Una cancha llamada Caribe

“Una cosa curiosa que tiene el Caribe, y que yo siempre he observado, es el espacio que separa las cosas. Eso es lo que distingue al Caribe del resto del mundo. En un restaurante, las mesas están más separadas unas de otras que en cualquier otra parte del mundo. Es un frenesí del espacio.”

Gabriel García Márquez

I

Si uno se lo propone, en Washington Heights se puede llegar a conocer la República Dominicana mejor que en cualquier barrio del país caribeño. Para los dominicanos, este distrito neoyorquino situado en la isla de Manhattan y que linda con Harlem y el South Bronx es su puerto seguro, una colonia en el Atlántico. Washington Heights es a la República Dominicana lo que Buenos Aires lleva siendo a Galicia durante muchos años: tierra donde todo el mundo tiene un familiar, utopía para los que no tienen nada en la isla, piscifactoría donde el Fraga de turno busca el voto inmigrante.

Además de todo esto, cuando Felipe López llegó a Nueva York desde Santiago de los Caballeros, Washington Heights todavía era el gueto. Era 1988, en pleno boom del crack, el barrio lo controlaban pandillas de adolescentes con “buscas, anillos de oro de cuatro dedos y Nikes de 95 dólares”, tal y como contaba el New York Times Magazine. Dosis por 3 dólares. Era Washington Heights, “la capital del crack en Estados Unidos”.

En aquellas calles infestadas de droga Felipe López se convirtió en algo parecido a la esperanza. En vez de jugar al béisbol como todo dominicano, al santiaguero se le dio desde pequeño por jugar a eso de meter la pelotita por un aro. Cuando los padres decidieron dejar la República Dominicana, el destino no podía ser otro que Nueva York, meca del dominicano emigrado y cuna del básket callejero que tardó poco en hablar de López.

Tal fue su impacto que su instituto, el Rice de Harlem, llegó a trasladar partidos a Washington Heights, a los que la comunidad dominicana acudía en masa. Ganó el campeonato estatal y convertido en una estrella para todos los Estados Unidos fue reclutado por la Universidad de Saint Johns. Era el ‘Spanish Michael Jordan’. Antes incluso de debutar, Sports Illustrated le convirtió en portada de su revista. Y ahí, justo ahí, comenzó el declive deportivo.

Sus cuatro años en la universidad neoyorquina no fueron como se esperaban. Pese a sus buenos números individuales, Saint Johns no llegó a los playoffs durante los tres primeros años. En el último fueron eliminados en primera ronda. Su puesto 24 en el draft de 1998 lo llevó a Vancouver, luego a Washington y finalmente a Minnesota donde en 2002 jugó su última temporada en la NBA.

La historia de su impacto es una gráfica continua en descenso, diametralmente opuesta a la de otras estrellas de su generación que reinaron en la mejor liga del mundo. Iverson, Pierce, Jason Kidd salieron de sus barrios para impresionar e influenciar al mundo. Felipe López se los cruzó por el camino. De la portada de Sports Illustrated y el estrellato se fue centrando en su pequeño mundo, donde todavía siguen hablando de él, donde todavía sigue influyendo, ayudando y educando a los jóvenes de la zona. Allí en el South Bronx, en las estribaciones de Manhattan, en los Washington Heights, donde seguro que a Felipe López no lo cambian por nadie. Ni siquiera por Michael Jordan.

II

Andrés Guibert y Lázaro Borrell son hijos baloncestísticos de la geopolítica. Y es que la razón de por qué las carreras NBA de los cubanos comienzan en Puerto Rico es una cuestión de eso, geopolítica, que así vista y explicada muy por encima puede parecer una cosa estúpida.

Puerto Rico fue invadido por los Estados Unidos durante la guerra con España de 1898 y se convirtió en colonia del país norteamericano. En 1952, tras mucha lucha, Puerto Rico pasó a por fin a ser un Estado Libre Asociado de los Estados Unidos, lo que supuso un enorme cambio para la isla.

En el marco de esa misma guerra contra los españoles, los estadounidenses también los echaron de Cuba, con la idea, se supone, de convertirla algún día en un muy libre Estado Libre Asociado de los Estados Unidos. La cosa se torció cuando unos señores con barbas se fueron a las montañas y echaron a los amigos de los norteamericanos en 1959. A cambio de igualdad y justicia social, los señores de barba sacrificaron unas cuantas libertades. Entre otras cosas, la de Andrés Guibert o Lázaro Borrell de irse a jugar a la NBA.

Habanero y basquetbolista, Guibert debutó con la selección cubana en 1988 y en 1993 se fue a jugar el Centrobásket a Puerto Rico, que es tan libre que hasta tiene equipo de baloncesto propio. Allí desertó de Cuba y pidió asilo político gracias a la Ley de Ajuste Cubano, uno de los métodos con los que los Estados Unidos sigue intentando que Cuba se convierta algún día en un muy libre Estado Libre.

