El número más importante en la carrera de Jason Collins

El 6 de octubre de 1998, Jason Collins se encontraba disputando su segunda temporada en la NCAA con los Stanford Cardinal, inmerso en esa evolución que le llevó de dominar el campeonato de institutos de California a convertirse en apreciado jugador de banquillo en la NBA. Con 19 años ya era un pívot de 7 pies y 120 kilos que salía a la pista a pegarse con quien fuera. Un tipo duro, muy físico, con atributos nada parecidos a los de nuestro estúpido arquetipo de homosexual. Sus números aquel año fueron de 12,7 minutos, 4,1 y 3,3 rebotes en 7 partidos. Números discretos, pero que realmente no importan demasiado. Era gay.

Ese mismo día, Matthew Shepard fue apalizado, torturado y atado a una valla en medio de una zona rural en Laramie, Wyoming. Allí pasó 18 horas en coma sin que nadie lo encontrase. Al día siguiente, Aaron McKinney y Russell Henderson ya estaban bajo custodia policial. Según el relato judicial, la noche anterior McKinney y Henderson se habían hecho pasar por homosexuales para meter a Shepard en su coche y poder robarle. En cierto momento Shepard tocó la rodilla de McKinne. La respuesta de éste fue dejar a la víctima desfigurada y atada a una cerca. Seis días después, Shepard fallecía en el hospital de Poudre Valley, Colorado, incapaz de revertir los daños cerebrales producidos por la paliza de McKinney y Henderson. Era estudiante de la Universidad de Wyoming. Tenía 21 años, dos más que Collins. Era seropositivo, había sido violado tres años antes y sufría de una depresión crónica que le llevó en ocasiones a pensar en el suicidio. Era gay.

Las historias de Collins y Shepard, caprichosas como la vida, tardaron en cruzarse. Se tomaron unos 15 años, necesarios para poner algo de orden en la vida del primero, en el maltratado mundo del segundo. La historia de Collins es la de cómo un chico negro de clase media, un hijo de la EEUU progresista, un deportista de élite se decide a salir del armario. La de Shepard, el inicio de una época en la lucha por el reconocimiento de los derechos homosexuales en la América más retrógrada. Son dos historias paralelas en el tiempo y distantes en el espacio. Dos relatos que no tienen nada que ver y solo se encuentran en un número y en el motivo principal de ambas: su condición de homosexuales. Collins es gay. Shepard lo era.

Una carrera en el armario

Respecto a su orientación sexual, Collins siempre dijo que lo supo sin llegar a reconocerlo. “Era como si me repitiese que el cielo era rojo, aunque supiese que era azul”, explicó años después en la entrevista que cambió su vida en 2013. Lo sabía en el instituto de Harvard-Westlake, en los barrios de clase media a las afueras de Los Ángeles, desde donde dominó el baloncesto del estado de California junto con su gemelo Jarron Collins. Entre los números que nunca importaron de esta época, Jason batió el récord estatal en rebotes totales para un jugador de instituto, además de alzarse en dos ocasiones con el título de campeones de California.

Quizás, en parte, Collins tuvo la suerte que no tuvo Shepard de conocer los ambientes más liberales de EEUU. Tras el instituto, Jason Collins se marchó a la Universidad de Stanford, en las afueras de San Francisco, para disputar cuatro temporadas con los Cardinal. De allí, un decimoctavo puesto en el Draft de 2001 lo llevó a los New Jersey Nets de Jason Kidd, Kenyon Martin y otro rookie, Richard Jefferson, que perderían dos finales consecutivas de la NBA. Sus números, como siempre, fueron discretos. Pero en New Jersey se labró su fama de jugador de equipo, el tío agresivo que sale del banquillo con seis faltas para repartir, la mole que sale a darse de golpes con Shaquille O’Neal, Dwight Howard y demás bestias de la pintura. Doc Rivers lo definió como el “pro’s pro”, el jugador de los jugadores.

Tras siete años en New Jersey, donde su mejor temporada firmó 6 puntos y 6 rebotes por partido, Jason Collins se convirtió en preciado temporero de la NBA. Jugó media campaña en Memphis. Al año siguiente disputó 31 partidos en Minnesota, para asentarse luego tres temporadas en Atlanta. En total, 675 partidos en 12 temporadas en la mejor liga del mundo. Todas, hasta el año 2012, con el 35 a la espalda. Todas envueltas en esa discreción que no solo cubría su labor de jugador de baloncesto, sino que también cubría su condición sexual. Para el mundo, Collins era otro hetero más en la NBA.

