Los Wolves se venden en 5 minutos ante unos Warriors con fisuras

Hace tres días, en la mañana que sucedió a la victoria de Toronto sobre los Timberwolves, me levanté con este mensaje en el móvil enviado por un buen amigo que de baloncesto algo entiende: «Ayer Minnesota ganó el tercer cuarto. No valió de mucho».

Y ayer —el de hace solo unas horas— volvió a suceder. La buena noticia es que los Minnesota Timberwolves han perdido la fobia al tercer periodo. La mala, es que se trata de una mera transfusión al cuarto. Los de Tom Thibbodeau venían de infligirles a su rival un correctivo de 30-18 a la vuelta de vestuarios. Embocaban los doce minutos finales con una renta de +10. Entonces llegó la brutal empanaera

No habían transcurrido ni cinco minutos del último cuarto y no es que los locales hubiesen dilapidado la distancia de dos dígitos, no; es que la diferencia había sufrido una paradoja inversa de valor absoluto. Vamos, que ahora eran ellos quiénes perdían de 10.

En menos de 300 segundos de tiempo parado, habían lanzado por la borda toda la ventaja e inspiración de la noche para ver como los Golden State Warriors les zarandeaban con un parcial de +20 merced a una permisividad insultante. Porque eso son los Wolves a día de hoy; un regalo de Navidad por anticipado en manos de cualquier rival. En 116-108 se cerró la remontada.

Talento inconcluso

Hace unas horas, conforme iban pasando los minutos, se iba entendiendo mejor las diferencias entre un equipo campeón y otro que aspira a serlo algún día. No basta con el talento. Ambos conjuntos lo tienen y a destajo. La diferencia es la capacidad de gestionarlo. De autogestionarse. De hacer que el todo sea mejor que la suma de las partes. En el Target Center era fácil visualizar cuál de los dos equipos hacía eso anoche y cuál no.

El equipo de Thibs deambula perdido. El sistema, demasiado nuevo, el ego de los titulares, demasiado grande, las expectativas, demasiado altas, o la alegría de jugar, demasiado no… totalmente olvidada. Y eso depende, o dependía, de Ricky Rubio. El español no ha aprendido a lanzar y además ha renunciado a la magia.

Mediado el tercer cuarto, el comentarista de ESPN recordaba que a Gorgui Dieng sólo le faltaban dos puntos para tener dobles dígitos como el resto de los titulares; excepto Ricky, claro, que se mantenía en cero puntos. Finalmente llegaron sus dos primeros puntos, tras una bandeja en penetración ante Curry. Ni sus contraataques, antes letales, son lo que eran. Ahora frena, se detiene, duda. Naufragaba donde antes sólo era clarividencia.

Ayer Curry estuvo tranquilo, casi sumiso, hasta ese mismo tercer cuarto, cuando decidió anotar su primer triple. No fue el único alma errante en cuestión de estrellas. Kevin Durant tampoco estuvo anoche en el Target. Y ambas figuras, para no estar, finalizaron con 22 puntos cada una. Eso sí, Curry tuvo tiempo de regalarnos estas dos delicias por la espalda con mismo destinatario y destino final.

Durant, tarde pero a tiempo

En la recta final, donde se ganan y pierden partidos, un Durántula fatídico hasta el momento (3/18) optó por encestar de manera consecutiva las mismas canastas que había logrado en el resto del encuentro. Los campeones —vigentes subcampeones— ganaron en cuánto quisieron ganar.

Pero su mérito personal también fue demérito del rival. Porque cuando restaban dos minutos para los saludos finales de cortesía y perdían por ocho, entonces los T-Wolves sí decidieron defender. Osea, que pueden. Algo que, literalmente, no les dio la gana de hacer hasta entonces. La batuta de Thibs, su famosa defensa, su férrea disciplina, no existe, no cala. Sólo arreones puntuales de su cuadrilla cuándo recuerdan que, en este deporte, para ganar, hay que defender.

Big ‘Lonely’ Three

El Big Baby Three estuvo parejo en aportación e inexistente en colaboración. 25 puntos por cabeza: LaVine, Towns (+18 rebotes) y Wiggins quiénes, otra vez, hicieron la guerra por su cuenta. Mientras que los puntos en los Warriors iban cayendo fruto de la fluidez y la química, en los Wolves era casi todo talento individual. El dato de las asistencias habla: 30 pases de canasta visitantes por 17 locales.

Aclarados para Wiggins, tiros de tres inexplicables de Towns, y la muñeca de LaVine —el más salvable de los tres— que sin duda ya está entre las más certeras de la NBA. Pero no es suficiente. Así lo indica su 6-18 en la clasificación.

Dieng nos recordó lo que es ganarse el pan atrás con un tapón sobre McGee que despertó a la grada.

De lo poco permitido por otra parte. Los árbitros nos recordaron que esto ya no son los 80′ y que el baloncesto ya no es un deporte de contacto. Insoportables en su rigidez para con las defensas, castigando el más mínimo roce y, sin embargo, con desigual vara de medir, siendo mucho más rigurosos con los lobos que con los favoritos al anillo.

Las estrellas menores

Y en un partido en el que los banquillos fueron excepcionalmente residuales —20 puntos de los suplentes de los Warriors por 14 de Minny— fueron las estrellas de segunda fila de La Bahía quienes pusieron la salsa. Es la ventaja de tener a cuatro. Que si fallan dos de los cracks, aún te queda el otro par.

Y si Durant y Don Stephen cruzaron la veintena anoche fue debido a su contumacia desde la personal, los 30 de Klay Thompson y los 19 de Draymond Green —el genial pluriempleado— llegaron por efectividad y acierto. Cierto —sin  la a— que el escolta necesitó 12 triples para meter sólo cuatro; pero en lo demás estuvo fantástico. Como la defensa de Green, que avergonzó a la de toda la plantilla rival.

«Estábamos 10 abajo, pero no dejamos que eso nos desinflara. 12 minutos es mucho tiempo para este equipo», decía Klay al término del partido.

«Jugamos 12 grandes minutos, inspirados por nuestra segunda unidad, la cual jugó 9 de esos 12 minutos. Y eso es lo que nos dio la victoria», concedió Green, generoso en el reparto de méritos.

Vuelta al guión

Así los Warriors sanan heridas tras la paliza sufrida en Memphis. Pero corren el riesgo de confundirse. Hoy tampoco han estado bien atrás, sólo que el enemigo lo estuvo aún menos, y su potencial ofensivo ha vuelto a bastar.

Esta vez no hubo machada. No se rompió la dinámica del récord ni truncó la espiral negativa ralentizando a un equipo que boga a otro ritmo. Esta vez los Warriors ejercieron de timoratos Warriors —lo que les es suficiente— y los T-Wolves de los vigentes T-Wolves —lo que es triste, pero innegable realidad—.


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