NBA: Where Amazing Happens?

Al calor de los casos de Chauncey Billups y Terry Rozier, la NBA pierde la pátina de pureza que la eleva donde hoy yace.

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Por David Sánchez

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Madrugada. La adrenalina de lo prohibido. Un televisor de tubo con el volumen al mínimo para no desvelar a quien aún dormita, pero el brillo al máximo. La pantalla emite colores que hasta entonces solo existían en los dibujos animados. Los cuerpos que se intercalan en ese caleidoscopio de tarima y graderío bailan una danza desconocida. Entre lo grácil y lo salvaje. Aquello era muy diferente. Como asomarse a otro mundo. Costaba pensar que fuese real.

Sin saber qué impacto tuvo en la propia Estados Unidos, en esa época la NBA comenzó a utilizar un eslogan que venía al pelo para vender su producto al otro lado del Atlántico. ‘Where amazing happens’. Al ciudadano local le sonaría a fantoche. Otra cuña publicitaria más. Sin embargo, aquí esas tres palabras servían para destilar el sentimiento de todo aquel que se acercaba curioso a la liga de aquellas tres siglas que tenían algo de mágico. 

‘Amazing’, que al castellano se traduce como increíble, era el adjetivo perfecto. Porque realmente costaba creer que existiesen humanos capaces de hacer lo que veíamos en las pequeñas píldoras que nos llegaban en formato Top 10, resumen del All-Star o documental. La generación anterior había corroborado que aquellas personas eran de carne y hueso en Barcelona 92. La mía no entendía cómo un chico nacido en Barcelona podía codearse con los extraterrestres. 

Hoy corremos el riesgo de dejarnos de creer lo increíble. 

Elucubraciones en barbecho

No es nada nuevo. El deporte de masas siempre ha estado salpicado por el amaño y el juego en mayor o menor medida. La aparición del eslogan mencionado coincide en tiempo con el escándalo de Tim Donaghy, un árbitro que admitió haber arreglado partidos durante varios años en la primera década del presente siglo. Cuando Michael Jordan parecía ser un ente divino, demostró su humanidad con su adicción al juego. Jack Molinas trajo de cabeza a la primera NBA allá por la década de los 50 con su insana afición por las apuestas. Y eso sin salir de la mejor liga de baloncesto del mundo o alejarnos de los casos más conocidos. 

En realidad, no es más (ni menos) que otro capítulo de la estrecha relación que mantiene Estados Unidos con los excesos. 

Nunca antes, eso sí, la suspensión de la incredulidad del seguidor había estado tan a prueba. Intoxicado por la omnipresencia de la especulación presentada en diferentes formas.

Si a estas alturas seguís entrando a Twitter (oficialmente X) con asiduidad y vivís en España, sabréis de lo que hablo. Para alguien a quien le interesa el deporte es imposible hacer scroll sin encontrarse con un post que apunte a la deslegitimidad de las competiciones. 

El presunto robo arbitral se ha convertido en el análisis predominante, ahora también en el internet al que un día acudimos huyendo de aquello. Casualmente, todos se sienten hurtados. En el caso del fútbol, hasta hace unos años era sencillo separarse intelectualmente de quien creyera en conspiraciones sin aportar hechos. Después de la aparición del ‘Caso Negreira’, estas creencias quedan legitimadas y se multiplican.

Creer que si alguien peca, no será muy distinto con el resto es nocivo para la mera concepción de la vida en comunidad y, en este caso, para sustentar la afición al deporte de masas. También inevitable. 

De la pantalla al parqué

Una parte del discurso que se apodera de la red de redes tiene un lugar especialmente reservado para la gamificación externa del deporte. El juego alrededor del juego. Que a menudo se viste con la inocencia de las Ligas Fantasy para encubrir que al deporte ya no se lo mira con los mismos ojos. Quien forma parte de una de estas pachangas digitales con amigos lo sabe. No ve jugadores, ve rendimientos de un trabajador ficticio. Y esa mirada no es muy diferente de la que ejerce quien pone sobre la mesa dinero real en que un jugador meta gol o reciba una amarilla antes del minuto 20 o cubra su over/under de rebotes. 

El juego no tiene que destrozar vidas para emponzoñar nuestro acercamiento al deporte. Quién no ha escuchado que algún conocido mete unas perras a cierto partido para inyectarle emoción al visionado del mismo. Uno de tantos peligros derivados de que todo esto tenga que ser un espectáculo para escalar en un mundo capitalista. 

De un tiempo a esta parte, los apostantes han traspasado la pantalla para ser parte real de la vida de los protagonistas. Las estrellas de la NBA también se meten en Twitter y atisban una creciente presencia de contenido relacionado apuestas en su TL. Detrás de cada banquillo, raro es el día que algún supuesto aficionado no grita sus apuestas de la noche a jugadores o técnicos para intentar meter presión. A los que estamos al otro lado solo nos queda rezar para que estar expuestos a todo esto no acabe sedimentando en sus subconscientes. 

