La historia de la NBA se puede contar también desde el prisma y relevancia que se le ha dado a la parcela defensiva a lo largo de la evolución del juego. Recientemente, la muerte de Dikembe Mutombo o el ingreso de Michael Cooper en el Salón de la Fama ponen de manifiesto la popularidad de la que gozaba el arte defensivo en otras eras.
El africano no superó nunca los 14 puntos por partido en su carrera y su aportación ofensiva era más bien escueta en un baloncesto donde el pick-and-roll no abría las puertas que ahora derrumba. Realidad que no le fue óbice para acumular siete presencias en el All-Star y tres en los mejores quintetos de la temporada entre 1992 y 2002. Cooper no recibió tantos reconocimientos globales, aunque algún que otro año se coló en vagas votaciones por el MVP en base al reconocimiento que Larry Bird le otorgó como el mejor defensor al que se había enfrentado y a la parcialidad de cierta sector mediático simpatizante de Los Angeles Lakers.
Eterno escudero de Magic Johnson, el alero perteneció a una época donde el reconocimiento a la defensa exterior aún podía equipararse a la interior. Siendo un perfil que aunaba ambas, Cooper brillaba especialmente como estilete de perímetro, lo que le granjeó ser el cuarto ganador del premio a Defensor del Año inaugurado por Sidney Moncrief en la temporada 1982-83. Cuatro de los primeros seis galardones fueron a parar a manos de exteriores hasta que la llegada de los noventa inauguró la tiranía de los gigantes, encontrando desde entonces a Gary Payton (1996), Ron Artest (2004), Kawhi Leonard (2025 y 2016) y Marcus Smart (2022) como únicos representantes con prominencia exterior entre los galardonados. Con Draymond Green y Kevin Garnett siendo eslabones perdidos que todos ansían volver a encontrar.
Señalados en la explosión defensiva
Y si en un baloncesto con hand checking y el triple como territorio por explorar los big fellas atraían siempre el foco atencional en las trincheras, hoy sucede algo curioso con la consideración de los pequeños ávidos en tareas de destrucción. La defensa es un arte denostado entre el público general. Pero, normalmente, cuando se habla de que en la NBA no se defiende (esa eterna falacia), la manida idea crea una imagen en la mente prototípica y encarnada por defensores exteriores incapacitados ante la dinamita perimetral que riega la competición. Al hombre alto, por el mero hecho de estar cerca del aro y molestar cada ataque que allí acaba (los lanzamientos a menos de tres metros [44,5%] del hierro siguen dominando la liga frente al triple [42%]), a menudo recibe el indulto del respetable.
Al rescate de esos perfiles acude como un salvavidas la estadística avanzada, cuya proliferación en el análisis de las cosas pone en valor a jugadores que viven azotados por un vendaval ofensivo que va a récord de eficiencia por año. Desde que iniciara la década pasada, cada vez es más fácil alinear los mejores quintetos defensivos con el rendimiento de los jugadores en las principales métricas defensivas avanzadas. Las cuales resaltan que, por poner un ejemplo, Keegan Murray podrá estar en un sistema endeble atrás, pero que es un muy buen defensor en el uno contra uno o en la navegación de bloqueos.
La dicotomía, claro, está en observar que ese mismo reducto estadístico que los ampara, los aleja de la consideración de mejores defensores del planeta ante el siempre imperante poder interior. Pues. por mucho que cambien los tiempos, centímetros y kilos siempre serán dos factores extremadamente determinantes de por sí en la mejor liga de baloncesto del mundo. Es simple, ocupar espacio vertical dificulta la única acción esencial en el baloncesto para ganar un partido: el tiro en todas sus vertientes. De ahí que la matemática sea simple en denominar a los jugadores que peores porcentajes provocan en el rival como los defensores más imponentes. Reino al que los exteriores rara vez son invitados con los honores de los que habitan la pintura.
Las normas del juego han cambiado
Por si fuese poco, estos interiores han invadido el terreno que antes les era inhóspito. Pudiéndose poner en valor la habilidad de jugadores como Derrick White de corregir situaciones cerca del hierro para quedar en anécdota cuando se comparan con las destrezas de un Draymond Green, Bam Adebayo, Anthony Davis o Victor Wembanyama. Es esto, el baloncesto aposicional, lo que motivó a la NBA a cambiar una norma tallada en piedra: que los mejores quintetos de la temporada debían estar formados por dos guards, dos forwards y un center; y ahora ya no atenderían a posición alguna.
