Dominique Wilkins, Magic Johnson y la cruzada contra los Utah Jazz

La suerte siempre le fue esquiva en el draft a los Utah Jazz, con Dominique Wilkins y Magic Johnson como los casos más característicos en la historia de la franquicia. Y relacionados entre sí.

Foto del autor

Por Jacobo León

Publicado el

Artículo publicado inicialmente en mi newsletter Ensayos de Básquet

En aquel verano de 1982, los Utah Jazz se situaban como uno de los proyectos más inestables y derrotistas del Oeste estadounidense y de toda la NBA.

El propietario Sam Battistone había acabado hasta los mismísimos de todas esas derrotas —deportivas y económicas— que percutían directamente en la alarmante caída de la asistencia del Superdome, por lo que decidió echar el cierre en New Orleans en 1979 y probar mejor suerte en un estado de Utah huérfano de baloncesto desde la desaparición de los Starks de la ABA.

Aún así, las cosas no iban mucho mejor en Salt Lake City y tan solo la determinación y el empeño de Frank Layden —quien recorrió de punta a punta los 220.000 kilómetros cuadrados del estado para asegurar que los Jazz serían bien recibidos— mantenía viva la franquicia. Eso sí, entre cuidados paliativos. Los 50 millones de dólares que abonó la familia Miller entre 1984 y 1986 aseguraría la supervivencia de la organización —que estuvo muy cerca de mudarse nuevamente con destino a Minnesota—, aunque para ello tuvieron que esperar casi un lustro.

La cuestión es que ni con Pete Maravich —en New Orleans— ni con Adrian Dantley —ya afincados en Salt Lake City—, los Jazz lograban gran cosa. De hecho, no habían sido capaces de superar las 30 victorias en ninguna de sus cuatro campañas desde la mudanza. “Teníamos el cartel de perdedores”, explicaría David Fredman, por aquel entonces director de scouting. Stan Albeck, entrenador de los Chicago Bulls durante la temporada 1985-86, confirmaría estas palabras. “Cada vez que veíamos en el calendario que jugábamos contra los Jazz decíamos que teníamos una victoria asegurada”.

Tampoco daban con la tecla desde el draft, en un cúmulo de malas decisiones que parece haber acompañado a la franquicia desde entonces. En 1979 escogerían con el pick 20 a Larry Knight, excelente reboteador procedente de la Universidad de Loyola, quien, sin embargo se diluyó en su salto a la NBA. Tanto que fue cortado en el training camp y nunca llegó a debutar en la liga. Volveremos más adelante al draft de 1979, porque años atrás se había fraguado una rocambolesca operación que terminaría por dejar a los Jazz sin el pick 1 de aquel año.

En 1980 sí que atinaron con la selección de Darrell Griffith en segunda posición, pero en 1981 volvieron a meter la pata al escoger a Danny Schayes —hijo de Dolph Schayes, una de las primeras grandes estrellas de la NBA— con el pick 13. Si bien su carrera se prolongó como jornalero hasta 1999, en los Jazz tan solo completaría temporada y media antes de ser traspasado a Denver.

Así aterrizamos en aquel draft de 1982, celebrado el 29 de junio en el Madison Square Garden. Por aquel entonces no había sorteo ni probabilidades, por lo que el orden de selección lo definía el récord y solo otros dos equipos —Cavaliers y Clippers— habían sumado menos triunfos que los Jazz, que se quedaron en 25. Así, James Worthy y Terry Cummings fueron seleccionados en las dos primeras posiciones.

Era el turno de los de Salt Lake City y Frank Layden lo tenía claro: Dominique Wilkins, espigado alero de la Universidad de Georgia conocido por sus altos vuelos y que venía de ser elegido mejor jugador de la Southeastern Conference.

Sobre el papel, una decisión lógica y correcta para su pick.

Sin embargo, las cosas ya venían torcidas: Wilkins había aireado a los cuatro vientos su negativa a jugar para los Jazz y estos, aún así, decidieron seleccionarlo.