El mundo de Shepard

Mientras Collins se convertía en el obrero de la NBA, la libertad seguía abriéndose paso en EEUU. Si bien Nueva York había ya vivido sus primeras manifestaciones LGBT con los disturbios de Stonewall en 1968 y San Francisco se convertía en la capital gay mundial en la década de los 70, estados del centro y del sur de Estados Unidos contaban y cuentan con importantes reductos homofóbicos y racistas. En parte, el asesinato Matthew Shepard fue uno de los eventos que puso al país frente al espejo, mostrando que todavía quedaba mucho por andar, que el cambio que había anunciado Sam Cooke todavía no llegara.

Tal era la situación que no fue hasta 2003 cuando una ley federal, la Lawrence vs Texas, obligó a todos los estados de la Unión a retirar sus sodomy laws, regulaciones estatales que prohibían, entre otras cosas, mantener relaciones homosexuales, el sexo oral y anal, o cualquier otro tipo de conducta que se alejase del ideal puritano del coito vaginal entre un hombre y una mujer.

Esto, sin embargo, no significó que el acoso a homosexuales por parte de la ley norteamericana finalizase. Amparados en que la normativa de su estado seguía prohibiendo la conducta homosexual, oficiales de Baton Rouge, Luisiana, utilizaban todavía en 2013 policías encubiertos para flirtear con gays y detenerlos. En 2007, el Partido Republicano de Montana mantenía en su programa el deseo de convertir los actos homosexuales en ilegales. En 2009, dos chicos fueron detenidos en El Paso por besarse dentro de un bar, acusados de “conducta homosexual” por parte de los agentes. El estado de Mississippi, en 2016, aprobó una ley (posteriormente revocada por el Tribunal Supremo) por la cual los funcionarios del estado o cualquier negocio privado podrían discriminar a cualquier persona LGTB basándose en sus creencias religiosas.

Luisiana, Mississippi, o Texas son solo algunos de los estados del sur de los Estados Unidos que siguen albergando la parte más intolerante del país. Antiguos estados confederados y herederos del puritanismo británico que emigró al Nuevo Mundo. Unas culturas únicas en los Estados Unidos que, por desgracia, en esa lucha por mantener sus orígenes intactos, sobreviven comunidades que odian y atacan a cualquier cosa que pueda oler a cambio. Y en el cambio, también, se incluye el color de la piel o la orientación sexual.

El número 98

En 2009, en una reacción frente a los reaccionarios, Barack Obama aprobó la Matthew Shepard and James Byrd Jr. Act, aumentando la protección de las víctimas a todos los estados a castigar cualquier delito de odio por motivo sexual, racial o religioso. La ley fue nombrada en honor a Shepard y James Byrd Jr., un ciudadano negro asesinado por supremacistas blancos en el mismo año 1998. Un número que pasó a ser capital para Estados Unidos y, también, para Jason Collins. El 98 que ha pasado a definir su carrera.

En cierto modo, Collins acabó por salir del armario dos veces. La primera fue en la temporada 2012-13, cuando decidió cambiar el número 35 de su camiseta de los Boston Celtics por el 98. Aunque en el momento no dio a conocer el motivo, el 98 de Jason Collins era un homenaje al año de muerte de Matthew Shepard, una historia que le había marcado en lo más profundo. Con Boston jugó 32 partidos. Esa misma temporada llevaría su 98 también a Washington, donde le dio tiempo a jugar otros seis partidos.

En el siguiente verano, el de 2013, Collins tuvo tiempo para la reflexión. Se planteó, sobre todo, el sentido de seguir convenciéndose de que el cielo era rojo cuando llevaba tanto tiempo sabiendo que era azul. Y decidió salir, por segunda vez, del armario. Esta vez por completo. Concertó una entrevista con Sports Illustrated e hizo público, a su manera y en primera persona, lo que él ya sabía de hace mucho. “I’m a 34-year-old NBA center. I’m black. And I’m gay”, fue el titular de la portada de SI. Se convertía, así, en el primer jugador en activo en hacer pública su homosexualidad. Solo le faltaba debutar, ya, como hombre libre, abiertamente gay.

Sin equipo, Collins pasó varios meses entrenando y no fue hasta marzo de 2014 cuando su excompañero Jason Kidd lo reclutó para los Nets. Jugó 22 partidos, solo uno como titular y promedió 1,1 puntos y 0,9 rebotes por velada. Pero si estos números ya le habían importado siempre muy poco, en esta ocasión lo hacían todavía menos. El único que importaba, el 98, lo llevaba ya en la espalda, después de haber salido dos veces del armario, de asumir que el cielo también era azul para él. Un número que gritaba en su nombre, en el de Shepard y en el de otros muchos contra esos EEUU que siguen pensando que la única forma de ser buen ciudadano es siendo blanco, hetero y puro. El 98 de Collins les vino a decir algo así como que se fuesen a freír espárragos.

 


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