Restan quince segundos para el final. El lúgubre ambiente del American Airlines Arena –renombrado hace apenas unos días como FTX Arena– contrasta por completo con el carácter festivo exhibido por los pocos aficionados que portan camisetas del equipo rival.
Jason Terry le cede la bola a Shawn Marion en pleno contraataque. El partido ya está decidido, por lo que interrumpe su carrera y toma rumbo a la línea lateral, donde le espera Jason Kidd. Los gestos del base representan de manera perfecta el largo camino recorrido para llegar hasta allí. Los últimos segundos se vuelven eternos.
Finalmente, el reloj de posesión se extingue y el sonido de la bocina final da paso al júbilo. Mark Cuban no puede contener la emoción y se abraza efusivamente con un Rick Carlisle mucho más sereno y afín a la formalidad de su cargo. Kidd hace lo propio con Terry, mientras Tyson Chandler y Juwan Howard intercambian formalidades, con sus rostros siguiendo unas líneas completamente opuestas. Dwyane Wade completa su ronda de felicitaciones con los triunfadores. A unos metros de allí, LeBron James abandona el parqué, cabizbajo. El escolta haría lo propio segundo después, relegando todo el protagonismo a los jugadores vestidos de azul, quienes empiezan a celebrar la gesta con sus familias.
La exaltación del momento ha pasado por alto la ausencia de uno de los grandes protagonistas. No así las cámaras. Cuando todavía restaban cuatro segundos para el final, la retransmisión de la ABC lo cazaba subiéndose a la mesa de anotadores para sumergirse directamente, y sin mirar atrás, en el túnel de vestuarios. Así, los festejos han dado comienzo sin él. Pero el show business le reclama como maestro de ceremonias. El problema es que nadie sabe dónde demonios se ha metido Dirk Nowitzki.
Tras unos minutos de confusión, Tim Frank, vicepresidente de comunicaciones de baloncesto de la NBA, y Scott Tomlin, vicepresidente de comunicaciones de su equipo, lo encuentran en la pequeña salita contigua a la zona de duchas, donde se guardan las toallas, sentado en el suelo. Una de ellas cubre su rostro, mientras su cuerpo se mantiene completamente inmóvil.
Solo necesitaba un pequeño tiempo de reflexión, en soledad, para encontrarse a sí mismo y comprender la magnitud de lo que estaba sucediendo. Para sentir el peso de una responsabilidad que lo había perseguido, sin piedad, desde aquellas puñeteras Finales de 2006. Mismo rival pero, ahora, distinto desenlace.
Sin embargo, el sabor de aquellos instantes difería mucho del que se había imaginado. Ni siquiera estaba seguro de dónde estaba o qué demonios estaba haciendo. Todo le parecía irreal, una especia de copia barata del Show de Truman. Estaba abrumado. Realmente abrumado. Cómo un chaval de la pequeña ciudad alemana de Wurzburgo se había metido en tal embrollo.
Sin comprender todavía del todo lo que ocurría, la voz de Tomlin lo sacó de aquel trance. “Tienes que salir, Dirk. Están a punto de darte el trofeo”. La pareja ejecutiva estaba tratando de hacerle entrar en razón pues el tiempo apremiaba.
En ese momento, la ABC entrevistaba a Terry a pie de pista y ESPN hacía lo propio con Kidd. La NBA, mediante el periodista Chuck Cooperstein, trasladaba las impresiones de Chandler a través de su emisora de radio. Sin embargo, todos esperaban al héroe de aquella eliminatoria. Pero él estaba navegando todavía en una tormenta emocional que iba a precisar de un poco más de margen. “¡No lo quiero! ¡Que se lo den a otra persona! Necesito estar aquí. Necesito estar solo”, respondió el ala-pívot.
Por su cabeza pasaban miles de momentos, partidos y situaciones. El arduo trabajo realizado. Todas esas personas que, de alguna forma u otra, le habían apoyado durante tantos años. “Necesito 30 minutos”, añadió. “No creo que tengas 30 minutos. Nos tienes aquí. Has ganado esto. Necesitas estar ahí con tus compañeros y levantar ese trofeo. Querrás verte en esa foto durante el resto de tu vida.”
