Jordon Crawford, el amigo de Mayweather que se machacó para ser profesional

Exteriores del Quicken Loans Arena, primavera de 2013. Jordon Crawford (Cincinnati, 1990) pasea bajo una fina capa de lluvia. Todavía sin cumplir los 23 años, este base de 1,68 metros acaba de concluir su ciclo universitario en Bowling Green State (NCAA I) y no tiene dudas de que quiere seguir jugando al baloncesto, de que está dispuesto a dar el salto al profesionalismo. Pero no sabe cómo, no tiene ayuda, nadie le guía.

Su historia es la de otros tantos jugadores de cualquier deporte estadounidense que, finalizada su vida en las aulas, buscan convertir su talento en profesión. Porque Crawford lo tiene, el talento. Eso sí, casi siempre ha debido enseñarlo más de la cuenta, como si la duda se cerniera sobre él cada segundo, como si quisiera decirle al mundo: “Oye, yo sé jugar”. Y las razones de esa reivindicación permanente no son otras que los centímetros, o la carencia de ellos. Porque 168 centímetros siempre es una altura sospechosa para esto del baloncesto.

Nunca para Crawford, que desde que tuvo uso de razón sabía que lo suyo era la pelota naranja, igual que conocía de sobra que no iba a ser nada cómodo abrirse camino. Brilló en La Salle, en sus años de instituto, hasta el punto que ese trayecto le valió un acuerdo para jugar en Ashland University, de la NCAA II.  Hijo de entrenador de baloncesto, amante de la vida en el parqué desde que fuera por primera vez a ver a su padre ejercer cuando él tenía tres años, para Crawford no estaba mal una beca de cuatro años que pagara estudios mientras que prolongaba su idilio con el basket. No había más futuro que la licenciatura.

Las mejores casualidades suceden

La 2008/09 era la última campaña de Crawford en La Salle. Un compañero suyo de promoción, sin embargo, era el que se llevaba todos los elogios, el chico al que iban a ver las universidades de un postín más alto que la de Ashland University. Danny McElroy era un alero de casi dos metros que se había ganado por méritos una beca en Bowling Green. La estrella senior del plantel daría el salto a lo más grande del baloncesto universitario, la NCAA I.

Y Crawford también.

La obstinación del técnico de La Salle en convencer a propios y a extraños de que su base presentaba más nivel que el de NCAA II, a pesar del 1,68 que marcaba como estatura, encontró una gran aliada en la casualidad. El entrenador de Ashland University, con quien se había comprometido el propio Crawford, renunciaba a su cargo. Las puertas de cara el reclutamiento en Bowling Green estaban abiertas. Cuando uno de los ojeadores de este centro volvió a La Salle para ver en acción a McElroy, su entrenador le sugirió que siguiera también a Crawford, que era bueno, que igual se sorprendía.

Sin grandes esperanzas en Bowling Green State

Aquello acabó con Crawford becado por los Falcons, si bien él, agradecido por la oportunidad, no esperaba mucho. “Sinceramente, pensaba que iba a estar cuatro años en el banquillo, sacar mi licenciatura y marcharme”.

Pues sí, en una cosa no se equivocó el natural de Ohio. Sus cuatro años en las aulas de Bowling Green State de su tierra natal le sirvieron para licenciarse en Sports Management. Y hasta ahí acertó en sus predicciones. Porque Crawford jugó mucho con los Falcons, cada curso más. Su presencia en la rotación creció de 0 partidos como titular en su campaña de debut a 30 de 32 posibles en cada uno de sus dos últimos cursos. Finalizó su vida estudiantil con 473 asistencias, la cuarta mejor marca de siempre de Bowling Green State. Referente en la The Mid-American Conference (MAC), recibió como uno de los mejores premios a su graduación una All-MAC Honorable Mention, en 2013. Mientras, McElroy había abandonado la universidad en 2011, sin prórroga en la beca, en silencio.

