Para un joven inestable, no hay mejor sitio donde caer que en los brazos de Gregg Popovich. El ya exentrenador (aún cuesta decirlo), ha sido una figura paterna para innumerables jugadores a lo largo de sus casi 30 años de carrera en el banquillo de los San Antonio Spurs. Pocos a los que marcase tanto como a Dejounte Murray, un chico que llegó a la franquicia texana con una infancia y adolescencia convulsa como pocas. Donde la violencia y la delincuencia eran norma.
El base de los New Orleans Pelicans se ha pasado por The Pivot Podcast para charlar largo y tendido de su vida en Seattle. Su testimonio es digno de ser escuchado, aunque él no sienta ningún orgullo en poder contar que salió de allí por el peso que supone haberlo vivido. De la entrevista, aquí destacaremos un episodio que engorda la leyenda de Pop y su infinita calidad humana.
«Popovich no quería que volviese a Seattle»
Para mí fue como una figura paterna. Si pudiera estar aquí te contaría que soy el único que ha ido a su despacho a llorar en su hombro por todas las muertes que ha tenido que presenciar en Seattle y cuántos funerales he tenido que pagar. Mucha gente de mi círculo no lo sabe. Pop no quería que volviese a Seattle, y desde que me draftearon, no volví. Eso es un hombre que quiere que alcance primero mi potencial como ser humano antes que como jugador. Él intentó que mi madre se mudase a San Antonio después de que la disparasen en la pierna. Y lo iba a pagar de su bolsillo sin que yo lo supiese.
Son incontables las vidas que habrá tocado Popovich de forma directa o tangencial. Incalculables las anécdotas que se podrían contar sobre su generosidad. Y quizás nadie que la necesitase más que Murray en el momento que se la dio. «Se preocupaba por mí. Me quería. Con sus actos, no solo de palabra», dice emocionado el base.
(Fotografía de portada de Brett Davis-Imagn Images)