A estas alturas, quien más quien menos ha visto el vídeo de Terry Rozier jugando tan mal ante los Cleveland Cavaliers que resulta imposible pensar que no estaba arreglando sus estadísticas. 

‘CalienteDeMiami’, usuario concurrente en el muro de comentarios de esta web, escribió lo siguiente al respecto el día que saltaron las noticias: 

“Acabo de ver el vídeo de Terry Rozier con la camiseta del HEAT amañando partidos… Que no vuelva a vestir nuestros colores jamás, vaya a la cárcel o no, este tramposo fuera del HEAT ya mismo”.

Precisamente aquí es donde se caen los hilos que sostienen el teatrillo. El FBI no investiga a Rozier por ese partido. Al menos que sepamos. E incluso en casos como los de Jontay Porter, un jugador al que le bastaría con quedarse en la esquina para pasar desapercibido y no alcanzar sus puntos estimados, el desencadenante de su sanción es ausentarse de un encuentro a las primeras de cambio con una lesión al parecer fingida que le habría comunicado a los apostantes. 

Es decir, que si un jugador quiere rendir estadísticamente por debajo de su estándar, lo normal no es que cometa pérdidas tontas o lance tiros terroríficamente mal. Sino que se muestre menos activo de lo normal o finja una lesión para ser apartado.

En el contexto que conocíamos, las imágenes de Terry Rozier serían uno de los ‘Shaqtin’ a Fool’ más hilarantes de la temporada. Parte del gran espectáculo sobre el que se asienta la NBA. Pero en uno consumido por las apuestas, la duda y el juicio son lícitos. Y eso mata la competición y el producto porque impide mirar al deporte con ojos inocentes, lo cual todos entendemos que es el escenario ideal para acercarse a esta industria. 

Estos días se ha hecho muy desagradable ver a usuarios que regresan a momentos que recuerdan con nitidez y que ahora les resulta imposible pensar que no fueron fruto de una relación obvia con líos de apuestas. 

Actores del teatrillo

Los que hayáis llegado hasta aquí, habréis caído en lo evidente. NBAMANIACS también da cabida a las casas de apuestas en ciertos contenidos de la web. Honestamente, en la redacción estamos contentos con la forma en la que hacemos publicidad de este tipo de negocios. Limitados a un tipo muy concreto de textos y sin invadir el espacio del lector. Pero no somos inocentes. Sabemos ser parte del problema. 

La decisión de pactar con el diablo, que nos fue impuesta, se vio desde el principio como un precio a pagar para que siguierais disfrutando de NBAMANIACS como lo hacíais hasta entonces. Con el añadido de que podríamos dedicar más esfuerzos a contenidos especiales y que estos contenidos (podcast, artículos…) dejasen de estar tras un muro de pago. Es ahora cuando, reflexionando, tomo consciencia de ponerme las mismas excusas que escucho de Adam Silver en pos de la transparencia que otorga caminar de la mano de FanDuel, ESPN Bet o DraftKings.

Cualquier periodista deportivo asume desde un principio que su carrera discurrirá mayormente hablando de cosas poco importantes. Vivimos en la superficialidad de creer que la vida nos va en un balón naranja y una red enganchada a un aro. Y así, podemos disociarnos del problema real que supone la adicción al juego para una parte sustancial del tejido social.

Nosotros hemos venido aquí a haceros los días un poco más llevaderos y a contaros el deporte para que, de vez en cuando, logréis verlo con los ojos del niño. Embrujo que debería ser fácil alcanzar viendo a Victor Wembanyama o a Stephen Curry haciendo sus cosas, pero que resulta en un absurdo si por un momento pensamos en la fragilidad del constructo. 

Ver baloncesto en las horas posteriores a las detenciones nos devolvió la extrañeza de la jornada disputada tras la muerte de Kobe Bryant ¿De verdad tenemos que seguir jugando? 

Un gigante que nota tener los pies de barro

Desde el jueves, muchas voces se han alzado pidiendo la dimisión de Silver. Algo impensable teniendo en cuenta que acaba de iniciar el contrato televisivo que ha convertido a la NBA en la segunda competición deportiva más rica del planeta. Hito nunca antes logrado.

Sí es cierto que el comisionado se encuentra en el punto más delicado de su mandato a nivel público. Pues acumula varios años en los que lo que sucede alrededor de la competición que gestiona ha ido socavando los valores que hacían de ella una liga deportiva vanguardista. Desde la relación comercial con las casas de apuestas y países de riqueza tan infinita como su ignorancia de los derechos humanos, a su tibieza con casos de maltrato doméstico. 

Como ocurre con los amaños, presuntos escándalos como los de Kawhi Leonard afectan a la parte más sacra de la competición. Esa idea de igualdad de oportunidades que después no es tal, pero que supone la base de todo y que ahora admite suspicacias sobre quién se la salta a la torera. 

La NBA comunica una y otra vez que actuará para asegurar la integridad de la competición, sabiendo que la pureza de la competición ya está comprometida. No existe persona más consciente que ellos de que no hay peor mal para el espectador que pensar que lo increíble realmente no se puede creer.

(Fotografía de portada de NBA)

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