Ser un spur significa olvidarse de lo individual en favor de lo coral, significa mirar más al compañero que a la canasta, significa renunciar a los focos y sacrificarse por el equipo. Gregg Popovich exige ese comportamiento a sus pupilos, y casi siempre (y con permiso de los arranques de individualismo y anotación frenética de Patty Mills) lo consigue.
Boban Marjanovic mide nada menos que 2,22 metros. Cabría suponer que es el típico pívot tosco que sirve más que nada como máquina de intimidación en defensa y para colocarse cerca del aro contrario en ataque y hundirla a la mínima ocasión. En San Antonio está siendo mucho más que eso. Sus dotes para el baloncesto ya eran conocidas cuando las explotó en el Estrella Roja. Cualidades e impacto que le sirvieron, también, para ser el jugador más valorado de la pasada Euroliga.
En la NBA, ha ido al equipo perfecto para seguir evolucionando y no convertirse sólo en una grúa de presa de alley-oops. En los 22 choques que ha participado esta temporada, sólo abandona el banquillo una media de 7,6 minutos, pero su rédito no pasa desapercibido. Muy querido ya por la grada, la cual aclama casi todas sus acciones, está demostrando, por si aún quedaba escépticos, que la plasticidad no le es alérgica. Movimientos más que notables para un jugador de su envergadura, buena muñeca desde media distancia y, ayer pudimos comprobarlo, no ausente de visión de juego.
Los Spurs machacaron a los Brooklyn Nets 106-97, y en esta nueva exhibición de los tejanos, Marjanovic contribuyó,en 13 minutos, con 13 puntos, 3 rebotes, 2 tapones y esta asistencia sin mirar de abajo en una jugada que él mismo culminó. ¿Se estará haciendo buen amigo de Boris Diaw?
«Me divierto todo el tiempo», declaraba al final del partido a ESPN. «Ellos [los aficionados] me dan su apoyo y algo de energía. Yo no bebo Red Bull, pero ellos me dan alas».