Nowitzki se quedó callado. En silencio absoluto. Los segundos se sucedían uno tras otro sin que ninguna palabra ni gesto se atreviera a romper aquel mutismo. La lucha que se estaba librando dentro de él se situaba casi a la misma altura que aquella afrontada durante el último lustro.
Nadie de los allí presentes contabilizó la duración de aquella pausa. Tomlin afirma que pudieron ser solo cinco segundos pero que los sintió como una auténtica eternidad. Cuando pensaba que no se movería y que se vería obligado a improvisar ante la presión de sus superiores, Dirk se levantó, pasó al lado de los dos y se marchó de la sala. Sin decir absolutamente nada.
Unos instantes después emerge del túnel de vestuarios del feudo de los Miami Heat. Su rostro todavía muestra una mezcla entre confusión y la desconfianza del que todavía no termina de creerse del todo lo sucedido.
Su calvario interior había dado comienzo cinco años atrás. Aquella temporada 2005-06, los Mavericks habían igualado su mejor registro histórico (60-22), logrado apenas tres años atrás. A sus 27 años, Nowitzki era una estrella de la NBA, inmersa en su prime. Así lo reflejaba su historial reciente: quinta aparición consecutiva en el All-Star Game, máximo promedio anotador de su carrera (26,6 puntos) y, por segundo año consecutivo, había finalizado en tercera posición en las votaciones para el MVP de la temporada.
Aún con sus carencias en la pintura y en defensa, aquel equipo era una máquina de anotar. Junto al nombre de Nowitzki figuraban los de otros cañoneros como Jason Terry, Josh Howard, Jerry Stackhouse y, saliendo desde el banquillo, un jovencísimo Devin Harris. En efecto, los Mavs finalizaron la regular season con el segundo mejor ataque de la NBA, tan solo por detrás de aquellos revolucionarios Phoenix Suns de Mike D’Antoni y un Steve Nash que regresó a Arizona tras concluir, precisamente, su etapa en Dallas.
Después de varios años de decepciones, tropezar una y otra vez con la misma piedra y cocinar lentamente el proyecto, todo señalaba a que aquel podía ser el año de los Mavericks. Así lo confirmaron en playoffs tras superar a San Antonio Spurs y Phoenix Suns, los dos grandes cocos del Oeste y dos de los rivales que los habían eliminado en las últimas ediciones. En las Finales de la NBA les esperaban los Miami Heat, quienes habían vencido en las Finales de Conferencia a los Detroit Pistons, grandes candidatos al anillo tras sumar 64 victorias en temporada regular.
Jason Terry y Dirk Nowitzki marcarían el camino a seguir con 48 y 42 puntos combinados, respectivamente, para sellar los triunfos en los Game 1 y 2. Los Heat estaban pagando el esfuerzo de la serie anterior y la longevidad de la plantilla no favorecía este escenario. Dwyane Wade era apenas un chaval pero los Gary Payton, Alonzo Mourning y compañía enfilaban ya el fin de sus carreras y las lesiones comenzaban a dejar atrás los mejores años de Shaquille O’Neal. No obstante, el ímpetu del escolta sería suficiente para poner la eliminatoria patas arriba.
A pesar del déficit de 0-2, Wade cargó el equipo sobre sus espaldas en los siguientes cuatro encuentros. En ellos promedió 39,3 puntos cuando en los dos iniciales apenas sumó 25,5 tantos. Para cuando los Mavericks quisieron darse cuenta, el marcador reflejaba un 4-2 en contra, los Heat alzaban el primer campeonato de su historia y Wade se erigía como MVP de las Finales.
Para los Mavericks, desperdiciar una ventaja tan grande supuso una derrota humillante, el primer capítulo de una larga narrativa de tropiezos y decepciones. Al año siguiente, Nowitzki conquistó el premio al MVP de la temporada y lideró a los Mavericks al mejor récord de su historia (67-15). Sin embargo, cayeron derrotados en primera ronda de playoffs ante los Golden State Warriors, octavos del Oeste. Desde aquellas Finales de 2006 hasta la temporada 2010-11, la franquicia de Texas mantuvo su competitividad alrededor del punto de referencia de los 50 triunfos en temporada regular, pero sin lograr superar las Semifinales de Conferencia. Mucho ruido y pocas nueces a la hora de la verdad.
