¿Por qué el negocio entre Knicks y Dallas es un win-win (sobre el papel)?

Dos franquicias opuestas, con mercados distintos, han sabido encontrar la reciprocidad

«¿Y si Porzingis no vuelve al cien por cien tras su lesión?»
«¿Y si en New York no logran atraer a ninguna estrella en la agencia libre?»
«¿Y si Filmax contrata a Adam Morrison para encarnar a George Harrison en un biopic de serie B

Elucubrar en casos así, sobre determinadas variables, es tres cosas: tentador, gratuito y rematadamente estéril. Al menos si pretendemos sacar conclusiones que excedan el más inmediato corto-plazo.

Por eso, en un análisis somero y en caliente, jugaremos con la información que sí conocemos y con aquella que –sin caer en la Solitaire de Jane Seymour– podemos deducir, y que nos llevará a la conclusión (si os sumáis a la causa) de que el acuerdo al que han llegado hace escasas horas Dallas Mavericks y New York Knicks, se trata de un espléndido win-win.

Porzingis, estrella emergente… de segunda fila.

En la NBA, como en el universo, hay estrellas y estrellas. Si bien todas emiten luz, la diferencia de brillos y tamaños entre unas y otras puede llegar a ser realmente abrumadora. Nuestro Sol, por ejemplo, es del tamaño de una canica comparado con Aldebarán y apenas una mota de polvo microscópica a los pies de la supergigante roja Betelgeuse.

Kristaps Porzingis, con tan solo tres años de trayectoria NBA y previo a su lesión, podía considerarse ya una estrella emergente de la NBA. Cuando se rompió el ligamento cruzado, el letón venía promediando 22,7 puntos y 6,6 rebotes con un magnífico impacto y buenos porcentajes en el tiro.

Su mejor básquet apenas acababa de hacer eclosión y su progresión se adivinaba profunda e imparable. Y sin embargo, aún en el mejor de los escenarios, parecía difícil imaginarlo alcanzando el nivel de los mejores. Del reducido grupo de indiscutibles. Hablo de los Durant, Harden, Davis, LeBron, Curry, Westbrook… sí, precisamente esos que se han visto obligados a unirse a otras estrellas de calibre igual o similar, para que ganar el anillo no muera en bello sueño ecofriendly.

Y esto, repito, era antes de su lesión. Imaginemos después. En la Big Apple –seis años de sus últimas semifinales de conferencia… ¡veinte! de sus más recientes Finales de NBA– con temporadas de 32, 31 y 29 victorias en los tres años del letón (sin contar la actual, peor récord de la NBA) y hasta cuatro entrenadores distintos, no podían permitirse jugar esa carta.

En esa misma línea (como parece que está a punto de pasar) pero a un nivel todavía mayor, los Lakers no se dan el lujo de apostar por sus jóvenes más de dos años consecutivos. La alfombra roja y sus tristes sobreprecios.

Pero es que es más. Even in his best, con un Porzingis volviendo aún más fuerte que antes y unos Mills y Perry –ejem– dando en la tecla a la hora de rodearle, ¿realmente habría bastado para competir con lo que se nos viene encima, también en el Este? Pues el germen de los superequipos no para de metastasear y ya contamina ambas conferencias.

Tatum-Brown-Horford-Hayward-Smart-¿Irving?… Embiid-Simmons-¿Butler?-¿Fultz?… Antetokounmpo-Middleton-Bledsoe… Leonard-Lowry-Siakam-Ibaka…

A fecha de hoy, el Arcade consiste en doblegar, mínimo, una superestrella (habitualmente dos) apoyada por otros dos, tres o incluso cuatro candidatos cuasi perennes al All-Star.

Los tiempos en los que un buen Carmelo –edulcorado por unos rejuvenecidos Kidd y Chandler y un J.R. Smith en estado de gracia– bastaba para alcanzar unas semifinales de conferencia, son cosa de un pasado donde competir al tran-tran aún te permitía, a veces, golpear la piñata.

Hoy, o superequipo y a sudaro Spurs (DeRozan–Aldridge) y Jazz (Gobert–Mitchel)… y mueres en segunda ronda.

Verano en el MSG: ¿harán match esta vez?

Antes del traspaso, los Knicks disponían de unos 50 millones de dólares para fichar. Ahora, cargaditos de expirings (Matthews, DeAndre) y tras deshacerse del contrato de Tim Hardaway Jr. (que rendía, pero no a razón de 18M), se pueden plantar en los 76,4 millones de fondo de maniobra.

Los Knicks querían hacer una gran oferta en verano a Kevin Durant o a Kyrie Irving. Ahora tendrán dinero suficiente para hacérsela a los dos. Con Dennis Smith Jr. y el mozuelo de Duke (ay, si cae Zion)… boom. Superequipo.

