Horford como tributo al equilibrio

Dentro del catálogo de virtudes que puede poseer un jugador existe siempre una, especialmente una, que suele caer injustamente en el olvido. Quizás porque esa característica no apunta tanto al propio rendimiento individual como al sentido colectivo. En cualquier caso, resultar necesario para el resto es una de las mayores cualidades que existen en el baloncesto, es decir no tanto tener la capacidad de brillar por sí mismo como el poder de servir como plataforma para proyectar las bondades de los demás.

Por qué encender una sola luz, la propia, cuando se pueden activar cuatro más.

Hacer mejores a los demás es, en cierto sentido, una expresión trampa. Al final toda ventaja que alguien crea necesita ser ejecutada para resultar del todo tangible. Un gran bloqueo para liberar al tirador no encuentra consideración estadística si después el lanzador falla ese tiro, así como una buena ayuda a la espalda de un compañero puede ser inútil si después el rival acaba anotando igualmente. Habría decenas de ejemplos. Pero no por ello esos aspectos desaparecen, el mérito sigue existiendo los recoja una tabla o no.

Hay jugadores que, con su forma de actuar, facilitan la explotación de puntos fuertes de compañeros y ayudan a camuflar los débiles. Hay jugadores que, con su acción, convierten a su equipo en algo bastante mejor de lo que parece e incluso en ocasiones de lo que es. A partir de ellos, cuantos más mejor, se construyen bloques potentes. Cada desequilibrio individual de una estrella, imprescindible llegados ciertos momentos del calendario, resultaría mucho menor sin las estrellas colectivas que les facilitan en lo posible sus contextos.

Una de esas estrellas colectivas, posiblemente la de mayor impacto en este inicio de curso, juega en Boston.

Cuando a los cinco minutos de temporada la caída de Gordon Hayward hizo temblar los cimientos de la ambición de los Celtics, con el equipo anímicamente hundido y cayendo no sólo ante los Cavs en el estreno sino ante los Bucks después, el poder del equipo negó la mayor. Boston iba a competir. “Cuando sucedió, realmente no sabíamos dónde estábamos como equipo. Pero nos ha unido”, explicaba Al Horford. Él precisamente ha sido la raíz del reagrupamiento.

Tras perder ante Milwaukee, el conjunto de Brad Stevens ha sumado cinco victorias seguidas para llegar a lo más alto del Este. En todas ellas dejando al rival por debajo de 95 puntos. Y en todas ellas con Horford ejerciendo como ancla del éxito. Porque si bien Kyrie Irving cada vez se siente más cómodo para adoptar su papel favorito, el de Uncle Drew, en los Celtics todo está naciendo atrás. Y en concreto ahí, del dominicano.

Con él en cancha los Celtics están permitiendo únicamente 91,1 puntos por 100 posesiones a los rivales, sin él la cifra se eleva a 105,6. Es la mayor diferencia del equipo, como pasar de la noche al día. De una defensa de élite a una discreta. Durante la racha ganadora, con Horford sobre el rectángulo el dato es aún mejor, Boston está recibiendo sólo 87,2 puntos por 100 posesiones. El número no es casual, su propio impacto lo explica.

En apenas diez días Horford ha tenido delante al hipnótico Ben Simmons, un mismatch andante llamado Kristaps Porzingis, la versión más alienígena de Giannis Antetokounmpo y al reloj llamado LaMarcus Aldridge. Siendo todos ellos potencial dinamita y muy diferentes entre sí, Horford los ha ido apagando o reduciendo uno por uno. Como una mordaza letal.

Una de las mayores fortalezas defensivas que se le exige a un pívot moderno radica en ser capaz de defender tanto cerca como lejos del aro. En resultar móvil y versátil para soportar cambios de asignación y diferentes funciones. Pocos lo hacen al nivel de Horford, capaz de marcar de cara a siete metros del aro, aguantando con su velocidad en desplazamiento lateral, pero también de hacerlo de espaldas a dos metros, usando tamaño, fuerza y timing para puntear.

A Simmons le dejó en 11 puntos (4/11 en tiros), un día en el que Embiid (al que también defendió a tramos) registró un 4/16 en lanzamientos. En este ejemplo, su velocidad lateral aguanta al purasangre australiano, siendo capaz después de no caer en la finta y puntear el tiro:

Después llegó a sus manos Porzingis, al que redujo a sólo 12 tantos y un 3/14 en tiros de campo. Ha sido el único encuentro que el letón no ha llegado a 30 puntos esta temporada. En esta secuencia, inicia la defensa en movimiento, le guanta y acaba punteando la suspensión:

Sólo dos días más tarde la interminable sombra de Antetokounmpo amenazó de nuevo a los Celtics. El griego les había metido 37 puntos en su primer envite, con una serie de 13/22 en tiros de campo y hasta 13 intentos desde la línea de personal.

