Ayer fue el turno de los Dallas Mavericks y hoy toca viajar por los puntos de inflexión que han llevado a los Boston Celtics a las finales NBA. Comenzando por el movimiento que empezó a cambiarlo todo para continuar adheridos a la excelencia.
La frialdad de Brad Stevens
Los Celtics no eran los Celtics de los Jays. Era la Boston de los Jays y Marcus Smart. Y no era necesario hacer un sondeo profundo a la afición verde para saber quién era su favorito de los tres. Smart era el alma de aquel equipo, el que más años acumulaba en la franquicia de Massachusetts otorgándole una identidad añeja. Aquel fuego interno que llevaban de serie la mayoría de leyendas de los Celtics.
Esto lo sabía mejor que nadie Brad Stevens, quien era el entrenador en el momento que Smart llega a la franquicia vía Draft en 2014. Por ello, tener la frialdad de ir a por el traspaso que más necesitaba el equipo pese a que significase decir adiós a una leyenda verde más allá de las vitrinas cobra un sentido superior.
Kristaps Porzingis era exactamente lo que necesitaba Boston, por mucho que la transformación de Smart de 2021 en adelante significase encontrar a ese base que los Jays tanto necesitaban y que no cubrieron del todo las figuras de Kyrie Irving y Kemba Walker. El interior letón, con su mera presencia, transformó al equipo desde que se enfundó la elástica celtic. Porque necesitaban su protección del aro a un lado mientras simplificaba el ataque al otro lado. El cinco abiertos de Boston ha tomado otra dimensión este curso con Porzingis en pista.
Por si fuese poco, otro de los niños mimados de la casa iba a salir esa misma offseason cuando Jrue Holiday se puso a tiro. A Robert Williams, que había pasado de ser un niño despistado a uno de los mejores defensores del mundo estando sano, Stevens le puso las maletas en la puerta en cuanto atisbó la oportunidad de mejorar aún más la plantilla. Conformar el mejor quinteto de la liga en un momento marcado por las restricciones del mercado tiene un precio más allá del económico. En el caso de Boston, el emocional.
No estamos acostumbrados a ver a unos Celtics de carácter tan plano. Con estrellas de bajo perfil y secundarios que no dan un ruido. A Holiday y Derrick White cuesta sacarles las palabras, Porzingis disfruta de no tener que salir al paso y Horford, aunque dentro de cancha puede ser fiero, se amansa en cuanto suena la bocina final. Quizás haya quien vaya a extrañar a Smart toda la vida, pero Stevens vio antes que nadie que colgar el faldón 18 era lo único relevante.
Desarme ajeno
Sí, los Celtics han tenido un camino sencillo hasta las finales. Más que por Miami, Cleveland e Indiana, que no han podido contar con sus principales estrellas en algún momento de las series, por cómo las lesiones han afectado a la jerarquía del Este.
En condiciones normales se esperaba que Philadelphia Sixers y Milwaukee Bucks, con la suma de New York Knicks durante el curso, fuesen los principales competidores de Boston. Al final, ninguno ha acabado viéndose las caras con Boston en playoffs, todos ellos también afectados por las lesiones de Joel Embiid, Giannis Antetokounmpo, Damian Lillard y mejor no empezar a desgranar las neoyorquinas.
No obstante, la pérdida rival más significativa para los Celtics ha sido la de Milwaukee con Jrue Holiday. La marcha del base (y de Grayson Allen) para obtener a Lillard dejó completamente desnuda la estructura defensiva de los Bucks. Esa que, en primer lugar, les hizo campeones hace tres años. Ya desde las primeras semanas de competición, aunque los de Wisconsin fuesen sumando victorias en el casillero a buen ritmo, se percibía la fragilidad del entramado perimetral. El equipo había hecho un cambio de cromos, pero se había quedado a medio camino para construir una nueva identidad.
Lo más grave vendría después de ese primer traspaso. Tan pronto pisó Portland, Holiday fue objeto de codicia de media liga para acabar reforzando al que ya era el rival a batir en el Este. Cuando se habla de la imposibilidad de reunir superequipos con las nuevas reglas de mercado se pasan por alto estos rocambolescos giros del destino. El movimiento por Jrue es ya uno de esos traspasos que cambian la morfología de la competición. Por la constelación que le permite formar a Boston, pero también por cómo ha metido a Milwaukee en una crisis de identidad de la que no parece sencillo imaginar salida.
