Descanso y preparación en los preámbulos de las Finales NBA

Siete días y seis noches sin NBA se pueden hacer muy largas. El pasado jueves los Dallas Mavericks accedían a la gran cita en el ...

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Por David Sánchez

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Siete días y seis noches sin NBA se pueden hacer muy largas. El pasado jueves los Dallas Mavericks accedían a la gran cita en el quinto partido de la serie, permitiéndose unas 168 horas de preparación para su debut en Boston el próximo día 6 de junio. Los Celtics, por su lado, sellaron su pase a las finales el anterior lunes, gozando de 72 horas más de margen que el que será su rival. En la era de la gestión de cargas y en una postemporada marcada de forma brutal por las lesiones, esto significa una oportunidad idónea para tener entre algodones a ambas plantillas. Que Kristaps Porzingis pueda presentarse a la eliminatoria sin que ésta viaje a Dallas, que las rodillas de Luka Doncic estén en formol y que el resto lleguen con fuerzas renovadas al último capítulo del curso. 

Esta es también la NBA de hoy día. Un absoluto quebradero de cabeza para controlar los descansos, los picos de rendimiento y forma y reducir los riesgos de lesión al máximo. La analítica avanzada ha llegado también a la preparación física gracias a artilugios que miden con más o menos exactitud la actividad física en todas las vertientes posibles. Intensidad, desgaste, biomecánica… A través de esto se educa al jugador en cómo debe llevar a cabo sus movimientos y rutinas para no castigar demasiado a sus músculos, huesos y articulaciones.

Aun así, todas estas evidencias científicas no han logrado determinar la efectividad del load management. A inicios de 2023 Adam Silver aseguraba que existían pruebas suficientes para asegurar que funcionaba para, en septiembre, decir todo lo contrario e introducir la política anti gestión de carga. Así que seguimos con una evidencia difícil de rebatir: a más partidos y minutos jugados, mayor riesgo de lesión. 

Más zanahoria que palo

En este contexto el correcto descanso del deportista se ha beatificado. La siesta es poco menos que un mandamiento sagrado y el control del sueño y el número e intensidad de entrenamientos se llevan a rajatabla. La mofa ahora se cierne sobre el que trabaja aparentemente de más. Se aplaude que Nikola Jokic pase el verano de verbena en verbena mientras los Minnesota Timberwolves este año y los Phoenix Suns en 2022 son motivo de burla por sus entrenamientos de fuerza y movilidad después de cerrar una serie de playoffs. 

https://twitter.com/Timberwolves/status/1792407070568018385

Incluso Tom Thibodeau, aparentemente el único superviviente de la vieja escuela (Gregg Popovich es otra cosa), sabe soltar la cuerda. “La gente no tiene ni idea de cómo funciona el equipo. Les gusta tener su narrativa. Pero este es el séptimo año de mi carrera y nunca había tenido tantos días libres como esta temporada”, decía Josh Hart sobre Thibs y las habladurías sobre su pira de jugadores. 

Esto, claro, no siempre fue así. El propio Thibodeau dio sus primeros pasos en una era donde el entrenador era poco menos que el comandante de su propia milicia. Aquellos New York Knicks de Jeff Van Gundy en los que Thibs se comenzó a hacer un hueco en la mejor liga del mundo eran herederos de aquel hombre de rectitud inmaculada que hizo de lo exhaustivo dogma. El descanso no formaba parte del diccionario de Pat Riley, ni siquiera entre series de playoffs.

Campamento de instrucción

Bajo el mando de Riles, el término concentración se llevaba al extremo. Ya fuese en los primeros entrenamientos de pretemporada o en esos huecos que permitía la distancia entre cerrar una serie de playoffs y comenzar la siguiente, el entrenador gustaba de llevar a sus chicos lejos de lo que él consideraba distracciones. Un término que abarcaba familias o allegados y, en realidad, cualquier cosa que no tuviese que ver estrictamente con el equipo. En Charleston, Carolina del Sur, aproximadamente a dos horas de vuelo de Nueva York, los knickerbockers se sometían a jornadas de sesión matutina y nocturna que doblaban en duración, y probablemente en intensidad, a las que se estilaban en la mayoría del resto de equipos. Bienvenidos al ‘Camp Riley’. 

