Como reza el titular de la noticia, en la cual, lo más sorprendente no debería de ser la «proeza» de Big Al por perder 10 kilogramos, sino el hecho de pensar la cantidad de pollo frito que debía de comer para que, sólo con olvidarse temporalmente de él, su cuerpo se lo agradeciera tanto.
No es ninguna sorpresa que en Estados Unidos se come realmente mal, y no por falta de restaurantes excepcionales, sino por lo expansivo de la cultura de la «comida basura» que allí se tiene. Y a ella, por desgracia, no escapan ni los profesionales del deporte, cuya principal herramienta de trabajo, son sus cuerpos.
Por otra parte no podemos generalizar. Sabemos que muchos jugadores, dígase Paul Pierce, Kobe Bryant, Kevin Love etc. se toman muy en serio las calorías que meten en sus bocas, y un gran porcentaje de ellos tienen contratados cocineros particulares, encargados exclusivamente de mantener sus cuerpos siempre finos y acondicionados.
Sin embargo, la rutina NBA, marcada por los viajes, los desfases horarios y una vida express, hace que muchos recurran a la vía fácil y tentadora: hamburguesas, perritos y cartones enormes a rebosar de muslos de pollo. Al Jefferson era de los que se apuntaba a ésto último, y por fin, dominado por el sentido común, al dejarlo, ha visto su recompensa.
«Cada vez que veía un anuncio del Popeyes (cadena de restaurantes de comida rápida especializada en pollo frito), tengo que apagar la televisión», revelaba al Charlotte Observer el pasado jueves. «Todo se convierte mucho más fácil en cuanto te vuelves disciplinado con la comida. Cortando por lo sano el azúcar y el almidón. Cuidando tu cuerpo. Una vez que se transforma en rutina se vuelve mucho más fácil», ha explicado. No está mal, a sus 30 años, que se haya dado cuenta que comer pollo frito no era lo más saludable para el cuerpo de un pívot dominante en la NBA.