Una decisión acertada en lo global por el viraje del juego, pero que en el apartado del All-Defense ha dejado una monstruosidad como unir en el primer equipo a Rudy Gobert, Victor Wembanyama, Bam Adebayo, Anthony Davis y un Herb Jones que casi parece figurar ahí por cubrir cupo como representante de una estirpe de inferior calado.

Curiosamente, el segundo quinteto defensivo está plagado de exteriores, poniendo esto de manifiesto el segundo plano que los Holiday, White, Suggs, McDaniels o Caruso están destinados a ocupar.
Como el baloncesto en sí, el análisis del juego que se hace desde el exterior cambia drásticamente cuando llegan los playoffs. Y ahí se suele señalar las fallas defensivas individuales como factor predominante a la hora de que un jugador sea sostenible en cancha. Quedan en la memoria esos momentos en los que perfiles como Gobert, Steven Adams, Andrew Bogut, Timofey Mozgov o Jusuf Nurkic se ven abocados al banquillo ante esquemas que utilizan el small ball. Sin embargo, hay aquí una doble trampa:
- Que lo ofensivo siempre tiene mayor peso en la toma de decisiones.
- Que existen más casos de restricción de minutos a defensores exteriores con limitaciones ofensivas.
No acude deporte a la mente en el que la evolución del juego a nivel cultural, técnico y normativo haya tendido a preservar la defensa en un estado de equilibrio ante el ataque. La norma del fuera de juego en el fútbol, la cada vez menor permisividad arbitral con ciertos contactos en la NFL, incluso el tenis y sus avances tecnológicos provocan acelerar el ritmo de juego y dan ventaja a perfiles de saque y volea que pretenden acortar los intercambios. Evidentemente la NBA no es menos, siendo triple y tres segundos defensivos la génesis de la revolución que hoy vivimos.
Los primeros en salir
Este contexto hace que aquel jugador incapaz en el tiro exterior sea un peaje por muchas otras virtudes que pueda sumar. De ahí que, cuando se hace imposible mantener dos jugadores sin tiro en el quinteto al mismo tiempo, el damnificado acabe siendo casi siempre el pequeño por lo natural que resulta despojar de responsabilidades al exterior. Esto, que es producto de la lógica más básica, no deja de computar un estigma en aquel defensor perimetral puro que antes era obligatorio en cada plantilla. Mácula que ensombrece talentos históricos a ese lado de la pista como pueden ser Tony Allen, Mathisse Thybulle o, en un futuro, Jonathan Isaac (este más capacitado para mezclarlo con la defensa exterior).
En los últimos diez años el oído se ha acostumbrado a escuchar el anuncio de la muerte del pívot puro. Sin embargo, la asunción de características tradicionalmente adheridas a jugadores de perímetro por parte de los hombres grandes está desplazando precisamente a esos perros de presa que ni siquiera aspiran a ser los mejores en lo suyo. Como si la excelencia en abortar la creación tuviese complejo de inferioridad con respecto a la corrección de situaciones en el interior.
Estos aspectos pasan desapercibidos en el día a día para quienes miran el juego más allá de la superficie, quienes pueden encontrar una miríada de artículos ensalzando las bondades de estas figuras. Ahora bien, cuando llega el turno de emitir juicios, el foco vuelve a mirar por defecto al hombre grande, proyectando que los aficionados del mañana acudan a estos galardones para hacerse una idea de cómo era la defensa de la época y encontrando interiores dominando la etapa de mayor poder perimetral en la historia de la liga. Será entonces cuando haya que rescatar las bondades de los Luguentz Dort, Keon Ellis, José Alvarado, Dyson Daniels, Anthony Black, Lonzo Ball, Donte DiVincenzo, Dillon Brooks, Ausar y Amen Thompson… Aquellos a quienes hay que vivir para contarlos.
(Fotografía de portada de Patrick McDermott/Getty Images)