Cada vez que asoma un recopilatorio de los mejores de todos los tiempos llega junto a una lista de ausencias sonadas. Hace 25 años, la NBA hizo oficial su lista de los 50 mejores jugadores que la liga hubiese visto. Ejercicio que ha repetido este curso para celebrar su 75 aniversario, ampliando los nombres a uno por cada año presenciado por la mejor liga del mundo. Más de dos décadas después, la liga sanaba la herida abierta que tenía con Bob McAdoo por su ausencia en aquella lista de 1996, siendo el único MVP que no figuraba en la misma. Ahora será Nikola Jokic el que cargue con la misma penitencia otros 25 años como mínimo.
A este lado del charco, McAdoo es una leyenda. Si preguntas a cualquier persona cercana al baloncesto de finales de los 80, una época especialmente febril con el deporte de la canasta aquí en España, es normal que sentencie que el ala-pívot es el mejor estadounidense que jamás ha jugado en Europa.
En ese juicio general toma parte importante el misticismo que rodeaba a cualquier fenómeno deportivo que sucediese fuera de las fronteras de cada uno. Durante una época en la que el alcance de las retransmisiones estaba a años luz de lo que hoy conocemos, siendo Radiotelevisión Española y las cadenas regionales las únicas ofertas televisivas hasta 1990, las andanzas de McAdoo en el Tracer Milan eran más leyenda vocal que realidad palpable. Cuando era imposible presenciar en directo la carrera de un deportista, los vacíos los llenaba la imaginación, y Bob se convirtió en una figura intocable del deporte europeo de finales de los 80.
McAdoo llega con 35 años a una Milán en bonanza económica. Si desde la unificación de Italia la urbe norteña se había convertido en la capital financiera del país, la irrupción de Silvio Berlusconi y la televisión privada atrae también el foco cultural. Panorama muy distinto al que el jugador enfrenta en sus primeros años en la NBA.
NBA magmática
Aterriza en 1972 en una liga previa a la Oscar Robertson Rule, la cual comenzó a despojar de poder absoluto a los propietarios dotando a los jugadores de cierta capacidad para decidir sobre su futuro. Como consecuencia de la inestabilidad que la liga vivía en tiempos de convivencia con la ABA, McAdoo pasó algunos de los mejores años de su carrera como moneda de cambio a la que evitar pagarle un salario acorde a su figura.
Fue víctima de la realidad mediática a la que se resignaban los recién nacidos Buffalo Braves. En la ciudad, los Braves eran el cuarto conjunto deportivo en discordia y debían quedarse con las migajas que dejaban los Sabres (NHL) y los Canisius (baloncesto universitario) para ocupar el Memorial Auditorium en las pocas y endebles fechas que quedaban libres. Dinámica insostenible a la NBA le brindó un periodo de cinco años para encontrar una solución.
Finalmente Paul Snyder se vio obligado a iniciar un proceso de venta que acabó con la franquicia en manos de John Y. Brown. Un abogado de Kentucky que había hecho fortuna gracias a su participación financiera en el crecimiento de la cadena de comida rápida KFC.
Brown ya había hecho sus pinitos en el mundo del baloncesto con participaciones en la propiedad de los Kentucky Colonels de la ABA. Es por sus tejemanejes en la ‘hermana pobre’ que McAdoo le tachará de tacaño y le culpará de su marcha de Buffalo. Bob asegura que la llegada de Tates Locke como sustituto de Jack Ramsay en el banquillo solo se trataba de una estratagema del dueño para reducir el valor del jugador y no tener que pagarle el salario que demandaba. El ala-pívot pasó de liderar la liga en minutos a quedarse varios partidos por debajo de los 30 a inicios de la 1976-77.
Para diciembre de aquel mismo 1976, McAdoo ya estaba haciendo las maletas rumbo a Nueva York para enrolarse con unos Knicks que apuraban los últimos coletazos del núcleo campeón de inicios de los 70. No pasaría mucho hasta que John intercambiase la propiedad de los Braves por la que ostentaba Irv Levin en los Celtics. En 1978, Buffalo se quedaba sin equipo de baloncesto profesional. La franquicia se iba a San Diego y abrazaba Clippers como su nuevo sobrenombre.
