Los Ramblin’ Man de la NBA

Lord, I was born a ramblin’ man
Tryin’ to make a livin’ and doin’ the best I can
And when it’s time for leavin’
I hope you’ll understand
That I was born a ramblin’ man

The Allman Brothers, ‘Ramblin’ Man’

Se hizo un nombre en la Costa Oeste y pasó fugazmente por Arizona antes de convertirse en ídolo en Nueva Inglaterra. Se acostó como líder en Boston y se despertó como un repudiado en Ohio, de donde lo echaron para malvivir 17 partidos en Los Ángeles. Al final, este verano cogió un vuelo a Denver y allí intentará arroparse entre las Montañas Rocosas, donde buscará ganarse la casa que nunca tuvo. Este ha sido, en los últimos cuatro años y medio, el periplo de Isaiah Thomas. Una historia muy americana, de carretera, caída, éxodo y redención constante. Una vida de Ramblin’ Man, el mítico tema de The Allman Brothers, el grupo de rock sureño que creó el himno a la pulsión original de muchos corazones yanquis: la de encontrar el sentido de la vida en el eterno movimiento.

Con esta canción, la banda de Georgia definió en pocas estrofas un concepto con muchos nombres (nomadismo, wanderlust, rootlessness) y que juega un papel predominante en la cultura popular de los EEUU. Allí, son muchos con los que se mueven por el país con la casa a cuestas, con la facilidad de quien se cambia de barrio en una ciudad europea. Ser un Ramblin’ Man es sentir una especie de alergia a la estabilidad, una condena a no tener raíces. Una sacralización de la autopista que, además, puede ayudar a entender el mundo NBA. Especialmente cuando se echa un vistazo a la carrera de jugadores que, como Isaiah Thomas y otros muchos, recorren los Estados Unidos como cantos rodados. Todos en busca de una casa que, por alguna razón, siempre se deshace entre sus manos.

Historia en movimiento

La génesis de este sentimiento es, también, la génesis de los propios Estados Unidos, formados por emigrantes que llegaron a la Costa Este de América del Norte con todo un continente por descubrir y arrebatar de las manos de sus pobladores originales. Colonos escoceses y norirlandeses llegaron a Philadelphia para lanzarse a la conquista de los Apalaches. También fue puerto Nueva York para la llegada de muchos de los que se lanzaron a la conquista del Oeste y, más tarde, de los que llegaban atraídos por la fiebre del oro que fundó San Francisco. Igualmente, cruzaron el continente los pioneros mormones que se dirigían hacia Utah, así como colonos ingleses y alemanes que llegaron al Medio Oeste a mediados del siglo XIX.

Grandes rutas migratorias que no solo tuvieron lugar en el origen de los EEUU. Desde el inicio del siglo XX, millones de afroamericanos emigrarían de los estados racistas del sur en la Gran Migración, un éxodo que llevaría la cultura negra a los barrios obreros de Detroit, Chicago, Nueva York, Philadelphia, o Los Ángeles, donde acabaría por florecer. También, tal y como relata Las Uvas de la Ira de John Steinbeck, miles de refugiados económicos de Oklahoma emigraron por carretera hacia la tierra prometida de California tras los efectos de la Gran Depresión y la sequía conocida como Dust Bowl.

Así, muchos de los eventos fundacionales o definitorios para los Estados Unidos que conocemos están marcados por esa ansia de ampliar fronteras, de explorar, o de escapar de la miseria haciendo carretera. Un sentimiento que se ha convertido en una de las pocas raíces de los Estados Unidos y que, desde su historia, ha pasado a abrazar cualquier aspecto de su cultura.

