanca responsable de esclavizar a negros y apoyar el racismo que impregna a la sociedad«, le ayudaba a encontrar una inspiración para reafirmar su renacida fe.

Tras el fallecimiento de Ali, Abdul-Jabbar escribió en su página de Facebook un homenaje que explicaba perfectamente la importancia que la lucha y la fe en sus ideales de Ali habían tenido para romper barreras en Estados Unidos. «Muhammad sacrificó voluntariamente los mejores años de su carrera para mantener la cabeza alta y luchar por lo que creía que era lo correcto», escribía Abdul-Jabbar en su página de Facebook tras el fallecimiento de Ali. «Al hacerlo, hizo que todos los estadounidenses, blancos o negros, tuvieran la cabeza aún más alta. Quizás mido 2,18 metros, pero nunca me he sentido más alto que estando a su sombra».

Desafio de gigantes

Más combativa, en el sentido literal del término, fue su relación con Wilt Chamberlain. En 1971, asumiendo que el fin de su carrera como jugador de baloncesto estaba cercano, el pívot quiso preparse para un nuevo reto. Cus D’Amato, uno de los entrenadores y promotores más relevantes de la historia reciente del boxeo, había intentado convencer en dos ocasiones durante los años 60 de organizar una pelea con el más grande: Muhammad Ali.

En marzo de 1967, Ali y Chamberlain parecían incluso calentar en TV la posibilidad de un combate. Ambos aparecerían en World Wide Sports, un programa de ABC presentado por Howard Cosell, el periodista que más de cerca cubrió a Ali durante su carrera. El video es una pequeña joya que muestra a la perfección la exhuberancia expresiva de un orgullosamente arrogante Muhammad Ali ante un Wilt Chamberlain incapaz de responder a la catarata verbal de su rival. Pero la posterior suspensión del púgil acabaría congelando esta posibilidad.

En 1970, tras varias batallas legales, Ali conseguió autorización para volver a pelear en Atlanta. Al año siguiente, New York le concedía la licencia para boxear, programando para el mes de marzo «el combate del siglo» contra Joe Frazier con el cinturón de los pesos pesados de nuevo en juego, en el Madison Square Garden. Ali, aún sin llegar a su punto óptimo de forma, acabaría perdiendo a los puntos. Pero antes de esa pelea, Bob Arum supo del renacido interés de Chamberlain por pelear a Muhammad Ali. La posibilidad de ver cara a cara a dos de los deportistas más conocidos del país era increíblemente atractiva.

Fraguando un combate de leyenda

En la biografía «Muhammad Ali: His Life and Times» (Muhammad Ali: su vida y su época), Bob Arum explicaba la historia. «Fui a ver a Jabir Herbert (representante de Ali) y acordamos que, fuera cual fuera el resultado, la taquilla sería tremenda. Así que fui a ver a Wilt y me dijo que el sueño más grande de su vida sería pelear por el campeonato mundial de los pesos pesados, así que firmamos un contrato. Pero entonces Ali perdió contra Frazier, y Herbert vino y me dijo: ‘no hay campeonato por el que luchar, ¿qué hacemos?'»

Finalmente, aun sin el cinturón en juego, los representantes de Wilt Chamberlain y Muhammad Ali llegaron a un acuerdo verbal e incluso a una fecha y lugar para su combate: 26 de julio de 1971 en el Astrodome de Houston. Para entonces, el Tribunal Supremo ya había anulado por unanimidad las sanciones que pesaban sobre Ali por su negativa a luchar en Vietnam. En aquel momento, Wilt Chamberlain acababa su contrato con los Lakers, por lo que no tenía ninguna restricción por parte de la NBA para cambiar al menos por una noche de deporte.

«¡Árbol va!»

El acuerdo estaba cerrado. Jack Kent Cooke, entonces propietario de los Lakers, había prometido a Chamberlain un contrato récord si finalmente decidía olvidarse del boxeo. El pívot no lo aceptó. Solo quedaba la firma del contrato, y Ali y Chamberlain aceptaron viajar a Houston para una rueda de prensa conjunta y cerrar los trámites por escrito. Bob Arum recuerda que advirtió a Ali de calmar su verborrea y evitar buscarle las cosquillas a Chamberlain hasta después de firmar del contrato. Por supuesto, no ocurrió.

Ali se encontraba esperando en la oficina del Astrodome de Houston en la que se iba a firmar el contrato. Cuando la enorme humanidad de Chamberlain entró por la puerta, Ali gritó desafiante «Timber!» (el equivalente en inglés a «¡árbol va!» que los leñadores gritan para avisar de que un árbol está cayendo). Si el gigante tenía dudas sobre su decisión, y siempre según el testimonio de Arum, la intimidación de Ali hizo el resto. Chamberlain y su abogado se excusaron de la sala antes de firmar el contrato, y el pívot llamó a Jack Kent Cooke, acordando los términos de su nuevo contrato con los Lakers. La pelea y la carrera de boxeador de Chamberlain se cerraban antes de empezar.

En ambos casos, separar sus caminos fue la mejor decisión. Muhammad Ali recuperaba su título de campeón mundial de los pesos pesados, se tomaba la venganza en dos ocasiones contra Joe Frazier y protagonizaba en Zaire el «Rumble in the Jungle» contra George Foreman, quizás es el combate más famoso e irrepetible de la historia del boxeo. Por su parte, Wilt Chamberlain ganaba con los Lakers su segundo y último anillo a la siguiente temporada, batiendo de paso un récord de más partidos ganados de forma consecutiva (33) aún vigente en la liga. El equipo que acabó con esa racha, casualmente, fueron los Bucks de Kareem Abdul-Jabbar.

Mucho más que un boxeador

El impacto que Muhammad Ali dejó en los jugadores de la NBA no solo alcanzó a sus contemporaneos. Desde Magic Johnson hasta Karl-Anthony Towns, todas las generaciones de estrellas de la liga han presentado sus respetos a Ali. Quizás el caso más extremo de admiración es el de Carmelo Anthony, quien tiene el rostro del boxeador tatuado en su espalda. Pero la influencia de Muhammad Ali ha ido mucho más lejos que en su deporte o en el deporte en general.

Ali fue la voz y el orgullo de millones de personas en Estados Unidos. Las formas arrogantes de su juventud (aunque, como bien decía, «no es arrogancia si es verdad») fueron disminuyendo con los años. Tras su retirada de los cuadriláteros en 1981, Ali mantuvo su perfil activista, defendiendo los derechos de afroamericanos y musulmanes. Su voz, aunque debilitada por la enfermedad de Parkinson que le consumió en sus últimas décadas, seguía haciéndose notar.

Ante la creciente islamofobia en Estados Unidos, representada en el ascenso del empresario Donald Trump y su mensaje xenófobo como serio candidato a la presidencia del país, Ali afirmaba meses antes su fallecimiento que «soy musulman, y no hay nada islámico en asesinar gente en París, San Bernardino (California) o en ninguna otra parte del mundo. Los musulmanes saben que la violencia despiadada de los yihadistas mal llamados islámicos va contra los principios fundamentales de nuestra religión». Su vida terminó el viernes. Con suerte, su legado vivirá durante generaciones.


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