LeBron James y el baloncesto en su justa medida

Qué difícil es poner en su debido lugar la grandeza que se presencia en directo. Veinte de los 25 años de mi existencia han sucedido ...

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Por David Sánchez

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Qué difícil es poner en su debido lugar la grandeza que se presencia en directo. Veinte de los 25 años de mi existencia han sucedido con LeBron James en la NBA. Diez aproximadamente desde que le veo prácticamente cada dos noches y tres desde que me gano la vida escribiendo sobre él. 

Siempre digo que LeBron y el Real Madrid han sido lo único estable en mi vida fuera de las paredes de mi hogar. De familia no he cambiado, pero sí de pareja, amigos y forma de ser. He pasado por el colegio, el instituto, la universidad y ahora escribo esto desde una redacción. Y, como sucede con los padres con los que todavía sigo conviviendo, cuando compartes tanto tiempo con alguien acabas dando por hecho todo lo que hacen por ti y, en cierto modo, despreciándolo. 

LeBron me sigue emocionando, pero es inevitable que su actual ‘yo’ no salga perdiendo con el ideal que vive en el David de 15 años que contiene el grito tras ver a Ray Allen anotar un triple imposible. Incomparable con el robasueños de un chaval que llora por un cúmulo de sensaciones tras presenciar una de las mayores remontadas de la historia del deporte. Ni siquiera con la romantización de un muchacho al que la vida comenzaba a presentar sus reveses y se refugiaba en las gestas de aquel superhéroe que arrastraba los jirones de una dinastía que no fue tal porque se encontró de frente con el rival más temible de todos. 

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Para abordar una figura como la suya lo más sencillo es hablar de uno mismo, porque lo inabarcable asusta e incapacita la razón. Al fin y al cabo, de eso va el deporte desde que se convirtió en fenómeno de masas, de que esos completos desconocidos sean un cachito de la existencia de cada uno de nosotros.

La mejor forma de encapsular a estos tótems es decir que fueron más grandes que el recipiente que los intentó contener. Mohammed Ali fue más grande que el boxeo. Di Stefano, Pelé, Maradona y Cruyff fueron más grandes que el fútbol. Tom Brady es más grande que el fútbol americano. Tiger Woods es más grande que el golf. Los Yankees son más grandes que el béisbol. Bill Russell, Kareem Abdul-Jabbar, Earving Johnson, Larry Bird, Michael Jordan y Kobe Bryant fueron más grandes que el baloncesto. Eddy Merckx fue más grande que el ciclismo. Rafael Nadal, Roger Federer, Novak Djokovic y Serena Williams son más grandes que el tenis. Y voy a parar antes de hablar de cosas que no sé. Lo cual ya he hecho. 

Sin embargo, con Lebron sucede algo extraño y probablemente adulterado por mi visión cortoplacista. LeBron Raymond James no ha sido más grande que el deporte de la canasta. LeBron James ha sido el baloncesto en su justa medida, ni más ni menos. En gran parte porque su persistencia en la cúspide deportiva le ha ayudado a recoger los frutos de las tendencias que él mismo inició.

Obligado a dejar poso

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‘El Elegido’ fue el primer mote que le endosaron aún siendo adolescente y el tatuaje que adorna la parte superior de su espalda y hombros desde que tenía 17 años y Sports Illustrated decidió titular así su portada. James nunca rebasaría expectativas porque con él estas apuntaban a un ideal que solo existe cuando la realidad por venir es todavía intangible. Dos decenios después y una impecable —pocas veces el vocablo fue más preciso— trayectoria, la figura de LeBron sobrevive a las aspiraciones dibujadas sin dejarlas atrás porque siempre fue tarea imposible. 

Su otro sobrenombre, ‘King’, que se creía autoimpuesto y por el que se le tachó de ególatra, ahora es poco menos que su nombre de pila. Y este título nobiliario no tiene procedencia divina más que la de un hombre que, contradiciendo el dicho popular, ha vivido lo suficiente para dejar de ser un villano.

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De su molde como jugador siempre destacó su absurda versatilidad para desempeñar cualquier labor sobre una cancha de baloncesto. Daba igual si a un lado u otro de la cancha, con o sin balón. Lo que a su llegada a la liga era un jugador del futuro, hoy es el perfil con el que la NBA aspira a poblar sus plantillas ya en la actualidad. Talentos capaces de desempeñar cualquier tarea en pista sumando tamaño, atletismo e inteligencia sobresalientes en un solo cuerpo.

La evolución del juego que a tantos dejó en el camino reveló al mundo uno de sus mayores dones y, al mismo tiempo, el que más resistió al elogio hasta que aquello de ‘es solo físico’ tornó insostenible ante la sapiencia baloncestística de uno de los jugadores más superdotados que existió en la lectura del juego. Si su pulsión natural siempre fue hacer mejores a sus compañeros a través del pase, aquel baloncesto que nacía para abrir espaciosas avenidas no hizo más que llevarlo a su culmen. Él ya tenía ese baloncesto dentro de sí, el cambio de paradigma sólo hizo que el ojo lo percibiese con mayor facilidad.

Su dimensión social, siempre a la sombra para aquellos que decidieron hacerse un nombre apuntalando cada uno de sus defectos —que por supuesto tiene, siendo uno de los más obvios precisamente su extrema preocupación y control con la imagen que proyecta—, constituye la base sobre la que se asientan las actuales estrellas de la NBA. Vocales y comprometidos con la comunidad sin dejar de ser hombres de negocios. James tomó la esfera mercantil que Jordan elevó a los cielos y la adhirió a un papel en el debate político que MJ nunca quiso acometer.

No lo hizo desde la protesta como se vieron obligados a hacer los Robertson, Russell y Abdul-Jabbar. Tampoco alcanza la trascendencia racial, y esto es algo que se le niega a Michael, que supuso que un hombre negro fuese el ser humano más conocido sobre la faz de la Tierra por primera vez en la historia contemporánea.

Pero su ímpetu en cambiar la vida de los jóvenes desfavorecidos en Ohio, su visión comercial en áreas que van más allá del deporte y su ‘shut up and dribble’; mostraron al resto de atletas que era posible tocar todos esos palos sin llamarse Michael Jordan. El ejercicio de autodeterminación y afrenta al normal discurrir de la agencia libre en la NBA que supuso The Decision es hoy el suelo sobre el que pisan las exigencias de cualquier jugador con el talento suficiente para tomar cartas en las decisiones sobre su futuro.

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Ninguna de las cualidades que hicieron a James pionero sobreviven hoy como algo único. No cambió el juego como Stephen Curry. No escudriñó límites inalcanzables en la figura de un deportista como hizo MJ. Y ha aguantado lo suficiente en la liga para dejar de ser un jugador venido del futuro. Su grandeza precisamente está en que veamos su carrera como algo ciertamente normal, una sucesión de eventos acontecidos con naturalidad.

Treinta y ocho mil trescientos ochenta y ocho puntos que se han apilado uno detrás de otro. Diez finales de la NBA —ocho de ellas seguidas— que llegaron a ser imposición y que ya empezamos a juzgar como la inverosímil hazaña que es. Un anillo con asterisco, dos forjados en la traición a los estamentos de la tradición NBA y otro, este sí, que pervive como su gran obra maestra y una de las mayores gestas en la historia del deporte. Todo esto con el agravante de seguir demostrando día a día su capacidad para agrandar dicha leyenda mientras lo seguimos dando por hecho. Ni más ni menos: LeBron James, el baloncesto. 

(Fotografía de portada de Christian Petersen/Getty Images)

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