Cuando antes de hacerse oficial su nuevo contrato con Chicago Bulls DeMar DeRozan insinuaba que estaba dispuesto a renunciar a un gran salario para recalar en los Lakers, todo el mundo le creyó. Se veía como una actitud lógica dado que a su salida de Toronto Raptors, y recalando en unos San Antonio Spurs venidos a menos, le perseguía ya cierta fama de estrella de poca repercusión debido a sus cándidas actuaciones en postemporada. Para más inri, los canadienses se hicieron con el único campeonato de su historia inmediatamente después de ser traspasado para que llegase Kawhi Leonard, lo cual originó cierto resentimiento en lo personal y odiosas comparaciones en el entorno de la liga.
El tiempo y la distancia todo lo cura, y su estancia en San Antonio le ha servido para alejarse del ojo del huracán. Durante estos tres años, los Spurs se han adentrado en una irrelevancia mediática más acorde con su situación geográfica que con la laureada trayectoria de la franquicia en el último cuarto de siglo. Si algo ha salpicado el día a día de los de Popovich ha sido la sorpresa general al verles competir por entrar en playoffs año a año —consiguiéndolo en 2019— y las surtidas críticas que apuntaban a la presunta anacronía de su estilo de juego. Del cual DeRozan y su uso de la media distancia son partícipes, pero que ni siquiera le ha ocasionado ser escrutado a nivel individual.
Distanciarse del foco de atención, en el caso del alero californiano, ha supuesto una espada de doble filo. Por una parte, el ambiente condescendiente que viven los Spurs en el cada vez más claro ocaso de Gregg Popovich ayuda a centrarse en la competición sin atender a críticas. Por el contrario, la comentada situación respecto a en qué lugar queda el jugador a la hora de negociar su próximo contrato cargando con la irrelevante depreciación que supone la inocuidad.