Chipre del Norte

Crawford afrontaba la vida real, su intención de dedicarse al baloncesto, con 127 partidos en la NCAA y una media de 26,5 minutos, 9,5 puntos y 3,7 asistencias. Su servicio final en la 2012/13 recogía 15 tantos, 4,6 pases de canasta y 34,9 minutos de promedio en 32 duelos.

Pero nada de eso le sirvió para ganarse un sitio profesional más allá de los Globetrotters, que le extendieron un contrato para la 2013/14. Sin embargo, Crawford no tuvo jamás la oportunidad de debutar con el equipo. “Así que estuve un año sin hacer nada”, declaraba en 2015 a Ridiculousupside.

“Me mantuve en forma. Y el tiempo que no jugué, ese curso en blanco me sirvió para entender cuánto significaba para mí el baloncesto. Estaba hambriento”. Esas ganas de comer baloncesto las sació a miles de kilómetros, en una tierra que únicamente es reconocida como país por Turquía. Hablamos de la República Turca del Norte de Chipre, un enclave en el Mediterráneo Oriental, un estado de facto que sólo goza del citado reconocimiento de Turquía, que lo hizo en 1983. Un problema histórico, enmarañado desde la década de los 60 y 70 del siglo pasado, y que las partes implicadas, griegos, turcos, grecochipriotas y turcochipriotas no han podido, querido o sabido resolver.

“Fue un choque cultural tremendo. El juego era muy diferente, muchas faltas en defensa que te impedían atacar agresivamente. Lo de los fans era una locura y muchos partidos teníamos que salir escoltados”.

Relataba así Crawford su vida en Chipre del Norte, en el Mapfree Life de la liga de ese país, el plantel que le dio la oportunidad de ser profesional. El de Ohio llegó en septiembre de 2014 y cumplió una excelente trayectoria a orillas del Mediterráneo. 26,8 puntos, 6,3 asistencias, 4,2 rebotes y 2,5 robos para el amigo de Mayweather. Además, campeón de Liga, MVP de las eliminatorias por el título, máximo anotador del campeonato y participante en el All-Star. Estaba listo para el siguiente paso.

Mayweather y los Westchester Knicks

“Sí, es mi amigo. Obviamente por su calendario es difícil que siga todos mis partidos, pero nos escribimos mucho y él está atento a mis estadísticas. Definitivamente puedo decir que es mi mentor”.

Último día de noviembre de 2015. La jornada en que Jim Fredette marcaba 37 puntos en el debut con los Westchester Knicks, la noticia era otra. Floyd Mayweather, la estrella del boxeo mundial, estaba en las gradas de un partido de la D-League. ¿Por qué? Ya lo decía Crawford después del duelo: él y el púgil eran amigos y el dueño de los rings había acudido a visitar a su colega.

Crawford, que se había dejado ver con el boxeador en octubre de 2015 en un partido de pretemporada entre los Knicks y los Celtics, había sido elegido por los Westchester en la quinta ronda del Draft de la D-League de ese año. El equipo afiliado de los propios Knicks optaba para reforzar su línea exterior y su dirección de juego con una pieza que, año y medio después, sigue usando como elemento clave en la rotación.

A sus 26 años, Crawford permanece en la puja por un puesto en la vida del baloncesto. Dispone de espacio y de minutos en la D-League, donde al finalizar 2016 había firmado en 11 de 16 partidos posibles 10 puntos o más con los Westchester Knicks de Chasson Randle 0 Von Wafer.

«Estoy feliz de volver», anunciaba antes de comenzar su segunda campaña con la camiseta del plantel ubicado en White Plains.

En una competición donde lo que se buscan son números y más números para optar a cotas mayores, Crawford mantiene unas estadísticas aseadas, lejos de liderar cualquier clasificación individual, pero suficientes para ganarse el jornal cada mes. Justo lo que él ansiaba ese día lluvioso de 2013 cuando todo parecía tan negro.


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