Cultura, carretera y maldición

Esta pulsión nómada llegó a la contracultura con On the Road, la narración de Jack Kerouac en la que su álter ego Sal Paradise y otros beatniks se adentran en un viaje en coche de autoconocimiento, libertad y vida bohemia. Un libro que, junto con los poemas de Allen Ginsberg, marcó el primer pico de popularidad del underground cultural, adaptando para sí la fascinación americana del viaje y la carretera. La ausencia de raíces de los primeros estadounidenses fue absorbida, precisamente, por los que luchaban por salirse de la sociedad rígida y puritana que habían creado los nietos y bisnietos de los pioneros. Carretera, jazz y LSD se convirtieron en la triada beat, haciendo del Ramblin’ Man un ideal filosófico que luego sería seguido por el movimiento hippie.

Sin embargo, para muchos otros en los EEUU, la carretera se convirtió no en una opción vital, sino más bien un castigo, un basurero al que su vida les empuja irremediablemente. Billy El Niño, los Hermanos Dalton, Bonnie and Clyde… la lista de forajidos que forman parte de la otra historia americana es larga, e incluso la ficción está llena de este mito de la persona que solo ve esta salida en su vida. ¿Qué es sino Thelma y Louise más que la vida de dos Ramblin’ Women que solo tienen un escape ante una vida que no pueden soportar?

Estados Unidos, una sociedad en la que los lazos familiares son mucho más delicados que en el sur de Europa o Latinoamérica, sigue contando hoy en día con miles de estos personajes anónimos que pasan su vida en una eterna peregrinación por diferentes partes del país. Individuos que te podrán contestar a cualquier pregunta sobre su origen —dónde estudiaron, dónde trabajan, dónde viven actualmente, o dónde nacieron— pero que dudarán o no entenderán una pregunta que a otra mayoría del mundo le resultaría tremendamente sencilla: de dónde son.

Es a estos personajes anónimos, a estos nómadas, a los que les han cantado héroes de la música de raíces norteamericana: de Robert Johnson y Hank Williams, a Johnny Cash y Bruce Springsteen. Turbas diseminadas de gente que van de aquí para allá, de Oklahoma a Denver, de Wyoming a Missouri, sin más casa que una mochila, una autocaravana o una mínima expectativa de algún día encontrar algo parecido a una casa. O, quizás, ni siquiera eso.

Tal y como cantaba uno de los héroes del country, el maldito Townes Van Zandt: “Living on the road my friend / Is gonna keep you free and clean”.

Bandidos y personas

Entendiéndolos a ellos, quizás, sea más fácil entender por qué la NBA ha estado siempre llena de esos personajes que se merecerían pincharles un buen Ramblin’ Man. Tony ‘Mazas’ Massenburg jugó en doce equipos en quince años y a Earl ‘Lentejita’ Boykins lo disfrutaron en diez ciudades en sus catorce años de carrera. Profesionales siempre con la maleta a cuestas, esperando encontrar siempre un reconocimiento o una lealtad que parece escapársele por una razón o por otra. Ahora, parece que el pequeño Isaiah Thomas va camino de convertirse en el nuevo Ramblin’ Man por excelencia en la NBA. Una especie de Townes Van Zandt que no para de recorrer ciudades y pueblos en su autocaravana, buscando un reconocimiento que nunca llega a ser tan sincero como el que realmente cree que se merece.

Igual que la de los gregarios de la G League que viajan y juegan con sueldos precarios, esperando a que un contrato de diez días los lleve de un equipo a otro de la NBA, la vida de Isaiah tiene más sentido en los Estados Unidos que en cualquier otra parte del mundo. Allí, al menos, les han puesto un nombre a su forma de vida. Y cualquier día, cuando alguien les pregunte qué han hecho durante tantos años, reflexionarán y le contarán la película de su eterno movimiento. O, mucho mejor, le cantarán esa estrofa que tanto ayudará a los foráneos a entender su vida y quiénes son. Una estrofa que en muy poco cuenta un país y que dice:

“Lord, I was born a ramblin’ man / Tryin’ to make a livin’ and doin’ the best I can / And when it’s time for leavin’ / I hope you’ll understand / That I was born a ramblin’ man”.


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