La sombra de aquellas Finales de 2006 era cada vez más alargada y el propio Nowitzki había comenzado a asumir que se retiraría sin un campeonato. La prensa tampoco permitía cerrar aquel gris episodio. En 2009, el medio Bleacher Report fue un paso más allá con un artículo titulado ‘Por qué los Mavericks jamás ganarán un anillo con Nowitzki’ en el que su autor se mostró especialmente duro con el alemán. Incluso de mal gusto. Entre otras lindezas, se mofaba de las comparaciones con Larry Bird y tildaba al ala-pívot de «bebé llorón».
Así, no es de extrañar que aquella temporada 2010-11 arrancara en Dallas sin excesivas expectativas y una confianza en el éxito bastante discreta. No obstante, los Mavericks comenzaron la temporada como una moto: 24 victorias en los primeros 29 partidos. Dos de ellas ante los Miami Heat de LeBron James, Chris Bosh y Dwyane Wade, el nuevo Big Three que amenazaba con instaurar una dinastía en la NBA tras el controvertido episodio bautizado como ‘The Decision’.
Los Mavericks habían aprendido en cierto modo la lección y habían apuntalado su equipo con base en tres conceptos: defensa, veteranía y hambre de gloria. Su columna vertebral reunía experiencia y talento, pero también ansias por demostrar su valía en un último baile. Aquel equipo de los Mavericks mantenía a Nowitzki como jugador franquicia, además de un contrastado director de orquesta como Jason Kidd, dos exteriores de corte defensivo como Shawn Marion y DeShawn Stevenson, Jason Terry como revulsivo anotador desde el banquillo y un Tyson Chandler dispuesto a plantar cara a quien fuera en la pintura. Caron Butler, segundo máximo artillero, caería lesionado en plena temporada y los de Texas se moverían añadiendo a otro tirador con tanta clase como partidos sobre sus piernas: Peja Stojakovic.
La lesión de Butler les obligaría a hacer mayor hincapié en la defensa y en un reparto minucioso de los roles para que la maquinaria funcionase. Una fórmula de emergencia que terminaría por convertirse en la recete del éxito. «Éramos un grupo old-school«, lo definiría el entrenador jefe Rick Carlisle, al frente del equipo desde 2008 en sustitución de Avery Johnson. «No éramos los que más corríamos ni los que saltábamos más alto. Pero nos ayudábamos entre nosotros y todos estaban el uno para el otro.»
Lo cierto es que no hay mejor manera de describir a aquellos Mavericks que la forma en la que lo hizo el coach. A pesar de la ausencia de Butler –así como de una lesión menor del propio Nowitzki–, los de Texas se las ingeniaron para sumar 57 victorias y terminar en tercera posición de la Conferencia Oeste, empatados en registro con Los Angeles Lakers.
Los Mavericks regresaban un año más a los playoffs sin saber muy bien qué esperar. La prensa, por su parte, estaba mucho más preocupada en apuntar sus flashes a los grandes favoritos del momento (Lakers y Heat) y los restantes candidatos con ganas de marcha (Spurs, Celtics y Bulls). Pero sería aquí cuando daría comienzo una de las mayores demostraciones de la premisa que afirma que los campeonatos los ganan los equipos, no las individualidades.
En primera ronda, Tyson Chandler sería vital en los tableros con 20 rebotes en el Game 5 para sofocar la revolución de unos Blazers cuya peor derrota se la infligirían las lesiones. En Semifinales de Conferencia, Peja Stojakovic confirmaría el sweep a los vigentes campeones, Los Angeles Lakers, con seis triples en el cuarto partido. Previamente, la chispa de Corey Brewer había ayudado a allanar el camino en el Game 1.
En Finales de Conferencia, Shawn Marion secó a Kevin Durant a partir del Game 3 y los Thunder entendieron que su prometedor proyecto precisaba de un poco más de cocción y experiencia. Terry y Barea aportaron anotación consistente desde la segunda unidad durante todos los playoffs y Stevenson se peleó con la estrella rival cada noche, mientras Nowitzki y Marion asumían gran parte de la anotación. Cinco años más tarde, los Mavericks volverían a disputar unas Finales de la NBA.
