Cualquier curso sobre narrativa enseña en su primera lección que toda historia que quiera ser contada necesita conflicto. Sin conflicto, no hay un elemento que ponga la trama en marcha, no hay nada que lleve al personaje al límite, no hay algo que haga al espectador preguntarse qué va a ocurrir. En resumen, no hay forma de hacer que aquello que se cuenta resulte interesante. No hay una historia.
Y cubrir una liga deportiva tiene en cierto modo bastantes similitudes con contar una historia. Solo que en vez de un protagonista único, hay tantos como equipos participen, que en el caso de la NBA son 30. Equipos en torno a los que, por lo general, no es difícil establecer una narrativa.
¿El equipo que tras años de trabajo ha ido escalando poco a poco hasta lo más alto? Historia de superación. ¿Al que le empieza a llegar su fin de ciclo? Historia de ascenso y caída. ¿Con el que nadie contaba y ha dado la sorpresa? Historia de redención.
Incluso con el que está hundido en el pozo perdiendo noche tras noche se puede construir una historia de drama cercana a la pornomiseria. No hay casi ninguna situación que no permita encontrar una forma interesante de abordar la actualidad de un equipo. Casi. Porque esta temporada estamos volviendo a encontrarnos con un problema viejo como el mundo: ¿qué hacer cuando el protagonista es demasiado poderoso?
Homero tuvo que crearle a Aquiles un punto débil en el talón, igual que Siegel y Schuster tuvieron que crearle la kryptonita a Superman. Sin estos elementos no había conflicto, no había historia. Sin estos elementos habrían creado a personajes tan perfectos que no resultaría interesante hablar de ellos. Sin estos elementos habrían creado a los Oklahoma City Thunder.
Ganar como (dañina) costumbre
No llevamos ni siquiera un cuarto de temporada regular, pero OKC está firmando un curso que va camino de ser histórico. Esta madrugada se han convertido en el décimo equipo en arrancar la liga con un balance de 17-1 o mejor, pero más que sus victorias lo que asusta es la contundencia de las mismas.
Si el año pasado se convirtieron en el equipo con el segundo mejor net rating de la historia con un +12,7, este año están pulverizando dicho registro con un +16,9, haciendo parecer mundano lo que hace unos meses no tenía precedentes. Sus últimos nueve partidos se han saldado con pleno de victorias, todas ellas por dobles dígitos, y de hecho los encuentros han quedado resueltos desde tan temprano que Shai Gilgeous-Alexander no ha pisado la pista en el último cuarto en siete de ellos.
Shai Gilgeous-Alexander moves closer to Wilt Chamberlain 👀
— NBA (@NBA) November 24, 2025
37 PTS | 5 REB | 7 AST | 2 STL
That's 90 straight games with 20+ PTS, three away from passing Wilt (92) for the second-longest streak in NBA history! pic.twitter.com/col9eudhIv
Sin ir más lejos, esta madrugada han sepultado por 122-95 a los Blazers, único equipo que ha podido robarles un triunfo este año, en un duelo en el que ya iban 21 arriba al final del primer cuarto. Es sencillamente un nivel de dominio prácticamente sin precedentes. Un dominio tal que, paradójicamente, resulta difícil de contar. Porque «el equipo que todo el mundo esperaba que ganase fácilmente ha ganado fácilmente» no es una historia interesante.
Y esto genera que no se hable de los Thunder. Es algo de lo pecamos en nbamaniacs, donde les hemos dedicado apenas tres noticias durante esta racha de victorias que dura ya dos semanas y media, pero es algo que podría esperarse de un medio de capacidad limitada que, cuando tiene que elegir a qué partidos dar cobertura de una noche en la que se han jugado 10, no puede no dejar fuera ciertas cosas.
Pero atendiendo a medios más grandes, los que de verdad marcan la agenda, ocurre lo mismo. Y por un lado es comprensible. Pero a la vez, no deja de resultar injusto que por el hecho de ser los actuales campeones y que todo el mundo esperase que fueran un grandísimo equipo se desmerezca de esta forma lo que están haciendo. Un sentimiento que no es del todo extraño para otras aficiones.
El mal del campeón
Hay quien podría argumentar que el gran mal de estos Thunder no es tanto ser demasiado buenos como ser demasiado pequeños. Como uno de los mercados con menos población de la liga, todo lo que ocurra en Oklahoma va a tener más problemas para abrir portadas, y si fueran los Lakers quienes, viniendo de ganar un anillo, estuviesen firmando este arranque de curso no estarían ni de lejos tan relegados al segundo plano. Y algo de verdad hay. Pero no hay que irse muy lejos para encontrar un contraargumento.
Porque esa excusa no sirve para unos Boston Celtics que pasaron por algo muy parecido hace apenas un año, cuando venían de ser campeones y, aunque la cosa acabó torciéndose, parecían tener todas las papeletas para repetir. Y eso que ni en cuanto a número de victorias ni en cuanto a contundencia de las mismas se acercaban a estos Thunder. Pero la sensación era similar. La sensación de estar ante un equipo tan bueno que deja de ser atractivo.
Y por tanto se llegaba al curioso fenómeno por el que solo se hablaba de ellos cuando perdían, porque de alguna manera era ahí y no en sus predecibles victorias donde estaba el interés. Algo que ocurriría también con Oklahoma si perdieran de vez en cuando. Pero es que no lo hacen.
Por eso toca inventar columnas como esta con las que intentar que no desaparezcan del imaginario colectivo. Porque ni siquiera siendo un equipo perfecto es fácil ganar 17 partidos de 18 con tanta solvencia, sobre todo cuando vienes de conquistar el anillo y eres por tanto el rival al que todo el mundo quiere batir. Menos aún con tu segundo mejor jugador lesionado en el banquillo y bajas constantes en otras posiciones. Porque a veces toca recordar que previsible no es sinónimo de aburrido.
Quizás ninguna de las victorias de los Thunder conforme un relato interesante en sí misma, pero este tramo de 18 partidos sí lo hace. Y si no lo parece es simplemente porque los de Daigneault están viviendo los problemas de ser uno de esos planteles que parecen tocados por una varita. Un problema que, eso sí, otras 29 franquicias se matan cada día por tener que afrontar en el futuro.
(Fotografía de portada: Alonzo Adams-Imagn Images)





