Carmelo Anthony, el hombre que pudo reinar en Nueva York

Si ustedes pasean por los alrededores del Madison Square Garden en una noche de viernes, de partido de los Knicks, ese embrujo que desprende The Mecca, sus luces, su ruido de fondo, Penn Station al lado, la ciudad que nunca duerme, es algo único, diferente, especial. A veces, el aficionado entra tan extasiado al Madison, que quizá lo de menos sea lo que hagan los New York Knicks esa noche. Y lo que hacen a menudo, desde un tiempo atrás, es perder.

Los Knicks, en ocasiones, parecen estar por encima de todo eso, con seguidores resignados a que es todo parte de un espectáculo y que los resultados pueden llegar a representar algo secundario. En una urbe tan diferente a todo lo demás como es Nueva York, en un lugar tan único como la Gran Manzana, la franquicia se ha convertido en algo icónico, en uno de los equipos más famosos del mundo. Y sin embargo, llevan sin ganar un anillo desde 1972 y sin acceder a unas Finales desde 1999, aunque durante un tiempo se pensó que alguien podía cambiar ese rumbo.

Carmelo Kyam Anthony debutó con los Knicks el 23 de febrero de 2011, exactamente siete temporadas y media después de jugar su primer partido como profesional en la NBA. Aquello ocurrió el 29 de octubre de 2003, con los Nuggets, que lo habían elegido como nº3 del Draft de ese año. Carmelo, a sus 19 años, venía de un único curso universitario memorable, culminado con el título de la NCAA con Syracuse. La guinda, el MVP del Torneo de la NCAA.

New York y él

Desde su primera campaña con Denver hasta su traspaso a los Knicks, en ese febrero de 2011, Baby Bryant jugó siempre los playoffs; paralelamente, empezó a edificar su relato en los Juegos Olímpicos, el mejor registrado por cualquier jugador en la historia olímpica. Carmelo ganaba con los Estados Unidos una medalla de bronce en Atenas 2004 y una de oro en Pekín 2008.

Con los Knicks prolongó ese estado de gracia, esa post temporada señalada para uno de los mayores talentos anotadores del siglo XXI. Jugó las eliminatorias por el anillo en 2011,en 2012 y en 2013. Y siempre de titular, y siempre como el líder de una entidad atrapada por su propia prosa, a veces no correspondida por la realidad.

Y nunca más. Desde ese 2013 donde Melo terminó como el máximo anotador de la NBA, con ocho noches con 40 o más puntos encestados, desde esos 39 tantos contra los Pacers el 18 de mayo, en el sexto y definitivo encuentro de las semifinales del Este, Carmelo no ha regresado al sitio donde todo jugador NBA quiere estar. La pelea por el campeonato es algo que no siente como suyo en las últimas temporadas. Y empieza a pesar para el 7 de los Knicks.

Fiel a una ciudad

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Contaba Enric González en Historias del Calcio, que a los aficionados del Inter de Milán se les llamaba Lenguas Bronceadas, porque todos los veranos hablaban de lo que iba a ser la temporada que empezaba, un gran curso a tenor de los movimientos del mercado, para luego quedarse en nada, en caer, en fracasar. El pasado mes de septiembre, en la propia ciudad de Nueva York, el interés por lo que podía hacer la franquicia de cara a la 2016/17 era notable. Los fichajes de Derrick Rose o de Joakim Noah (con el asterisco de las lesiones y la alta carga de sus contratos) y la evolución de Kristaps Porzingis habían sido recibidos como una oportunidad más para que Carmelo brillara en la Gran Manzana. Los inicios fueron esperanzadores, pero una Navidad pasada por el filo de la derrota y un invierno durísimo dejaron a los de Jeff Hornacek fuera de cualquier pelea por algo serio.

Entonces, con el mercado de traspasos cada vez más caliente, el nombre de Carmelo sonaba y sonaba. Él, que tenía una cláusula para vetar cualquier operación, algo sólo al alcance de algunos privilegiados; él, que se había enfrentado al público del Madison que injustamente profería pitos contra su persona, como si realmente fuera el culpable de una nave desastrosamente estructurada por un Phil Jackson al que todas las bendiciones como entrenador se le terminaron cuando se metió de lleno en los despachos; él, que a pesar de todo decía que Nueva York era su sitio, que gritaba “I do not want that” (no quiero esto) como rechazo a los pitos cuando metía una canasta ganadora.

Carmelo, ese grandísimo jugador al que le ha faltado un paso más, que ya nunca podrá dar, para ser el líder absoluto de una franquicia. No, Carmelo no es LeBron James, no puede echarse a las espaldas un equipo él sólo para guiarlo lejos. Tampoco le han ayudado las operaciones de los Knicks ni, recientemente, el descaro con el que Jackson le ha echado a los leones, señalándole como el culpable de algo de lo que él es responsable. Porque fue Jackson y no otro quien le extendió en 2014, a los pocos meses de estrenado su cargo de presidente, un contrato que ahora parece que quema en Nueva York. Un acuerdo que habla de 26 millones de dólares para la 2017/18 y una player option para la 2018/19 de casi 28 millones.

Cuesta creer, sin embargo, que Melo vaya más allá del 30 de junio como miembro de los Knicks. El hombre que pudo reinar presumiblemente dejará la Gran Manzana en el próximo mercado estival. E igual sin Melodrama. Él tiene el pulso de su futuro, él decide. Pero entre las enigmáticas declaraciones que va dejando desde hace unos meses, cuando empezó el principio del fin de su etapa en Nueva York, Carmelo hace ver que sabe lo que pasa. Y asume la realidad.

Tampoco se iría del Madison como uno más. Carmelo es el séptimo máximo anotador de siempre en la franquicia, el tercero en triples anotados, el décimo en tiros de campo acertados, el noveno en tiros libres convertidos y ostenta el récord de más puntos en un partido con los Knicks (62, enero de 2014). De fondo, dos oros más en los Juegos (2012 y 2016) que le hacen ser el baloncestista con más medallas de la historia olímpica.

Un competidor nato, una de las figuras de la NBA en lo que llevamos de milenio, un tipo al que la unión con los Knicks, concebida en 2011, le sentó tan bien de inicio, que todo lo que vino después deja un poso de tremenda decepción. Para él también lo es que, una vez más, todo termine en abril. Desde 2014 el mismo guion. A sus casi 33 años, ya es hora de salir, de buscar un anillo o al menos la posibilidad de disputarlo en condiciones, de dejar Manhattan, de cortar con un amor deportivo que hace tiempo que no es correspondido. Carmelo pudo reinar en Nueva York, pero habría sido una historia demasiado perfecta. Y eso casi nunca existe en el deporte. No con Carmelo.


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