Por supuesto, los medios de comunicación y analistas habían otorgado la etiqueta de grandes favoritos a los Miami Heat. En cierto modo era comprensible: habían vencido sus tres series ante Philadelphia, Boston y Chicago por un contundente 4-1. El Big Three carburaba y todo lo que no fuera conquistar el campeonato suponía una gran sorpresa y una mayor decepción.
Un prólogo que amenazó con transformarse en realidad en los primeros compases de la serie definitiva. Los Heat ganaron el primer partido y en el segundo disfrutaron de una ventaja de 15 puntos a falta de siete minutos para el final. Un 2-0 hubiera supuesto un golpe muy duro pero Nowitzki se echó el equipo a las espaldas para igualar la eliminatoria. Ambos equipos se repartirían los dos triunfos siguientes, divididos por aquella desafortunada acción de LeBron James y Dwyane Wade burlándose de Nowitzki, quien jugó el Game 3 con gripe. Aunque el alemán restó importancia a aquel episodio, Barea reconocería a principios de 2021 que Dirk «odiaba profundamente a aquellos Heat» y que aquel gesto alimentó su llama interna y precipitó lo que ocurriría después. “No iba a permitir que perdiéramos. Se preparó de tal manera durante todo el año. Odiaba a Miami, odiaba a LeBron, a Wade, a Bosh… Él nunca lo va a decir así, pero no los soportaba. Se preparó para ese duelo», explicó el guard en el podcast de J.J. Redick.
Así, Nowitzki sumó 29 puntos en el Game 5, encuentro en el que Terry anotaría un triple vital en los últimos minutos. El sexto partido fue un toma y daca hasta que los Mavericks tomaron las riendas en el tercer cuarto. Los de Carlisle despegaron y no volvieron a mirar atrás. Y, como es lógico, Nowitzki anotó la canasta final. Posteriormente correría hacia su aro con un puño en alto. Después el otro. La gloria en el horizonte. Entonces, restan quince segundos…
No sabemos qué rondaba la cabeza de Nowitzki cuando regresó a la pista. Lo anteriormente relatado es fruto de una entrevista publicada por el Dallas News en 2020. Aunque la épica salpique sus líneas, no se ha añadido ningún adorno propio de la literatura creativa a la pieza.
Quizá recordó todos aquellos episodios vividos durante los años previos, pues su rostro fue mudando gradualmente desde la inexpresividad inicial hasta la felicidad y, posteriormente, la euforia. No era para menos. Los Dallas Mavericks se habían proclamado campeones de la NBA. Su premio individual, a mayores, el MVP de las Finales.
Unos días después de aquella noche, Tomlin imprimió una copia encuadrada de la foto que él considera la imagen por excelencia de los Mavericks alcanzando, por fin, la gloria. Una instantánea que el propio Nowitzki estuvo a punto de rechazar. Un éxito que abrazaron el 12 de junio de 2011. Hace exactamente diez años.
Aquel campeonato corrigió los errores de la aplastante derrota sufrida en 2006. Los Mavericks eliminaron de un plumazo aquella narrativa que los situaba como un equipo perdedor e incapaz de sobreponerse a la adversidad. Nowitzki, por su parte, se consolidó entre las leyendas de la NBA al añadir un anillo a su palmarés.
Aunque los Heat albergaban más estrellas, los Mavericks eran un equipo que recogía mucho mejor la cultura del esfuerzo colectivo. Por supuesto, Dirk fue Dirk, promediando 26 puntos por partido. Pero también fue el anillo de Jason Terry, Jason Kidd, Shawn Marion, Peja Stojakovic, DeShawn Stevenson, J.J. Barea o Tyson Chandler. También el de Donald Carter, propietario fundador de la franquicia que se uniría a la ceremonia con su característico sombrero blanco. Y el de Carlisle, cuyos ajustes y experimentos forjarían una larga estancia en la NBA que se prolonga a día de hoy.
Como todo, este resultado obtuvo una doble lectura. En Miami sufrieron un revés inesperado. Tanto, que la edición del 13 de junio del Miami Herald vio la luz con un anuncio felicitando a los Heat por el campeonato. Aunque los Heat tardarían mucho menos en resarcirse: dos títulos en los dos años siguientes. Para los Mavericks supuso un doble triunfo: el campeonato y la demostración de que cualquier equipo puede alcanzar la gloria con trabajo duro, perseverancia y confianza.
(Fotografía de portada de Marc Serota/Getty Images)