El altruismo de Jayson Tatum
A Jayson Tatum se le lleva achacando años su incapacidad de aparecer en momentos cruciales. Más que esto, su gusto por dejarse ir y ser irrelevante sin importar el contexto que les circunda. Juicios que no aguantan el asalto a una rápida comprobación. Ahora bien, esta temporada deja a las claras que la culpa no es de Tatum sino de los ojos que lo miran.
El alero ha afrontado la temporada a sabiendas de estar rodeado de los más absolutos lujos. Un equipo que, más allá de él, cuenta con tres piezas capaces de desempeñar cualquier rol en ataque o defensa y que lleva la amenaza del tiro exterior a cotas inexploradas en la historia del juego por volumen, acierto y capacidad de armar esos lanzamientos tras bote.
Tatum es hijo del contexto en el que nació. Esa falta de colmillo que muchos señalan no es más que el producto de haber compartido vestuario con una figura volcánica como Marcus Smart y una plantilla acostumbrada a campar por posiciones de factor cancha sin aparente esfuerzo. Todo ello sin perder de vista que una explosión de juego cuando más se necesita, con él, siempre está a la vuelta de la esquina.
Esta temporada tiene todos los argumentos de su parte para colocarla como la segunda mejor de la carrera del jugador a nivel individual. Básicamente por ser prácticamente igual que la 21-22 en lo numérico, pero habiendo llegado a esas cifras con una eficiencia mayor y un menor porcentaje de uso.
El paso a un lado que ha dado Tatum durante la temporada regular se ha visto maximizado en postemporada, donde el alero no ha visto la necesidad de romper a anotar y sí la de involucrar y dejar espacio a sus compañeros. Por el camino, los Celtics han dejado atrás los viejos problemas que tenían con el clutch, situación en la que tendían a convertir los partidos en un continuo aclarado y de la que han escapado dejándose caer más en las manos de Derrick White y Jrue Holiday cuando el crono aprieta.
Jaylen Brown ha ganado el MVP de las finales del Este merecidamente. Pero Tatum ha hecho una serie impecable en todo lo que no es el acierto exterior. Ha castigado los emparejamientos con los exteriores de Indiana yendo una y otra vez hacia dentro y visitando la línea de personal como quien ficha en la oficina por la mañana. Lo cual sirve para haber sido el líder en anotación del equipo (30,3) y el segundo máximo asistente a dos décimas de las 6,5 asistencias por noche de White.
A estos Boston Celtics, más si cabe a su principal estrella, se les va a ponderar únicamente por lo que suceda en las finales. Y entonces, si la cosa sale mal, las opiniones que se viertan serán extensibles a toda la temporada y quizás carrera de Tatum. Un jugador cuyo único pecado de momento ha sido hacer de la necesidad virtud.
¡Créetelo Derrick!
El requisito básico de cualquier buen entrenador es que sus jugadores mejoren bajo su mando. Y Derrick White es la gran obra de Joe Mazzulla. El exterior, cuya posición hoy en día es difícil de determinar, siempre ha sido una esponja a la hora de ir absorbiendo conocimientos. Sin embargo, él suele admitir que su gran carencia era la confianza. Terminar de creerse lo bueno que es.
La falta de seguridad se instrumentalizar especialmente en el tiro. White, un adicto a tomar decisiones que mejoren la jugada, no comprendía que muchas veces lo mejor para su equipo era lanzar ese tiro que prefirió convertir en un dividir y doblar. Mazzulla ha construido un equipo cuyo concepto ofensivo más relevante es la licencia total de tiro. Otorgar bula a cada fallo tiene como consecuencia perder el miedo al error. Derrick ha aprendido esto como nadie.
También tiene buena parte de culpa haber estado trabajando en la depuración de la mecánica con vehemencia desde que comprendió que vestido de verde el triple iba a ser imperativo. Ahora, castiga cada bloqueo que le pasan por debajo e incluso deja secuencias que en otros equipos quedan únicamente reservadas para superestrellas.
Su ahora desaforada confianza en el lanzamiento ha terminado por desbloquear el arsenal que hoy le convierte en el mejor complemento de toda la NBA. Hasta el punto de poner en duda el apelativo de secundario. No obstante, estar en un 40% de acierto al triple siendo el segundo celtic que más lanza tras bote en estos playoffs ni siquiera es el gran valor de White en Boston. Lo es que su defensa, ejercida muchas veces en desventaja física, posibilita cualquier plan atrás. Lo es que puedas dejar el balón en sus manos en momentos clave solo suponga 0,7 pérdidas por partido y ninguna de ellas haya llegado en el clutch. Créetelo Derrick, eres muy bueno.
(Fotografía de portada de Maddie Meyer/Getty Images)