Andrew Wiggins, por fin llegó la evolución

Con casi un cuarto de la temporada regular ya digerido, una de las sorpresas que nos hemos llevado (todos, confesad) es la de Andrew Wiggins. La de su inesperada evolución.

El alero de los Minnesota Timberwolves, en su sexto ejercicio profesional, está alcanzando máximos de su carrera en puntos (25,2), tiros de campo (46,9%), true shooting (54,7%), eFG% (52,4%), tiros de dos puntos (53,0%) asistencias (3,4), triples intentados (6,7), anotados (2,3) y tapones (1,1) por partido. Se podría decir que está realizando sus jornadas más fértiles, e inteligentes, desde que fuera número 1 del draft en 2014.

Sobre todo, su limpieza llega desde una sorprendente selección más pausada, no tan ansiosa, racional y mejor de sus disparos a canasta.

El pasado curso, por ejemplo, el mid range resultó el segundo recurso de lanzamiento más utilizado por Andrew Wiggins, desde donde además solo convertía un 34,7 por ciento de sus cartuchos. Lanzar, botar, hacerse hueco y tirar. Daba igual la posición, el caso era hacer sonar la red; y si era en jugada personal con tiro tras bote en suspensión, mejor. Parecía que cuando Wiggins recibía el balón, su encefalograma se allanaba tanto que solo contemplaba ejecutar cuanto antes. Por su cuenta y riesgo.

Esa fue la historia de su vida durante gran parte de sus cinco antecedentes profesionales, sin embargo parece que sus mantras ofensivos quieren empezar a cambiar.

En la nueva temporada, las decisiones de Wiggins han evolucionado, con una mayor presencia de intentos triples —ahora su segunda distancia favorita con el 32% de sus intentos totales— así como en la zona restringida de la pintura —la primera, donde presenta un 69,0% de acierto—.

Wiggins ha pasado de ser la eterna escopeta verbenera de 147 millones de dólares al segundo mejor jugador de un candidato serio a pisar los playoffs. No es argumento baladí.

Saunders y Rosas

No ha sido esta una metamorfosis de la noche a la mañana, pero sí encontró germen el pasado verano. El joven alero canadiense (todavía 24 años) pasó más tiempo que nunca en Minnesota. No era raro verle cada día en las instalaciones de los Timberwvoles mejorando algún aspecto de su vilipendiado polvorín. Andrew estuvo en contacto muy cercano durante todo el período entre temporadas tanto con Ryan Saunders, técnico jefe de la franquicia, como con Gersson Rosas, nuevo presidente de la organización, llegado este año desde Houston.

Hace años, el propio Rosas había quedado maravillado por el Wiggins del instituto, y una de sus primeras ideas al aterrizar en Minneapolis era que quería a ese depredador de vuelta. «Hubo muchas conversaciones de todo tipo», aseguraba el presidente sobre el pasado verano de Wiggins, en un reportaje de Chris Mannix para Sports Illustrated. Entrenador, directivo y jugador se conjuraron para reconfigurar y recuperar la pasión por el juego que el alero demostraba en todos los bolos de high school que Rosas tuvo ocasión de presenciar.

La pregunta por parte de Saunders, que mantiene una gran relación con el jugador, y Rosas era clara: ¿estaba Wiggins dispuesto a sudar sangre para cambiar? ¿Siquiera quería plantearse tal edición? La respuesta llegó sin necesidad de que ambos fueran a preguntarle directamente a su taquilla de pertenencias. Tras la llegada del nuevo jefe a la directiva, fue el propio Andrew quien dejó claras sus aspiraciones: «Hey, no me quiero ir a ninguna parte. Quiero tener éxito aquí. Quiero que la organización tenga éxito y quiero hacer todo lo que esté en mi mano para que eso pase». Wiggins se comprometía a resetear algunos de sus principios más básicos en aras de conseguir esa mejoría. Estaba dispuesto a reaprender muchas cosas.

Ya en agosto, durante una concentración de parte del equipo en Bahamas, Wiggins estrechó más su relación con técnico y presidente. Saunders le transmitió lo mucho que creía en él, al ritmo de copas de vino y jazz en la zona ociosa de su lujoso alojamiento. Wiggins, por su parte, les transmitía lo muchísimo que quería hacer algo diferente, aprender de sus errores y lavar su nombre en la NBA. Quería dar rienda suelta a todo su potencial siguiendo los consejos que empezaban a llegarle. Era un comienzo. Uno bastante bueno.

En pretemporada

De vuelta a la competición, tras las semanas de vino y Rosas (tenía que decirlo), las primeras cosechas no fueron una procesión de aciertos. Durante la pretemporada, Wiggins conectó solo el 31,6 por ciento de sus tiros (33,3 en triples), por lo que no hubo resultados inmediatos. No obstante, no existía demasiado problema; Saunders y Rosas le comunicaron que estaban encantados con su cambio de actitud y que trabajando de ese modo la mejoraría terminaría llegando seguro.

Y lo hizo. En octubre su porcentaje de tripes fue de solo 21,7 por ciento, pero en noviembre ha crecido hasta un 38. Otra mejora más, tangible, de que el juego de Andrew Wiggins está viviendo una evolución importante.

La herencia de Rosas y Houston

Gersson Rosas y su pasado en Houston, donde fue parte de la directiva y equipo de Daryl Morey durante 12 años, también tienen parte de culpa en la citada mejoría de Wiggins. Ya sabemos que en los Rockets las estadísticas avanzadas son religión, pues por eso no es casualidad que Andrew esté tomando la mayor parte de sus tiros desde la zona restringida, tras penetración, y desde la frontera del triple. Son el primero y segundo, respectivamente, rangos de mayor frecuencia en su juego. El alero ya no abusa del lanzamiento de media distancia, tan baldío según los supuestos que memorizó Rosas en Texas y tan frecuente en Wiggins durante años anteriores. Andrew, por tanto, ha olvidado su predilección por los tiros en suspensión desde posiciones de cuatro o cinco metros para centrarse más en penetraciones y triples. Pura analítica avanzada trasladada al juego de Wiggins. Ver para creer la pasada temporada.

El balón pasa más tiempo por sus manos debido a que no cae tan a menudo en la precipitación de sus intentos; y aun con eso, promedia menos de dos pérdidas por noche, el segundo saldo más limpio de toda su vida NBA.

Hasta el despliegue físico ha crecido en la presente obra de Wiggins, tal como admitía Rosas a Sports Illustrated. Pero el epicentro del cambio reside en que el sistema de Minnesota le ha ayudado a tomar mejores decisiones. Motivado por lo que Rosas aprendió en Houston, las jugadas de los Timberwolves empujan ahora a Wiggins a, sobre todo, tirar triples y penetrar hacia canasta. Esas están siendo dos de sus principales fortalezas hasta el momento. Si se puede lanzar de tres puntos, lo hace; y si no, busca un camino para entrar a canasta. Todo está estandarizado, tiene carácter institucional, viene de arriba y colabora sobremanera a que el alero esté seleccionando de manera más acertada sus lanzamientos. En las oficinas de la franquicia detectaron cómo podían exprimir más el juego de su alero y trasladaron eso a la pizarra del equipo.

Por todo eso Andrew Wiggins está empezando a limpiar su imagen de número 1 del draft que murió atrapado en su propio talento. Es un comienzo, el germen de lo que puede ser el joven jugador a partir de ahora. Por algo se empieza, por el amanecer de su evolución. No es para tomar a la ligera.

(Fotografía de portada: Mitchell Leff/Getty Images)


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