La Ley de Ajuste Cubano permite que cualquier ciudadano de Cuba que ponga pie en territorio norteamericano tenga estatus automático de refugiado político y, también, acceso a la ciudadanía estadounidense en el plazo de un año. Dado que Puerto Rico es territorio norteamericano, el ir a jugar un torneo a esta isla es, para los cubanos, una oportunidad de oro para desertar. Por ello, en 1999, cuando Lázaro Borrell se fue con la selección cubana a jugar el Preolímpico en Puerto Rico, el alero se escapó de la concentración y se acogió, también, a la Ley de Ajuste Cubano.

Entre Guibert y Borrell jugaron 39 partidos en la NBA, 22 el primero en Minnessota y 17 el segundo en Seattle. Los únicos 39 partidos en los que ha habido un cubano jugando en una cancha NBA. Para poder hacerlo tuvieron que destacar en sus países, ser seleccionados con la selección cubana, acudir a un torneo en Puerto Rico, escapar de la concentración y aprovechar su estatus de refugiado político en una isla caribeña muy libre que pertenece a los Estados Unidos desde que lo invadió en 1898.

Cosas de la geopolítica, que así vista y explicada muy por encima puede parecer una cosa estúpida.

III

Precisamente de Puerto Rico venían los padres de Carmelo Iriarte, un representante un tanto anónimo de la excitante cultura nuyorican. Así como la cultura chicana es la creada por gente de raíces mexicanas en los Estados Unidos, los nuyoricans son los puertorriqueños o gente de raíces en Puerto Rico que vive en Nueva York.

Aunque seguidos muy de cerca por los dominicanos, los puertorriqueños son la comunidad latina con mayor presencia en Nueva York. Ya solo por ser los creadores de lo que hoy entendemos por salsa —esa unión de jazz, son cubano y otras decenas de ritmos caribeños acuñada por nuyoricans como Willie Colón o Héctor Lavoe— merecen los puertorriqueños de Nueva York un puesto privilegiado en el altar de la cultura popular global.

Creadores también del vibrante Spanish Harlem al que le cantó la fallecida Aretha Franklin, los nuyoricans dieron vuelo a los Young Lords, una especie de Panteras Negras de los puertorriqueños. Los Young Lords lucharon desde finales de los 60 por la autodeterminación de Puerto Rico, la justicia social y los derechos de los inmigrantes latinos en EEUU. Uno de los miembros activos de los Young Lords fue el propio Carmelo Iriarte. Además, era aficionado al básket e hijo del estilo de la época, con sus pantalones de campana y pelo afro. También, como tiempo después descubriría su cuarto hijo, era poeta.

Este último vástago de Carmelo Iriarte y Mary Anthony nació en 1984. Por aquel entonces, Iriarte y Anthony vivían en Red Hook, Brooklyn, barrio al que la revista Life denominó como la “capital del crack en Estados Unidos” (¿cuál es el número máximo de capitales del crack que puede haber en un país?). Sin embargo, el miembro de los Young Lords no pudo disfrutar mucho de la compañía de su último hijo. Antes de que éste cumpliese los tres años, Carmelo Iriarte fallecía por un fallo hepático y dejó solos a su mujer y a los cuatro niños. Al poco tiempo, se mudaron a Baltimore, al barrio de The Pharmacy, al que probablemente algún periódico denominó como “la capital del crack de los Estados Unidos”.

Quizás herencia de la afición de su padre, en Baltimore el hijo pequeño de Carmelo y Mary comenzó a despuntar en eso del baloncesto. Durante años casi no supo nada acerca de su padre. Cuando lo hizo, ya era jugador de la NBA, dos veces campeón olímpico e ídolo en Nueva York, la ciudad que lo vio nacer a él y a la cultura nuyorican. Por aquel entonces ya mostraba el compromiso político de su padre, así como su orgullo de las raíces puertorriqueñas. También había heredado su nombre: Carmelo. El apellido que utilizó fue siempre el de su madre: Carmelo Anthony.

Hasta hace poco, al hijo de Carmelo Iriarte se le podía ver por la Gran Manzana o en lugares emblemáticos como el Madison Square Garden, ya fuese jugando o presenciando la victoria número 1.000 de Mike Kryzewski como entrenador universitario. Ese día, el 25 de enero de 2015, el hijo de Carmelo Iriarte se sentó en el Madison al lado de un señor dominicano, negro, con sombrero y con un inglés un tanto macarrónico. Era, como Carmelo, un héroe de Nueva York y de la cultura baloncestística caribeña. Se llamaba Felipe López y, según le habían contado a Carmelo, era un auténtico fiera.


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