Cinco tramas para una temporada: previa de la WNBA 2021

La temporada 2021 de la WNBA, contraparte femenina de la NBA, comienza en la madrugada de hoy viernes al sábado, dando inicio a la que va a ser su edición número 25. Solo por la efemérides, el asunto ya merecería el apellido de histórico. Fundada en 1997, allá cuando baloncesto femenino era antónimo de profesional en los EEUU, la WNBA ha recorrido un camino en este cuarto de siglo que la ha llevado de experimento, a edificio en construcción, a proyecto consolidado y, finalmente, a la referencia social y deportiva que es en la actualidad.

Este exitoso devenir de la WNBA se puede explicar a través de las cinco tramas que vertebran la temporada que comienza esta madrugada. Entre ellas hay un poco de todo. Un equipo histórico que quiere aspirar a mítico. Unas aspirantes que acechan desde el desierto. Muchas dudas en un año raro por esa cosa del Covid. El sueño americano de la próxima estrella mundial del baloncesto. Y hasta una trama política. Todo ello, ojo, comprimido en una competición solo durará cinco meses: hasta mediados de octubre, fecha para la que están programadas sus finales.

Pero empecemos por el principio. Por una esquina de la Costa Oeste, territorio de las actuales reinas en esto de la WNBA.

Seattle: persiguiendo el mito

Desde la mudanza de los Seattle Supersonics de la NBA a Oklahoma City, se suele decir que esta ciudad del estado de Washington vive huérfana de baloncesto profesional. Será cuestión de la nostalgia del clima local, frío y lluvioso, que incita a este tipo de dramatismo. Porque, en realidad, la afirmación no es correcta. Conllevaría no tener en cuenta a las Seattle Storm, actuales campeonas de la WNBA en 2020 y que van, en 2021, a por el quinto anillo de su historia.

Las de Seattle arrasaron en 2020, la temporada del Covid-19. Fue un año extraño, sí, pero que dejó pocas sorpresas en lo deportivo: las favoritas fueron las campeonas. Lideradas por la que probablemente es la mejor jugadora del mundo en estos momentos, Brianne Stewart, y por la veterana Sue Bird —que cumplirá 41 años en octubre—, las Seattle Storm lograron su cuarto anillo tras los de 2004, 2010 y 2018. Se convirtieron así en una de los tres franquicias más laureadas en los 25 años de historia de la WNBA, junto con los Houston Comets y las Minnesota Lynx. Y ahora tienen ante sí el reto de ser un mito.

Para las Storm, la temporada 2021 significa la posibilidad de alcanzar lo que nunca nadie ha conseguido: un quinto título de la WNBA. Son el rival a batir. Y aunque han sufrido algunas bajas de importancia respecto al año pasado, al trío formado por Stewart, Bird y otra superclase como Jewell Lloyd, hay que añadirle dos incorporaciones que mezclan juventud y veteranía: Katie Lou Samuelson y Candace Dupree.

El objetivo de los otras once franquicias de la WNBA es impedir que las Seattle Storm alcancen la categoría de mito. Y resulta que las más papeletas tienen para hacerlo parten de las antípodas climáticas y culturales de Seattle: del desierto.

Las Vegas: aspirantes al trono

Aunque EEUU se tiende a ver desde fuera como un concepto monolítico en lo cultural, como si todo en el país estuviese cortado por el mismo patrón, la realidad dista mucho de esa concepción. Seattle, sin ir más lejos, cuenta con una idiosincrasia propia: hípster, ecologista, verde, llámesele equis. Algo opuesto a lo que representa Las Vegas, casa de las principales aspirantes a derrotar a las Storm en la WNBA 2021.

En esta ciudad levantada de la nada en medio del desierto de Nevada, oasis de desenfreno, apuestas y capitalismo extremo, hace ya un tiempo que miraron hacia el deporte profesional como área de negocio. Fue así que un grupo de empresarios adquirieron en 2017 la franquicia de las San Antonio Stars de la WNBA para convertirla en Las Vegas Aces. Y hoy, estas son el mayor obstáculo en el camino de las Seattle Storm al quinto anillo. La ciudad del desierto frente a la de la lluvia, la del espíritu eco frente al desarrollo desmedido.

Con la MVP de la temporada 2020, A’ja Wilson, y las incorporaciones o reincorporaciones de Chelsea Gray, Liz Cambage, Kelsey Plum o DeArica Hambry, las Aces buscan el primer título de su historia con una plantilla de lujo. Las entrena el bad boy Bill Lambeer y su juego es más lento, más clásico que el de las Storm, ante las que cayeron en las pasadas finales por 3-0.

2021 es su año para redimirse de esa derrota. Son —por su ciudad, por su juego, por su historia, por su plantilla, por todo—las antagonistas perfectas en esta historia. Pero no las únicas.

Washington: con un ojo puesto en Tokio

Pues ocurre que las Washington Mystics, campeonas de la WNBA hace dos años, también apuntaban a esta temporada como el año de su regreso a la élite. En la pasada, su mayor estrella y MVP de 2019, Elena Delle Donne, estuvo de baja por lesión y no disputó ni un partido. Lo mismo le ocurrió a su compañera Tina Charles, otra superestrella de baja, en su caso debido a motivos relacionados con la pandemia.

