Decían las ‘malas lenguas’ –bueno, en realidad todas– que Ace Bailey quería llegar al draft con la sartén por el mango. A diferencia de otros muchos novatos, a él no le valía con ser elegido entre los primeros, sino que además deseaba decidir al cien por cien en qué equipo jugar, algo que obviamente va en contra de la propia fisonomía de un sistema hecho para premiar a los peores equipos del curso anterior y no al que ese nuevo talento en ciernes determine.
Decidido a hacer realidad su deseo, el de acabar en esa franquicia en la que se veía con más opciones de convertirse en una estrella a corto plazo, optó por directamente rechazar entrenar con cuanto equipo se lo proponía como elemento casi indispensable previo al draft. Ya por entonces se empezó a poner en duda su carácter o profesionalidad, algo que en todo caso poco tiene que ver con el instinto primario de no dejar el futuro en manos de otros. Pues bien, su plan estaba en marcha, tal y como explica Marc Stein, hasta que los Utah Jazz se cruzaron en su camino.
Según el citado periodista, todo lo que hizo Bailey fue para forzar su elección en el draft por parte de los Washington Wizards, algo que finalmente no ocurrió porque los de Salt Lake City tenían otros planes.
Ya elegido, y lejos de mostrar una sonrisa, ese producto de los Rutgers plantó en hasta dos ocasiones a los Jazz cuando debía presentarse con el equipo, lo cual llevó a que incluso se pensase, de modo irónico, si su propio agente le estaba boicoteando la carrera. Finalmente la situación no pasó a mayores y se terminó reuniendo con el que hoy es su equipo y, previsiblemente, al menos para siete años. Lo que parece seguro es que no será el último capítulo con un jugador que aún debe encontrar su sitio en la NBA.
(Fotografía de Brad Penner-Imagn Images)