Casi todos los años cuando llegan estos momentos de la temporada y la atención mediática se reduce a la mitad de equipos por el comienzo de los playoffs, el mundo se sorprende con Steven Adams. En ocasiones esta atención puede ser ocasionada por su aportación en pista, pero lo más normal es que se deba a la brutal franqueza con la que suele expresarse el pívot neozelandés.
Este curso su momento viral llegó algo antes de iniciar los playoffs. Desde hace años Adams es uno de los mejores reboteadores ofensivos del mundo. Las 3,6 capturas que promedia en su carrera suponen el sexto mejor dato histórico en esta categoría y desde 2017 lo ha elevado hasta las 4,4 por noche.
Como ocurre con todo gran especialista, su tremenda habilidad para un aspecto tan conciso del juego despierta fascinación en la prensa especializada, que se pregunta por la existencia de un método o entrenamiento especial especial. “No, no tengo ningún truco. No soy como Rodman que estudiaba el giro y la trayectoria del balón. Soy demasiado estúpido para eso. Simplemente me pongo ahí y lo cojo”. Steven Adams en estado puro.
Cuánto más frenético se vuelve el circo NBA, más común se hace ver a jugadores que tratan de relativizar lo que escapa a su control. Entender los traspasos como parte del negocio, dejar al ruido mediático suceder en un vacío o no sugestionarse demasiado por los errores cometidos son aspectos que cualquier jugador de la liga va aprendiendo con la experiencia. Cuando Adams pisa por primera vez la NBA ignoraba gran parte de los engranajes que la movían, pero lo de no otorgar demasiada importancia a lo que está por venir lo lleva en los genes.
En Rotorua, la pequeña población neozelandesa en la que Steven Adams nació y creció, no se entiende el concepto de lujo. No es que reine una pobreza y condiciones que obliguen a ello, sino que en la mentalidad de sus habitantes no hay hueco para lo accesorio. Esto aplica a las posesiones materiales, entre las que difícilmente se encuentran objetos que excedan su practicidad o sirvan de ostento, pero también en la forma de afrontar la vida de sus conciudadanos. Adams hereda de su cultura el no tomarse nada con excesiva gravedad porque realmente siente que nada es tan importante y en su escala de prioridades todo se supedita al ganar.
Por eso cada vez que le preguntan por aspectos del juego él los despacha preciso y con concisión mientras puede mantener conversaciones de cuarenta minutos sobre fertilizantes que utilizar cada verano cuando vuelve a su huerto. Para Adams el juego no es tan complejo como los ciclos de crecimiento de sus cultivos. Visto prácticamente como un salvaje a su llegada a los Estados Unidos, sus déficits de conocimiento tan solo se debían a la falta de acceso a una educación básica. Pero una vez tuvo quien le despertase la curiosidad por el juego, Stevo iba a ser una esponja.
Lo mismo da Nueva Orleans que Memphis
Las pretemporadas NBA siempre buscan lanzar preguntas y vaticinios trascendentes cuya inmensa mayoría quedan en papel mojado apenas comienza la competición. Una de las ideas más asentadas en las semanas previas al actual curso era que los Grizzlies habían salido perdiendo en el traspaso de Steven Adams a costa de aligerar espacio salarial. Esto no tenía nada que ver con la estimación del neozelandés, cuyo impacto goza del merecido reconocimiento prácticamente desde su primer día en la liga. Pero Jonas Valanciunas había sido uno de los principales buques que mantuvieron a flote el proyecto cuando se presuponía en transición.
¿Valanciunas es mejor jugador que Adamas en términos generales? Seguramente sí ¿Le importa esto a los Grizzlies o a Steven en particular? Por supuesto que no. Cómo dirían en Rotorua “si funciona, funciona”, y Memphis ha igualado la mejor temporada regular de su historia con Adams siendo vital en la misma.
No hay posición en una cancha de baloncesto que comprometa más el juego de un equipo que la de pívot con independencia del talento del que la ocupe. Normalmente los conjuntos que apuestan por un center de corte tradicional, tienen que construirse en base a los pros y contras de su presencia en cancha. Y eso es lo que hace fascinante que los Memphis Grizzlies funcionen tan bien con una identidad a priori en las antípodas de lo que Steven Adams es como jugador.
Encajar a un pívot de reducida movilidad y nula amenaza exterior como es el neozelandés en un sistema que se mueve a todo trapo y busca cabalgar cada vez que ve una rendija abierta para ello puede parecer un rompecabezas sobre el papel. Pero se olvida con facilidad que Adams ha sido el compañero interior que mejor ha congeniado con Russell Westbrook en su carrera.
Retroalimentación en un contexto improbable
Stevo es uno de los jugadores favoritos de la estadística avanzada. Perfiles como el suyo explican la existencia de mediciones como las screen asist o el box out, algo vilipendiadas en el baloncesto moderno hasta su tipificación estadística. Su figura bien podría ser combustible de los literatos deportivos, pues toda su labor subterránea usualmente se ve como una forma de sacrificio individual y renuncia al ego. No obstante, si le preguntas a él, te dirá que simplemente hace lo que sabe hacer con la esperanza de que eso ayude al equipo a ganar.
Taylor Jenkins no solo ha conseguido esconder a Steven Adams en defensa gracias al alcance de Jaren Jacklson Jr. como corrector del aro y al colmillo de sus defensores exteriores, también le ha convertido en centro neurálgico de su ataque a media pista. En un sistema ofensivo en el que todos revolotean, el pívot es quien asfalta todos y cada uno de los caminos que sus compañeros recorren por el carril de alta velocidad. Adams no es un complemento, sino un multiplicador.