Después de marcharse de Buffalo, McAdoo seguirá siendo uno de los mejores jugadores de la liga y anotará puntos en cada esquina. Pero nunca alcanzará el apogeo de sus cuatro primeros años en la NBA, donde se convirtió por méritos propios en uno de los mejores anotadores de la historia. Entre 1973 y 1976 —MVP de la 74-75—, su dominancia en la suspensión a media distancia —todavía sin línea de tres— adquiere una categoría que le sitúa como un primer aviso de Kevin Durant en el tiempo. Capaz de levantar su tiro de 5 metros por encima de cualquiera y tras bote, convirtió esa secuencia en el arma más mortífera de un arsenal que en realidad daba cabida a casi cualquier faceta del juego imaginable para un 2,06 en la época.
Deriva trotamundos
Su salida de los Braves con 25 años iniciará un proceso en el que acabará vistiendo cinco camisetas antes de cumplir la treintena. Knciks, Celtics, Pistons y Nets iban a ser los agraciados. Los continuos vaivenes, también salpicados por problemas de lesiones nunca demasiado graves, acabaron costándole un visible bajón en la consistencia de su juego. “A veces era incapaz de acertar un tiro en suspensión” admitía. Lo cual probablemente incida en lo que él ve como una falta flagrante de reconocimiento por parte del entorno de la liga.
Llega a Los Angeles Lakers en el verano del 81 para embolsarse los anillos de 1982 y 1985. Pero su estancia en California dista de ser la deseada. Aún hoy, se nota el resentimiento que el ala-pívot guarda de aquella época en la que era el sexto hombre de un equipo en el que Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar y James Worthy se llevaban todos los focos. Mientras, él tenía que pelear su peso en la rotación con nombres como Byron Scott, Kurt Rambis o Michael Cooper.
“¿Por qué pondrías a alguien de mi calibre saliendo desde el banquillo? ¿Ficharías a Kevin Durant para dejarle en el banquillo y que el equipo siga siendo de Stephen Curry y Klay Thompson? No sé exactamente por qué se tomó la decisión, hay muchos factores” decía hace poco en una charla con The Athletic. Años después, siendo ayudante de Pat Riley cuando este cambió Nueva York por Miami, seguía haciéndole saber a su exentrenador cuánto odiaba salir con la segunda unidad.
Tras cuatro temporadas de púrpura y oro, Bob McAdoo tocaría la Campana de la Libertad en Philly en lo que a la postre sería su última aventura como jugador NBA. En el verano de 1986 finalizaba su contrato y, hastiado hasta cierto punto por sus últimos años, decidió que no quería volver a pelearse con unas oficinas que apuntaban a disminuir de nuevo su salario.
Buongiorno Milano
A pesar de ello, McAdoo no iba a Milán a retirarse, él aún se veía a sí mismo como uno de los mejores del mundo y así pretendía seguir demostrándolo en el país transalpino. Los 500.000 dólares anuales que cobraría en el Pallacanestro Olimpia Milano suponían el salario más alto de Europa, y el natural de Carolina del Norte iba a rendir en consonancia.
McAdoo se vistió la camiseta del Tracer durante cuatro años. Allí coincidió con otro mito de la NBA como Mike D’Antoni, una leyenda del baloncesto italiano como Dino Meneghin y buenos jugadores como Ken Barlow, Roberto Premier o Rickey Brown. Un núcleo veterano al que en la época le achacaban su vejez para competir como uno de los mejores conjuntos de Europa.
La edad le acercó más al aro y le restó esa necesaria explosividad para frenarse en seco desde sus amados cuatro metros de distancia. No obstante, Bob nunca iba a ser tan feliz jugando al baloncesto como lo fue en Milán, dónde ayudó a ganar una copa de Italia (1987), dos ligas italianas (1987 y 89), una Copa Intercontinental de la FIBA (1987) y dos Copas de Europa (1987 y 88). MVP de la Final Four de 1988 incluido tras endosarle 39 puntos al Aris en semis y 25 al Maccabi en la gran final.