En este segundo, se quedó en 28 puntos, con 10/21 en tiros y sólo 7 intentos desde el tiro libre. Visto rápidamente, no parecen pocos, pero sí cuando se comprueba que aquel día fue el primer partido esta temporada en el que Giannis no alcanzó los 30 tantos ni (el segundo hasta ahora) superó el 50% en tiros de campo. Los Bucks se quedaron en 89 puntos.

Otra muestra de excelencia defensiva ante un atacante muy difícil de atajar:

Más tarde el rival era LaMarcus Aldridge, que acudía al duelo sin haber bajado de los 20 puntos esta campaña. Con Horford enfrente se quedó en 11, con una serie de 5/13 en tiros de campo. Otra víctima más.

Horford está siendo capaz de reducir cualquier tipo de perfil que le arrojen, aunque todos ellos pertenezcan a la primera línea de la Liga y cada noche asuma la marca del mayor arma rival. Es el punto de origen del renacimiento defensivo de los Celtics, que encuentra sostén después en el oxígeno que dan las piernas jóvenes del perímetro. Y al mismo tiempo, el jugador formado en Florida ofrece tres soluciones casi definitivas a la estructura de Boston: consistencia, inteligencia y liderazgo.

El dominicano habla, coloca y aconseja a un grupo que ha perdido en un solo verano a Avery Bradley y Jae Crowder, dos de los mejores defensores de perímetro de la Liga, para sustituirlos en cancha por dos chicos de 21 y 19 años, que si bien tienen condiciones (y sobre todo tamaño) para hacerlo bien, necesitan paciencia y cobijo. Él lo ofrece, como líder vocal de la estructura.

Horford está bajando porcentajes rivales de forma salvaje. El acierto ante su defensa es sólo del 31% (25/79), tal y como recogía el periodista Chris Forsberg, revelando también que la entidad de los desafíos no había sido precisamente liviana. Con Antetokounmpo, Porzingis, Aldridge, Simmons, Embiid, James y Love en la baraja, la élite ofensiva de la Liga, el dato es aún más llamativo.

A pesar de no haber destacado en cifras de rebotes defensivos, tapones o recuperaciones en su carrera, Horford se ha labrado su lugar en la élite defensiva de la Liga por la versatilidad de la que dota a los sistemas. Y como tal es valorado por Brad Stevens ahí, siendo también capaz de coexistir con Aron Baynes, aceptando roles defensivos diferentes y más alejados del aro para un hombre que, no olvidemos, levanta 208 centímetros del suelo. Ante las preguntas que plantee el rival, él ofrece soluciones.

Y su aporte ni mucho menos acaba ahí. En el otro lado de la pista Stevens halla otra mina. Horford es uno de los interiores más brillantes de la Liga en el ataque posicional, por su calidad e inteligencia en el pase, así como su facultad para abrir la pista en situaciones de bloqueo directo, jugada de la cual parten la mayoría de sistemas ofensivos.

De ese modo, involucrado en secuencias de pick&pop saca a interiores rivales a seis o siete metros del aro, ante la amenaza de su lanzamiento exterior (41% en triples este año, con más de uno anotado por partido), circunstancia que crea un espacio en la zona que sus compañeros pueden aprovechar para cortar hacia el aro. Se le está viendo de hecho incluso ejecutar en situaciones catch&shoot desde el lado débil del ataque, esperando abierto cual tirador, como sucede en esta secuencia ante los Bucks:

Pero también el simple hecho de recibir el balón en poste alto, para continuar ventajas con el pase, o en el bajo, para atraer ayudas y dar el pase al hombre liberado, resultan diferenciales. Horford es uno de los diez jugadores NBA que más está tocando el balón en situaciones de poste bajo esta temporada (6.5 por encuentro), proyectando su poder como generador primario de los Celtics.

Él es, en realidad, el base real de un equipo en el que, por estructura, no siempre es él quien da el pase final (y por tanto obtiene la asistencia). Su función durante muchos tramos muta, cambia según la necesidad de su equipo, no sólo en cuanto a posición (ejerciendo como interior único o como cuatro, con otro pívot al lado) sino especialmente en lo referente a su rol.

Si en ataque el equipo necesita la versión directora, la que abre la pista o la que usa su tamaño dentro, las tiene. Y del mismo modo atrás, donde contiene a perfiles más grandes o pequeños, de mayor o menor tiro y recursos atléticos. Horford es uno de los reyes del disfraz en un deporte que cada vez demanda mayor presencia de jugadores como él, versátiles física, táctica y técnicamente para flexibilizar lo que ocurre en pista y abarcar más respuestas.

Lo que sí resulta común siempre con él es precisamente la gran clave de su valor: el equilibrio que promueve. Horford hace el juego más sencillo para el resto, mejora sus condiciones. Por ello si su contrato responde a cifras de estrella conviene recordar que lo es de modo justificado, pues el servicio que ofrece en pista podrá no responder siempre al brillo individual, pero siempre lo hará al principal: el colectivo.

Y ese permanente tributo al equilibrio, el mismo que su propio técnico defiende, sirve en muchas ocasiones como origen de todo lo demás.


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