Ahora, aunque en la capital buscaban ahora un regreso fastuoso, la cosa no pinta tan bien como se creía: Alysha Clark, fichaje proveniente de Seattle, se ha lesionado para toda la temporada. Emma Meesseman, mejor jugadora de las finales de 2019, no va a volver a Washington hasta que finalicen los Juegos Olímpicos —que obligarán a un parón en la temporada de la WNBA entre el 11 de julio y el 15 de agosto—. Y por todo ello, hay ciertas dudas en torno a las Mystics.

Son esas mismas dudas las que, por un motivo u otro, asaltan a las Phoenix Mercury o las Chicago Sky, otros dos equipos que parten en un segundo vagón de favoritas para destronar a las Seattle Storm. Sin embargo, cosas del básket y de los EEUU, dos realidades en los que lo individual tira tanto, estas franquicias no arrastrarán tanto seguimiento en 2021 como las New York Liberty.

Nueva York: la estrella que viene

Porque si los focos de EEUU están plantados en Nueva York de base, de siempre, por eso de ser la mayor fuente de historias de este cacho del mundo, solo hay que pensar qué podría pasar si llegase a NYC una historia que parece cincelada para triunfar en este país.

Por ejemplo, imaginemos la historia de un emigrante escapado del maligno comunismo, un perseguidor del American Dream. Que tiene una hija que es una niña prodigio. Que esta se convierte en una las mejores jugadoras de la historia del básket universitario. Que pasa a ser una especie de protegé de Kobe Bryant. Y que comienza su carrera en la WNBA con el el equipo de Nueva York, al que aspira a convertir en campeón algún día.

Pues resulta que este es un relato verídico. Su protagonista se llama Sabrina Ionescu, tiene 23 años y es la nueva perla del básket femenino mundial.

Por su juego, Sabrina Ionescu merece toda la atención que se le dé. Mete triples imposibles, es carismática, sabe pasar, anotar, liderar, rebotear y tiene esa cosita, esa personalidad, esa sonrisa, que solo tienen las estrellas generacionales. En 2020, año de su debut en la WNBA, solo pudo jugar tres partidos por lesión, pero dejó pistas de lo que puede llegar a suponer. Por ejemplo, en su segundo partido: 33 puntos, 7 rebotes y 7 asistencias frente a las Dallas Wings. Cositas.

Luego, claro, está su historia. Y más allá de ser una estrella por méritos propios, esta la convierte en el producto de márketing perfecto. Por eso a nadie le importa demasiado que las New York Liberty no sean candidatas al título. Ellas cuentan con su propia trama. La del American Dream. La de la next big thing. La de Sabrina Ionescu, que apunta a marcar un antes y un después en la WNBA desde Nueva York.

Minnesota: la política y el carácter pionero

Quizás, la principal característica que hace de eso del American Dream algo tan seductor en EEUU es la de que no existe. La meritocracia y la igualdad de oportunidades son unicornios en cualquier país, pero más en EEUU, un país con unos niveles de desigualdad obscenos. Una problemática, esta, ante la que las jugadoras de la WNBA llevan movilizadas años.

Esta trama política de la WNBA comenzó en 2016. Por aquel entonces, el deporte seguía estancado en lo apolítico. Pero el 6 de julio de ese año, a Philando Castile, afroamericano, la policía de una ciudad del estado de Minnesota lo asesinó en frente de su familia. A los días, las capitanas de las Minnesota Lynx de la WNBA salieron con una camiseta con el lema de #BlackLivesMatters y la frase de “el cambio comienza por nosotras”.

Aunque luego llegaron más movilizaciones desde otros estamentos deportivos estadounidense, el suyo fue el primero. Y cuatro años después, el punto álgido de esta conversión entre el deporte y la protesta social quedó para las burbujas frente al Covid-19. En ellas, tanto desde la WNBA como la NBA se llamó al voto de la comunidad negra y, de forma indirecta, contra Donald Trump. También contra Kelly Loeffler, en una historia que contaremos otro día con más calma. No solo por ello pero sí con su inestimable ayuda, la cosa funcionó. Y tras de la derrota de Trump estuvo una coalición de votos afroamericanos, femeninos y urbanos. Algo muy parecido a lo que, en este 2021 y tras 25 años de historia, representa la WNBA. Gracias a esa fuerte implicación en lo que va más allá del baloncesto, la liga profesional femenina de los EEUU se ha convertido en un referente no solo deportivo, sino también social.

Su temporada se inicia esta madrugada con cuatro partidos. Este año, algunos serán retransmitidos en abierto por Twitter y Facebook. Y en NBAManiacs, a partir de la semana que viene, sacaremos una historia y un resumen semanal cada siete días para ir poniendo en contexto todo lo que ocurra en este mundo a veces ignorado del básket femenino de EEUU.

(Fotografía de portada de Julio Aguilar/Getty Images)


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