Los Knicks eran una obra construida a imagen y semejanza de Pat, el equipo donde su método cobró más relevancia mediática porque no había en el conjunto de la Gran Manzana el glamour cuasi aristócrata asociado a sus Lakers. Pero fue en Hollywood donde Riles comenzó a poner en práctica sus extenuantes sesiones de entrenamiento. La más famosa de ellas, la que tuvo lugar en Santa Bárbara un junio de 1989. 

El conjunto angelino se plantaba en las finales de la NBA por octava vez en la década y después de llevarse el título en los dos cursos anteriores. Hasta entonces repetir campeonato parecía una quimera, pues no se daba desde que los Celtics lo consiguiesen por última vez en el 68 y 69. Pero la ambición de Riley, quien en la celebración de sendos anillos había llamado a la necesidad de reincidir en el éxito al año siguiente, no conocía límites. 

De vacaciones a Santa Bárbara

Endosarle un 4-0 a los Phoenix Suns en las finales de conferencia suponía cerrar su lado del cuadro con un inmaculado 11-0 y gozar de cinco días más de descanso, para un total de ocho, que los Detroit Pistons, que andaban arrancándose la piel ante Michael Jordan y sus Chicago Bulls. Tiempo que Riley aprovechó para una de sus fugaces escapadas a la localidad del noroeste de California. Tres días que servirían de retiro espiritual y puesta a punto. 

Solo los integrantes del equipo podían dar cuenta de la dureza de aquellas jornadas porque, por supuesto, las instalaciones cerraban a cal y canto para prensa y curiosos. Un animal atlético como Michael Cooper llegó a llamar ‘Coach Hitler’ a su técnico, dejando que el que escuchase interpretase qué porción había de realidad y cuánta de sarcasmo en sus palabras. Aquel tute terminó con los femorales de Byron Scott y Magic Johnson diciendo basta. El primero a 24 horas de abrir las finales y el segundo en el primer cuarto del inicio de las mismas. 

La narrativa que acompaña a Los Angeles Lakers como mercado más opulento del panorama NBA y esa costumbre de arrebatar a los Pistons de Chuck Daly el protagonismo en su propia historia, provocan que aquellas Finales sean recordadas mayormente por aquellos tres días en Santa Bárbara que los más agoreros sentencian como la muerte de la dinastía. Riley no dio un paso atrás, haciendo ver que aquellas eran sus formas. “Esta siempre ha sido mi política. Traté de mantener el espíritu competitivo y el condicionamiento durante ocho días. No podía hacer menos”, diría justo antes de ser barridos por Detroit (4-0).

¿Mito o realidad?

El propio Byron Scott insistió aquellos días en que el campamento no había incidido en su lesión. “Me sentía descansado y en mejor forma que durante la temporada regular”, aclaró. Las declaraciones de jugador y técnico nunca acallaron la teoría de que Riley quemaba a sus jugadores en las concentraciones. A pesar de que antes se habían demostrado efectivas o, al menos, no habían tenido una incidencia negativa en el resultado de la temporada. Dos años antes, en las vísperas de las Finales del 87 ante los Boston Celtics, el equipo había hecho exactamente lo mismo. Solo que en vez de tres días, fueron cinco los que pasaron de encierro. Durante los cuales hubo hasta tres sesiones dobles solo separadas por no menos agotadoras revisiones de vídeo. 

Aquellas Finales del 89 acabaron siendo la última ocasión en que Kareem Abdul-Jabbar jugó un partido de baloncesto en la NBA. Al ‘Capitán’ no le hacía demasiada gracia el desgaste al que se sometía el equipo. “Técnicamente, Pat tiene que asumir la culpa”, sentenciaría tiempo después. “No es responsable de las lesiones, pero es posible que se pasase con los entrenamientos”. 

Nada de esto cambió el parecer de Riley, que siguió ejerciendo el mismo modus operandi en Nueva York y en Miami, donde cultivó una religión en torno al condicionamiento físico como requisito ineludible que llega a nuestros días. El avanzar del tiempo y la ciencia aplicada al deporte le han ido arrebatando la razón al ahora presidente de los Heat, desterrando por completo el concepto de concentración para delegar la responsabilidad en los jugadores y dejando a su cargo la abstracción y dedicación durante la postemporada. En los nuevos tiempos, el descanso y la cautela son monarcas. 

(Fotografía de portada de Alex Bierens de Haan/Getty Images)

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