¿A alguno os gusta la NBA?

Cuando cuelgas un viaje en Blablacar pueden ocurrir varias cosas.

El peor escenario es ese en que tu coche pasa inadvertido y te meriendas tú sólo tanto el trayecto como el inclemente depósito gasolina. No suele pasar, pues incluso viajando entre semana y a horas inconstitucionales, siempre ‘aparece’ alguien que comparte misma agenda infernal y carcelaria.

El segundo peor es que sí ocupes los asientos pero no hagas click con ninguno de tus pasajeros, y es ahí cuando la radio se convierte, de repente, en el mejor invento de la humanidad. Esto es más raro aún, pues con los años me he dado cuenta de que el Blablacar es mas o menos como un Erasmus sobre ruedas. O al menos comparte su mismo espíritu. No es ni el lugar ni la gente; es la actitud. Al igual que todos dejamos nuestra versión más rancia en el país de origen para atestar la maleta sólo de dicharachería y good vibes, cuando subimos a un Blabla nos dejamos atrapar por idéntico talante: emerge nuestro lado más majo y extrovertido, acompañado por una sonrisa intachable que se prolongará por el puñado de horas que van desde el punto ‘Y’ al ‘Z‘.

Pura camaradería social y financiera.

Madrid – Córdoba

El pasado miércoles me tocó hacer el Madrid-Córdoba, y publiqué el viaje esperando que no se dieran ninguno de los dos párrafos anteriores. Son casi cuatro horas con mi viejo Koleos a punta de gas, por lo que al precio al que está el crudo sale ídem hacerlo ‘de Rodríguez’. Afortunadamente, esquivé esa bala en cuanto un mensaje en negrita apareció en mi bandeja de entrada: «Somos tres, y con una maleta muy grande. ¿Cabemos?».

A las 9:45 del día siguiente y tras dos embotellamientos, me vi mal aparcado y pagando la novatada, junto a unos contenedores de basura cercanos al Intercambiador de Avda. América… porque me habían asegurado que «desde ahí la M-30 se coge muy bien». Cinco minutos después, aparecieron.

No conocía sus caras ni falta que hacía para saber que ‘eran los míos’, pues a todos nos delata la mirada: es la misma que se nos dibuja cuando buscamos nuestro vuelo en las multipantallas de la terminal de cualquier aeropuerto, los cuáles parecen diseñados por su arquitectos con la única intención de confundirnos y hacernos perder, primero las maletas y después el avión.

Ah, y no me habían mentido. En esa maleta podía caber perfectamente el cadáver sin doblar de Joel Embiid.

Venían ojerosos de resaca, pero eran majos; incluso tenían pinta de que continuarían siéndolo cuando se bajasen del coche cuatro horas después. Así que me olvidé de la radio y en su lugar le propuse al que sería mi copiloto ejercer de DJ oficial del viaje, y que improvisase en Spoty una lista ‘ad hoc’ al gusto de todos. La lista terminó siendo ‘Los 50 más escuchados del momento‘, y a mí –que a mis 33 me muevo en aguas chill (Caamp, Ziggy Alberts, Dispatch…)– no me quedó otra que tararear el ritmillo (sin letra) de canciones que me suenan todas a salidas de la misma placenta defectuosa.

¿Hablar de qué?

Pronto bajamos el volumen, pues la conversación no tardó en superar el nivel del hilo musical –fácil–, y de los clásicos rompehielos («Qué estudiáis», «A qué vais a al sur», «Espero que tengáis piscina ahí abajo») pasamos a la ‘La fiesta del orgullo’, la ‘Ley Trans’, o el verano brutal y sin mascarillas que se nos venía encima.

Fue ahí, situado entre chavales rondando los veintipoco y con una aleación de temas tan random como el trifle de pastel de carne de Rachel en Friends, cuando vi mi oportunidad y me lancé a la piscina. «¿A alguno de vosotros os gusta la NBA?«

Fue, seguramente, el único momento de silencio tenso de todo el viaje. Supongo que en sus cabezas se estaría librando una batalla fugaz entre la sinceridad y el sincericidio. Entre el espíritu erasmus sobre ruedas, mecenas del bienquedismo, y el de dejar con el molde al desconocido que lleva el volante y tu vida en sus manos.