De todos los partidos disputados en su dilatada trayectoria, ninguno tan duro como aquel partido de vuelta de segunda ronda de Copa de Europa frente al Aris de Salónica. De todos los puntos álgidos de su carrera, ninguno que disfrutase con mayor plenitud que aquellos tres años en Milán. Por fin había podido redimirse con la parte jovial del juego. Al fin pudo sentirlo como una experiencia elevada.
Sin embargo, la leyenda de McAdoo en Europa tiene su primer capítulo muchos años antes de ese agosto de 1986. Y curiosamente, forma parte de uno de los primeros grandes impulsos que ayudarán a concebir la Copa de Europa que más tarde dominará.
Tradición navideña a la fuerza
Mañana 25 de diciembre se cumplirán 50 años desde que North Carolina alzara el Trofeo Phillips que se le otorgaba al campeón del Torneo de Navidad que celebraba el Real Madrid en la capital madrileña. Certamen que resultó de la iniciativa conjunta de Raimundo Saporta, presidente de la sección de baloncesto del Real Madrid, y la FIBA.
Eran otros tiempos, y el entonces directivo del conjunto blanco también ostentaba puestos ejecutivos en la Federación Española de Baloncesto (FEB) y la FIBA. El objetivo de este pequeño campeonato que se disputaba entre los días 24 y 26 de diciembre en la capital española era incrementar la popularidad del baloncesto en España y, en particular, tratar de convencer a Santiago Bernabéu y la cúpula madridista de que mantener la sección no era una pérdida de tiempo y recursos.
Con esta empresa en mente, Real Madrid y FIBA acuerdan con Televisión Española que aprovecharán el parón de la liga de fútbol para emitir el torneo amistoso en las casas de todos los españoles. Era 1965 y Saporta se lanza entonces a llamar a equipos de lo más variopinto. Así, la primera edición la engrosan el Olimpia Milano italiano, el Corinthians brasileño, el Jamaco Saints de la extinta NABL estadounidense y el propio Real Madrid.
El plan iba más o menos según lo previsto, logrando que sentarse frente al televisor en tan señaladas fechas se convirtiese en una tradición que iba tomando forma entre las familias españolas. Tampoco tenían mucha más oferta de entretenimiento, cabe decir, pero normalmente el estadio Raimundo Saporta registraba lleno absoluto durante estas jornadas. Pese a ello, el baloncesto aún no había atraído el interés del público que se buscaba lograr.
La NCAA, y Bob McAdoo, llegan a Madrid
Todo cambió en 1971, para cuya edición se abrió las puertas a las universidades estadounidenses. Por aquel entonces, el jugador norteamericano que se quedaba fuera de la NBA, no contaba con las vías que cuenta hoy para recalar en mercados internacionales. Las agencias de representación se ceñían al territorio norteamericano, y los que acababan fuera de estas fronteras lo hacían afrontando un arduo camino alternativo.
Dada la tesitura, presentarse en sociedad ante el público europeo suponía una oportunidad de oro para que esos jóvenes sin proyección profesional clara en Estados Unidos hiciesen contactos a este lado del Atlántico. Y la primera elegida sería la North Carolina de Bob McAdoo, que meses después sería el número dos del draft de la NBA.
En una época en la que los jugadores debían apurar los tres años de su periplo universitario, el joven Bob ya se había granjeado una fama suficiente como para ser la principal atracción del combinado universitario. Sobre todo por el ruido que había hecho su paso desde la universidad de Vincennes (Indiana) a Carolina del Norte. La prensa española hablaba de él sin saber muy bien por qué, pero tenían claro que, de partida, los focos iban a apuntar al número 35.
Es aquí donde comienza la nebulosa informativa. Si acudimos al periódico ABC del día 24 de diciembre de 1971, fecha en la cual North Carolina se enfrenta al Juventud de Badalona, la crónica apunta que “no actuó su estrella máxima, Robert McAdoo, ligeramente indispuesto”. Por su parte, Mundo Deportivo le dedicaba un escueto espacio a esta semifinal y, aunque no menciona al ala-pívot en su texto, sí registra 19 puntos suyos en el acta de anotación.
