Los Phoenix Suns han vuelto a protagonizar un nuevo ejercicio de supervivencia. Sin Devin Booker, en Minnesota, frente a un Anthony Edwards en pleno momento de inspiración. 48 minutos aferrándose a una mínima ventaja contra el empuje de los Timberwolves y del Target Center. Así, con todo en su contra, los de Arizona se han llevado un valioso triunfo por 105-108, un triunfo basado en la continua lucha contra lo improbable y la fe en ellos mismos que nadie tenía a principio de curso.
Y es que muy pocos se habrían atrevido a pronosticar que los Suns estarían a estas alturas presumiendo de un balance de 14-10 y de una séptima posición del Oeste. Las limitaciones de la plantilla eran más que evidentes y el objetivo teórico iniciar un proceso de reconstrucción. Y eso sigue siendo cierto. Pero lo visto esta madrugada en Minnesota ha sido una lección de cómo competir pese a esas limitaciones y cómo hacer peligrosa una plantilla en una fase de transición.
Pelea constante
Los de Jordan Ott eran conscientes de que llevarse el duelo pasaba por ganar la guerra de las posesiones, y, como es habitual, salieron decididos a castigar a su rival en base a esos pequeños detalles. A pelear rebotes ofensivos, a minimizar pérdida, a correr tras cada balón recuperado. Su nivel de energía era diferente al de los locales, lo que sumado a su capacidad para penetrar y circular el balón les hizo tomar la delantera y hacerse con una ventaja que pasarían toda la noche defendiendo.
Porque Minnesota, tras esta sacudida inicial, despertó y fue tomando el pulso al choque, pero se encontró con un hueso muy duro de roer. Pese a elevar el nivel de agresividad defensiva, apretar líneas de pase y atascar el juego visitante no conseguía terminar de cerrar la brecha, en parte por el buen hacer de Dillon Brooks y Mark Williams para ir sumando a cuentagotas, en parte por sus propios problemas para encontrar anotadores consistentes. Encontraron uno. Pero a veces con uno no basta.
Ese fue el caso de esta madrugada, en la que Anthony Edwards con sus 40 puntos y su 15/21 en lanzamientos de campo tiró de los suyos durante toda la noche y, en su momento de mayor inspiración en el tercer cuarto, logró darles su primera ventaja de la noche. Pero sería la única. Porque el problema de depender tanto de un solo hombre es la incertidumbre de qué pasa cuando se sienta.
Tres minutos fatídicos
Y en este caso ni siquiera hubo incertidumbre. Phoenix aprovechó el descanso de Ant y arrancó el último cuarto con un parcial de 3-14 que, a efectos prácticos, decidió el encuentro. Quedan aún casi nueve minutos, sí; los Timberwolves respondieron y redujeron rápidamente la diferencia, también. Pero los Suns ganaron el partido ahí, en ese pequeño estertor que se sacaron de la manga cuando parecía que el duelo se inclinaba hacia el otro lado.
De ahí en adelante, la capacidad de Jordan Goodwin para pegarse a Edwards y negarle la recepción impidió una verdadera reacción más allá de un par de triples de Bones Hyland. Y cada vez que Minnesota se pegaba demasiado, ahí estaba un extraordinario Collin Gillespie que, omnipresente en el último cuarto, asumió las labores de anotador en el tramo final para irse hasta los 19 tantos.
No demasiados, no los más lustrosos, pero suficientes. Lo cual define también a unos Suns que no arrollan por talento pero, al menos por ahora, no dejan tampoco de encontrar formas de seguir sumando.
(Fotografía de portada: Bruce Kluckhohn-Imagn Images)





