Paul George y su particular camino del héroe

Cualquier carrera NBA está sujeta a una narrativa. En realidad, todos los deportes de masas responden a una estructura similar a este respecto, lo que ...

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Por David Sánchez

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Cualquier carrera NBA está sujeta a una narrativa. En realidad, todos los deportes de masas responden a una estructura similar a este respecto, lo que les aporta el componente humano y dramático que atrae al gran público. Para el espectador es esencial que los relatos individuales sean coherentes y cerrados, para así poder sacar conclusiones propias de los mismos y colocarlos dentro de una narrativa que los englobe a todos. Pero siempre existen casos que se salen de la norma, resultando difíciles de encajar en el gran esquema de las cosas. Paul George es el mayor representante de esta categoría de outsiders dentro del actual elenco de superestrellas de la liga.

Existen jugadores cuya historia se cuenta sola. En lo que se refiere a la máxima excelencia basta mirar a los más grandes para atisbar los senderos que el destino les aguardaba. Larry Bird y Magic Johnson como símbolos de una bipolaridad tejida desde los años de universidad. Michael Jordan y la perfección. LeBron James como el elegido que pulveriza las expectativas más altas.

Ascenso, caída y resurrección en Paul George

George no responde a este perfil. Tampoco al de jugador defenestrado que encuentra su redención u otros casos comúnmente representados en la liga. El primer PG halla más similitudes con lo que hoy observamos en casos como el de Brandon Ingram. Un joven prometedor que progresa año a año hasta llegar a un punto de inflexión que le coloca dentro del starsystem. Pero el primer gran destello de Paul George obligaba a situarle como lógico aspirante a la cima de la élite. Al fin y al cabo, demostrar credenciales ante LeBron James siempre engorda la percepción general. Que se lo digan si no a Jayson Tatum.

El reto le llegaba demasiado pronto, pero solo unos meses después de ser elegido Jugador Más Mejorado, Frank Vogel decidía construir a su alrededor unos Pacers que serían los mejores clasificados de la Conferencia Este en la 2013-14. En su cuarto año en la liga Paul George ya había llevado al límite a los Heat del Big Three en dos ocasiones, forzando trece de catorce partidos posibles y siendo el defensor principal de James durante ambos choques.

Si su historia necesitaba más incentivos para ser elevada, su resurrección tras la rotura de tibia que sufrió en la previa del Mundobasket de 2014 terminó de aportar todos los ingredientes. El George resultante de una temporada completa de parón era menos explosivo, pero indudablemente mejor jugador que el que se fue. Sin embargo, su salto de nivel vino acompañado de dos caídas consecutivas en primera ronda ante Toronto y Cleveland respectivamente. Y aunque el consenso aquellos días fuese que se encontraba demasiado solo o que Indiana se le quedaba pequeño, ya comenzaban a sonar las voces que dudaban de su nivel real.

George buscó despejar dudas junto a Rusell Westbrook y Carmelo Anthony en OKC. Pero ni su rol más pasivo del primer curso, ni su estelar temporada 17-18 quedando tercero en la votación del MVP lograron despejar fantasmas. El poso que se ha generado desde entonces hasta ahora, traspaso a Clippers y decepcionante burbuja de Orlando mediante, es el de no saber realmente qué jugador es Paul George.

El californiano se ha convertido en uno de los jugadores más polarizantes del mundo. Pero mientras otros despiertan filias y fobias por su carácter o forma de juego, la mayoría de disputas que se generan alrededor de George lo hacen en torno a su irregular rendimiento. Inconsistencia a la que no acostumbran las superestrellas de la NBA. La frase hecha «en un día malo te mete 30 puntos» no aplica al caso de PG, que en sus noches más aciagas muestra una apatía impropia en un jugador de su talla. Estos bajones, además, encuentran en George una frecuencia preocupante.

La maldita psique

Llegados a este punto resulta inevitable posarse en el delicado tema de la salud mental. Durante su estancia en Orlando, George admitía haber sufrido varios percances a este nivel, los cuales derivaron en problemas de depresión y ansiedad. Esta no ha sido una temporada que ayude a salir de una situación complicada en lo anímico. De hecho, los jugadores han acudido a la terapia psicológica más que nunca.

Por desgracia para él, para considerarse parte de la absoluta élite es indispensable mantener el rendimiento deportivo al margen de achaques o problemáticas similares. En ningún momento el propósito es estigmatizar a un deportista por razones que la sociedad lleva décadas exhibiendo como signo de debilidad e incluso razón de mofa. Pero la realidad es que verse afectado por problemas de salud mental juega en detrimento de la valoración pública de un jugador como lo hace cualquier otro tipo de lesión.

El matiz se haya en la invisibilidad de estos percances para el espectador medio. George no ha vuelto a aquejarse recientemente a este respecto, pero su guadianesco rendimiento desde que comenzaron los playoffs no encuentra una explicación lógica a la que agarrarse. Por cruel que parezca, todos los grandes apuntan a la consistencia como algo mayormente mental, y quizás George no alcance aquí la excelencia que sí tiene en apartados relacionados estrechamente con el talento. En su caso, la psique amenaza con borrar cualquier relato deportivo.

La lesión de Kawhi Leonard obliga a PG a saltar al primer plano, y es innegable que no existe la certeza de una actuación a la altura de las circunstancias. La situación es aún más sangrante cuando en frente se encuentra a un Donovan Mitchell que se ha cansado de demostrar su estatus en grandes escenarios esté más o menos acompañado.

El escolta puede sacar a relucir su dominante versión de los dos últimos partidos. O puede redundar en la pobreza de sus actuaciones en las dos derrotas de los Clippers durante la serie. Será entonces cuando aparecerán los que apelen a Pandemic P o Playoff P. Cuando en realidad, pase lo que pase, lo más sano quizás sea aceptar que esta es la naturaleza de Paul George, la superestrella más extrañamente irregular de la NBA.

(Fotografía de portada de Alex Goodlett/Getty Images)

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