De lo que no existe duda es de la presencia de McAdoo en lo que los matinales del día siguiente convendrían en declarar como el mejor partido de baloncesto que se había jugado jamás en España. Aunque la laxitud en las actas vuelve a estar presente. La edición madrileña del ABC sitúa en 21 puntos a la estrella, la sevillana en 12 y Mundo Deportivo en 14. Sí coinciden en alabar a George Karl, ese “genio endemoniado” que dos décadas después se sentaría en el banquillo de sus rivales aquella noche. De Bob Mundo Deportivo se limita a destacar su gran tiro.
La primera chispa de la edad de oro
Lo importante en todo caso es lo que significó el encuentro para el imaginario colectivo, la proliferación del baloncesto en España y su proyección al mercado internacional. Pese a que es tarea imposible encontrar imágenes de aquellas jornadas, la edición del Torneo de Navidad de 1971 supone un antes y un después, y ocupa un lugar en el recuerdo de cualquiera que haya seguido adherido al baloncesto desde entonces.
Sirva la pieza que dedicó al partido Lorenzo Muñoz en la edición sevillana del ABC el 28 de diciembre para ejemplificar el calado del evento. Titulada El gran espectáculo del baloncesto, en ella el periodista apenas hace mención al partido en sí en su primer párrafo antes de desgranar el panorama del baloncesto estadounidense de la época. Y hablar de Oscar Robertson y Lew Alcindor y Wilt Chamberlain y Peter ‘Pistolas’ Maravich para cerrar diciendo que el público español había presenciado una especie de tráiler de aquel gran espectáculo americano.
Los años pasaron y el Torneo de Navidad se convirtió en uno de los eventos del año en el deporte europeo. Lolo Sainz, mítico entrenador del Real Madrid, asegura que cada año recibía decenas de propuestas de los equipos más grandes de Europa para disputarlo. Terminaría congregando incluso a los mejores combinados nacionales de la década de los 80 —URSS y Yugoslavia especialmente— bautizando a Arvydas Sabonis, Drazen Petrovic, Toni Kukoc, Oscar Schmidt o Rimas Kurtinaitis entre otros como estrellas de la Navidad madrileña.
Condenados a ser vasos comunicantes, quizás lo más relevante de lo que significó el Torneo de Navidad para el Real Madrid fuese espolear el crecimiento del Barcelona. El recelo que suscitó la creación del torneo en la ciudad condal alcanzó su punto álgido a partir de esa séptima edición del 71. Desde Barcelona denunciaban el trato de favor que su rival recibía por parte de la televisión nacional y lo difícil que resultaba luchar contra un club amparado por la mismísima FIBA. Por ello, cuando José Luis Núñez aterrizó en la presidencia del Barça en 1978, lo hizo con la idea de acabar con esa ventaja. Para lo cual persiguió a Televisión Española hasta lograr que dejasen de patrocinar el certamen, permitiendo que el los blaugranas comenzasen a configurarse como uno de los clubes más grandes de Europa.
La percepción que McAdoo tenía de su primera visita a Europa distaba mucho de la opinión general que suscitó en la afición y medios locales. En una entrevista concedida tras alzarse con la Copa de Europa del 88, Bob admite que se vio sorprendido por el nivel que había alcanzado el baloncesto del viejo continente. “Creo que el nivel ha mejorado muchísimo desde que yo era estudiante. Vine con North Carolina a jugar un torneo en España que me hizo pensar que la competencia era débil en aquella época. Dieciséis o diecisiete años más tarde encuentro la competición a un nivel muy bueno”.
Entrada la década de 1990, el Torneo de Navidad empezó a caer en popularidad hasta su desaparición en 2004. Para entonces a la estructura del baloncesto europeo ya le había dado tiempo a retorcerse varias veces en torno al cisma entre FIBA y ECA que terminó dando pie a la actual Euroliga.
Pese a ello, no puede significar mácula alguna la agonía con la que esta tradición navideña se extinguió para concluir que la idea de Raimundo Saporta fue un rotundo éxito. De esas tardes invernales en la ciudad deportiva del Real Madrid y en los hogares de toda España nacería la ola de amor al baloncesto que coronarían los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. El escepticismo comenzó a desaparecer aquellas Navidades en las que Robert Allen McAdoo inició la construcción de los años más felices de su vida deportiva.
(Fotografía de portada de Rick Stewart/Allsport/Getty Images)