Gran parte del libreto de jugadas de los Grizzlies comienza situando a Steven Adams en alguno de los codos de la zona para que los exteriores aprovechen sus bloqueos y distribución desde el poste alto. Es entonces cuando empieza la fiesta de cortes a canasta, puertas atrás, manos a manos o rizos junto al hombro del gigante. Pero su incidencia en el juego no acaba ahí, ya que es quizás no haya interior mejor para elevar la verticalidad de Ja Morant y su dominio en la pintura.
Quedarse en sus magníficas pantallas más allá de la línea de triple sería ignorar toda su brega para limpiar otras zonas de la pista. A Ja Morant este año se le ha comparado mucho con Derrick Rose, pero más allá de sus rectificados cerca del aro, el joven base de los Grizzlies normalmente se toma mucho más tiempo en su camino hacia el aro que el MVP más joven de la historia. Morant acostumbra ganar la posición a su defensor en el bloqueo y jugar con él a su espalda decidiendo cuándo dar el zarpazo al hierro. Y mientras calcula sus movimientos manteniendo la estabilidad de su liviano chasis gracias al contacto con su defensor, Steven Adams va barriendo los cuerpos que tiene por delante con inusitada facilidad.
El pívot dispensa su catálogo de agarrones y empujones en la zona sin aparente esfuerzo, y es la serenidad con la que los lleva a cabo lo que hace difícil juzgarlos como juego sucio o incluso astucia. Simplemente son el lenguaje de quien no entiende el baloncesto de otra forma y para el que la fricción y empuje constante son algo indisociable del deporte. Adams se ha visto metido en mil altercados por pura inercia, su juego no admite otra expresión que el de la confrontación, pero mientras la mayoría de sus rivales reaccionan con aspavientos y gestos de ira, la calma del neozelandés parece nunca truncarse.
Estragos en playoffs
Tan consciente como es de sus fortalezas, Stevo conoce más que bien sus carencias. Así, cuando comete su segunda falta recién comenzado el segundo partido de primera ronda frente a Minnesota y Jenkins le manda al banquillo, Adams se huele que no volverá a tener minutos de relevancia en la serie. En el primer duelo, Karl Anthony-Towns había insinuado que era inviable mantener al pívot en cancha ante un sistema que parte con cinco hombres abiertos capaces de amenazar desde el tiro y echar el balón al suelo.
Stevens asumió ser apartado como cualquier otra circunstancia en la vida, sin darle excesiva importancia. Su trabajo entonces continuó por ser el tótem que ya es en el vestuario y banquillo de los Grizzlies a pesar de su corta estancia. El destino quiso que se perdiese los dos primeros partidos de la serie contra los Warriors a causa del COVID-19, pero iba a estar más que preparado para cuando la oportunidad llegase.
Sin nada que perder con la serie 2-1 en contra y Ja Morant apartado por lesión, Jenkins decide devolver a Steven Adams al quinteto titular después de regalarle poco más de cinco minutos de la basura en el tercer encuentro. En estos dos últimos partidos solo Desmond Bane suma mejor balance que el pívot, a través de quien se explica bien el dominio del equipo en la derrota del cuarto partido y su apabullante victoria en el quinto.
Golden State salió dubitativo al FedEx Forum, y el choque con alguien como Adams no admite dudas. Casi toda canasta fácil o triple liberado con él en cancha lleva su sello, el de una lucha silenciosa que hace la vida más fácil para el resto. Cuatro partidos después Memphis recuperaba el duelo reboteador por primera vez en la serie, con Adams recogiendo seis rebotes ofensivos para un total de 13. El pívot se está aprovechando de que los Warriors no le están atacando demasiado con sus exteriores ni obligándole a defender lejos del aro, pero mientras esto no suceda, él no dejará de cubrir las espaldas de los suyos.
La Guerra Fría de un guerrillero noble
Las oscuras labores por las que se conoce a Steven Adams en cancha a menudo van recubiertas en una actitud hostil. Los jugadores tan específicos suelen demostrar un carácter agrio, reaccionario y en ocasiones procaz. Algo que, especialmente en la actual NBA, tiene más de fachada que de realidad. Pero Adams no necesita alzar la voz ni fruncir el ceño ni encararse con nadie para hacer saber al resto que es la persona más dura que campa por la NBA.
Durante su carrera ha tenido que escuchar todo tipo de cosas de sus rivales, aunque a él solo se le conoce un episodio de algo similar al trash talking con Jonas Valanciunas como objetivo. “Después de un centenar de veces pidiendo pelea, finalmente me di la vuelta y le dije ‘Tú no quieres meterte conmigo. Usas cuchillo y tenedor para comer tu comida. Yo uso mis manos’”. Este pequeño episodio es una de tantas anécdotas que el neozelandés recoge en su libro autobiográfico publicado en 2018 y que él mismo admite no haber querido escribir, pero que varias personas le dijeron que resultaría interesante. Aunque, para ser francos, él no ha puesto ni una letra en el papel. “Apenas sé leer, ¿cómo voy a escribir un libro?”.
Adams es una de esas pocas personas en las que basta con acercarse a su lado humano para conocer quién es como jugador y viceversa. La simpleza y minimalismo con el que afronta cada partido es exactamente la misma actitud con la que vive sus días. Eso sí, el esfuerzo no se negocia.
(Fotografía de portada de Michael Reaves/Getty Images)