«Mmmmm… pues a mí no mucho», dijo por fin uno de los de atrás, y su tímida negativa fue refrendada por los otros dos con una ración extra de silencio. De inmediato debieron darse cuenta de que al chófer no se le podía dejar tan en la estacada, y uno se apiadó con uno de esos all-in tan voluntariosos ante los que, por más que una parte de ti lo desee, no puedes poner los ojos en blanco. «¿No hay un europeo así rubio que la está liando? Si hombre, uno que jugaba aquí en España hace nada».

Literal. No me invento nada. La frase fue esa o una casi calcada, y es entonces cuando te preguntas, una vez más, si Steph Curry no es el único alienígena en tu planeta, o si tus gustos no son más raros ahora que cuando pintabas Warhammer allá en la adolescencia.

Tragué despacio el sarcasmo que me subía por la garganta y abordé la respuesta como quien, a sus diez años, aborda a su madre explicándole por quinta vez lo que es el ‘fuera de juego’. «Sí, creo te refieres a Luka Doncic, jugaba en el Madrid, y básicamente va camino de convertirse (si no lo es ya) en el mejor jugador europeo de toda la historia».

Un mundo aparte

Los locos de la NBA en nuestro país, estamos acostumbrados a recibir caras de póquer cuando aseguramos amar el baloncesto yanqui, que dormir es de cobardes y que ‘chof’ es mucho más que una onomatopeya.

Sabemos que la gente corriente asentirá si les hablas de Kobe y Lebron, pero que pondrán gesto de no entender en cuanto nombres a Butler, Simmons, Irving o Westbrook, y que con suerte alguno de tus colegas más diletantes reaccionará con un «¡Ah! El de la barba!» cuando menciones a James Harden. Y que tú no debes molestarte por nada de ello al igual que esperas que tu otro amigo, el friki de la Fórmula 1, no lo hará cuando te nombre a Verstappen y tu ignores su escudería, o si bajo el casco su color de piel es blanco, negro o filipino, y solo sepas que su nombre se escribe con dos ‘pes’ porque lo acabas de buscar para añadirlo a este artículo.

Sin embargo –me quedé dándole un rato al coco en otro silencio posterior mucho más cómodo, mientras C.Tangana se hacía con el control de la atmósfera del vehículo–, que dos chavales de veintipocos que se les veía ‘puestos en la actualidad’ no supieran localizar, ni siquiera apellidar, a Luka Doncic, demuestra lo hermético todavía de esta burbuja nuestra y lo ímprobo de los viejos esfuerzos de Antena 3 por terminar su sección de Deportes en el Telediario con ‘las tres mejores canastas’, para hacer que la NBA cale en el público futbolero aunque sea a golpe de highligths.

Asumí entonces que ese tampoco sería el viaje en que discutiría sobre enésima cruzada hacia el anillo de Chris Paul, de sí sería Phoenix o Milwaukee quien ganaría su primer título como franquicia o de si Giannis Antetokounmpo dejaría de ser el MVP de la fase regular para convertirse en el MVP de las Finales.

Unas Finales que de haber sido entre Lakers y y 76ers y con LeBron y Embiid al timón, sin duda me habría permitido tirar algo más del cable y, con seguridad, atraería a algún profano más de Europa, China y Sudamérica a interesarse por este showtime extravagante y ver a qué sabe el producto, para alegría de Adam Silver.

Suns y Bucks no es marketing de primera. Ni de segunda. Pero para los que ya estamos dentro, para los que tragamos hace tiempo y con gusto anzuelo, cebo y sedal, es un regalo. Un regalo que despierta indiferencia y escepticismo a tu alrededor cuando lo desenvuelves, pero a lo que tú llevas tiempo más que acostumbrado. Un regalo para ti y otro puñado de locos que os movéis como pez en el agua en minoría.

Desenfundé entonces el comodín. Luis Enrique, España y la Eurocopa. Tiré a dar. Y al Koleos, de ahí en adelante, sólo le faltó la barra, la Lager y el pincho de tortilla.

Fotografía de portada de Ronald Martinez/Getty Images)


EXTRA NBAMANIACS

Nuestro trabajo en nbamaniacs es apoyado por lectores como tú. Conviértete en suscriptor para acceder a beneficios exclusivos: artículos especiales, newsletter, podcast, toda la web sin publicidad y una COMUNIDAD exclusiva en Discord para redactores y suscriptores.