Barroquismo técnico y otros excesos castigados por la NBA

No hay deporte colectivo —al menos de los que consideramos de masas— tan individualista como el baloncesto. Varios factores explican esta exaltación del ‘yo’ en comparación con el resto de disciplinas de equipo. Primero, el número de jugadores, pues es más fácil gozar de protagonismo en un campo con 10 personas que con 22. Segundo, por las dimensiones de la pista, que instan a la ejecución precisa en pequeños espacios para generar ventajas. Y tercero, por ser un deporte que se practica con las manos.

El fútbol, por el mero hecho de jugarse con los pies, reduce el control que se tiene sobre el objeto de juego. El fútbol americano y el rugby achatan su balón para caotizar el juego de forma intencional. La dificultad del béisbol está precisamente en la desquiciante precisión a la que obliga tener que golpear una pelota que viaja a 150km/h con un bate.

Pero el baloncesto se juega con las manos, la parte de tacto más sensible del cuerpo humano, y la reglamentación del juego desde su creación hasta hoy ha ido encaminada a dotar de mayor control a la técnica de bote. Desde la prestidigitación dactilar de Bob Cousy al envolvente bote de Kyrie Irving.


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