Trasfondo de un ‘no’

“No voy a jugar en Utah”, dijo entonces Wilkins, quien insistió en que “nunca hubiera jugado” para los Jazz años después en su aparición en el podcast All The Smoke. Las razones ya se compartieron entonces y el Hall of Fame las rescató de nuevo en dicho episodio.

“Quería quedarme en Atlanta, vivir en Atlanta, estudiar en Atlanta y jugar para los Atlanta Hawks”, expresó Wilkins, quien tuvo muy claro desde el inicio cuál sería su destino en la NBA. Tampoco arregló las cosas que Layden le trasladara su deseo de que jugara como ala-pívot en lugar de su puesto habitual como alero.

Pero hubo otro factor muy importante en su decisión de rechazar a Utah: Magic Johnson. Wilkins y el base se habían hecho muy cercanos mientras jugaban torneos de verano por todo el país. Si existía alguna posibilidad de que el alero reconsiderara su postura, Magic la echó al traste: él también estaba de acuerdo con que se negara a jugar para los Jazz.

“Solía viajar con Magic Johnson. Íbamos él, yo y a algunos de los mejores jugadores de la NBA para jugar al baloncesto durante el verano por todo el país. Y ese creo que fue el comienzo de mi decisión: jugar y estar con Magic. Nunca fui a Utah. Nunca visité la franquicia, así que me traspasaron poco después”.

Lo gracioso en todo esto es que —retomando el draft de 1979, como dije antes— Magic también tuvo oportunidad de ser jugador de los Utah Jazz. O, al menos, ser elegido por ellos. De hecho, el pick 1 de aquella camada perteneció a los Jazz, pero estos lo traspasaron en 1976 a Los Angeles Lakers a cambio de Gail Goodrich. En aquella operación también acabaron en California los derechos de un tal —agárrate que vienen curvas— Moses Malone que jugó un año para los Utah Starks.

¿Qué resulta más complicado: soñar con un Big Three compuesto por Magic, Wilkins y Malone o quedarse sin ninguno de los tres? Pues los Jazz optaron por el auto boicot.

El traspaso y ramificaciones

“En ese momento, Utah tenía dificultades para cubrir sus gastos. Así que el dinero que obtuvieron en mi traspaso les ayudó por un corto periodo de tiempo hasta que consiguieron nuevos dueños e inversores —la ya mencionada familia Miller—”, añadió Wilkins en el podcast de Matt Barnes y Stephen Jackson.

El 2 de septiembre de 1982, los Jazz traspasaron a Wilkins a los Atlanta Hawks que tanto deseaba a cambio de John Drew, Freeman Williams y un millón que dólares que supuso una bombona de oxígeno para las famélicas arcas de la organización. Y, finalmente, lo único potable de aquella operación: Drew se convirtió en el primer jugador en ser expulsado de por vida de la NBA por consumo de drogas y Williams fue despedido dos meses más tarde.

En consecuencia, los Jazz apenas obtuvieron 30 victorias en la temporada 1982-83, pero, al menos, la mala fortuna que les había perseguido en el draft hasta entonces cambió por completo en el siguiente trienio: en 1983 escogieron a su —casi— eterno Sexto Hombre y actual comentarista de la franquicia Thurl Bailey, y, en los dos años siguientes, aterrizaron los dos mejores jugadores en la historia de la franquicia y pilares de aquellos Jazz que se atrevieron a disputarle la corona a Michael Jordan y sus Bulls: John Stockton y Karl Malone. Poco después, Layden entregaría el testigo del banquillo a Jerry Sloan para completar la receta.

Así, los Jazz se ganaron el respeto de sus adversarios y dieron un sonoro portazo a un pasado inestable repleto de fracasos, malas decisiones y muy poca fortuna, para convertirse en una de las franquicias más sólidas y competitivas de los últimos 40 años.

Hasta que llegaron Ryan Smith y Danny Ainge.

Artículo publicado inicialmente en mi newsletter Ensayos de Básquet

TE PUEDE INTERESAR