¿Y si no? Pues si no pueden hacer un Shake Shack sin necesidad de abandonar la sala con el estómago vacío. La oferta es de garbeo mañanero en Porta Portese. Completísima: Butler, Leonard, Klay, Cousins, Walker, Horford, Middleton, Harris, Gasol [Marc], Dragic, Randle, Vucevic…

Comentan en bares y casinos que el Madison ha perdido atractivo últimamente (como L.A., hasta que llegó LeBron), pero hay algo que no lo pierde jamás. El parné. La panoja. El ‘clinc, clinc, caja’. Y Jordan ‘Leo’ Belfort, ya nos lo recordaba en los primeros cinco minutos de metraje: no hay droga igual.

Los superequipos no entienden de lapsos temporales. Operan como un imán. Responden a la frenética inmediatez. No beben de proyectos, sino de nombres. Se forjan así, en un chasquido. Cinco minutos después, ya es demasiado tarde.

Posdata: dos primeras rondas extra a los Knicks. Por si todo sale mal, siempre quedará el Draft.

Dallas: no había pez más grande

Texas. Otro universo, geográfico y deportivo. La pasada campaña, los Mavs superaron a los Knicks con 460 aficionados más de media en sus partidos disputados como local. Ahí empieza y termina el strike mediático de los sureños. En todo lo demás, New York, New York.

Porque en el último lustro (quizás salvando los dos últimos años), el mejor jugador de los Dallas Mavericks ha sido Dirk. En la última década, ha sido Dirk. Y en los veinte últimos años ha sido Dirk. Y sí, lo sé. Es que Dirk es mucho Dirk. Desde luego. Y justo así los Mavs han logrado disputar hasta 12 playoffs de manera consecutiva y 15 en 16 años. Gracias a Dirk.

Porque su vestuario, sin igualar las vergüenzas que tuvo que arrastrar Kobe en 2006 (el de los Kwame Brown, Chris Mihm y Smush Parker), a menudo no estuvo a la altura del alemán. Un Vince Carter de 36 años, un Jason Kidd de 35, un Rajon Rondo apestado, un Deron Williams sin rodillas o un (que me perdone) José Calderón post Toronto, fueron algunas de las grandes apuestas que realizó Mark Cuban para acompañar a Robin Hood. Las que pudo. Las que accedieron a venir.

Monta Ellis es posiblemente el mejor agente libre que han logrado firmar los Mavs desde Shawn Marion en 2009 vía sign-and-trade. Las grandes estrellas no firman de motu proprio con Dallas. Se les traspasa.

Y Porzingis era una oportunidad. Una estrella demasiado pequeña para competir de tú a tú con los MVP candidates, demasiado grande para que girara la vista a Texas en aras de un contrato multianual. Pero ahora ya está allí, y Cuban podrá jugar la carta de La Comarca. Hacerle sentir como en casa.

Y para ello lo tiene todo. Y se resume en tres palabras. Doncic (el futuro), Nowitzki (la leyenda) y Carlisle (el sistema).

Y es que es imposible. No puedo evitarlo. No logro escapar a la comparativa que se dibuja en mi cabeza. Nash y Nowitzki. Luka y Porzingis. Cuatro años de edad sacaba el canadiense al teutón. Cuatro el letón al esloveno. No me cabe duda de que ambos ala-pívots lo han pensado ya. Relevo generacional made in Europe en el más romántico de los sentidos.

KP, ¿qué más puedes pedir?

Rick Carlisle lleva once temporadas haciendo girar el eje de los Mavs en torno a Dirk. Adaptar dicho eje a un Porzingis sano, y con un base a su lado como no lo ha tenido jamás, es algo que eleva el arco de agua del Manneken Pis.

Tras ser abucheado la noche del Draft, en su presunta condición de futuro pufo europeo, Porzingis asistirá desde ahora y en primera fila a un recital de ovaciones y homenajes en todo pabellón ajeno que visite y acribille Dirk, la mayor leyenda de su continente. Quizás, ni siquiera tengan que convencerle. Tan solo dejarle ver y observar. Y el clima hará el resto.

Además los Mavs reciben también a Trey Burke (pueden cortarlo o convertirlo en el nuevo Barea), Courtney Lee (un año y fuera) y Tim Hardaway Jr., este último con 37 millones pendientes y que si se adapta, podría quedarse y aportar, junto con Harrison Barnes, ese puñado de puntos que a menudo cuesta encontrar (20º de la NBA).

En cuanto a DeAndre Jordan, el pívot era ya, a estas alturas de su carrera, un jugador de paso que navegaba contracorriente en la cultura joven y sosegada que venían a implementar los Mavs, en una reconstrucción que no dependía de él.

Asumiendo que en Dallas convencen a Porzingis para hacer carrera en el American Airlines, serían 158 millones en cinco años. Unos 30 por temporada a partir de 2020. Lo que dejaría para el curso que viene otros treinta para fichajes. Y ya sabemos que Durant no va a venir. Ni tampoco Irving.

Ninguno de los dos estuvo en 2011, por cierto. En aquel entonces hubo un Marion, un Terry, un Kidd, un Chandler, un Barea y un Dirk. Y un campeonato.

(Fotografía de portada de Elsa/Getty Images)


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