Dion Waiters: el reflejo de toda una vida

O mueres como un héroe, o vives lo suficiente para verte convertido en un villano.

Anoche encendí la televisión de forma casi intuitiva cuando me disponía a engullir mi cena en menos de diez minutos, y así matar el ratejo con la más suave de las bazofias que pululara por ese cuadrilátero cuyo apelativo popular de ‘caja tonta’ le viene más a pelo que nunca. Por una vez en mucho tiempo, no tuve que cambiar de canal ni una sola vez.

‘El caballero oscuro’ era la emisión que había elegido TVE1 como su espacio estrella de la noche, y conmigo había acertado de pleno. Opté por engullir mi cena lentamente. Llegó entonces. Esa escena en la que el guión toca techo y el fiscal del distrito, Harvey Dent, pronuncia la frase de la película por antonomasia. Al escucharla todo cambia en la impertérrita mente de Bruce Wayne —Batman en sus ratos libres—. La repetimos, no pasa nada por leerla una vez más: «O mueres como un héroe, o vives lo suficiente para verte convertido en un villano»… memorable secuencia.

Esta tarde, me disponía a encarar la nueva obra de arte que ondea de manera destacada en la interfaz de The Players Tribune. Ese rincón genial donde algunos jugadores se sienten atraídos a desnudar sus almas y rasgar sus corazones. En esta ocasión quien se lanza es Dion Waiters. E, inconscientemente, esa frase ha acudido a mi cabeza… aunque ligeramente alterada.

O mueres como un villano, o vives lo suficiente para verte convertido en un héroe. Dion Waiters, el jugador al que el tiempo le ha dado la cara.

Contramarea desde el primer día

(Inesperado) número 4 del Draft 2012, Waiters tuvo que empezar a remar sobre una mar picada de escepticismo desde el principio. Séptimo en los mocks en opinión de DraftExpress y Nbadraft, octavo para Bleacher Report, tocó convencer desde el primer partido. Demostrar que merecía haber sido seleccionado por delante de Harrison Barnes, Damian Lillard, Thomas Robinson o Andre Drummond.

Tuvo la suerte, no obstante, de caer en una buena ciudad. Un buen destino sobre el que lucirse desde el arranque. En ese erial que eran los Cleveland Cavaliers, sólo Kyrie Irving anotaría más que él. Sin embargo, sus 15,3 puntos de media en sus dos primeras temporadas no fueron suficientes para convencer a los titiriteros. Gepetto James llegaría entonces para convertir de un plumazo un Don (nadie) equipo en un equipo sin paréntesis.

Después y pronto, vieron que algo no encajaba ahí. Sucedía que un simple anotador de tercer año no parecía estar dispuesto a ceder su cuota de protagonismo así como así. Ni siquiera ante el mismísimo LeBron James. Y el Rey no es de esos jugadores que aguanta mucho tiempo a disgusto; en enero llegaban J.R. Smith e Iman Shumpert, mientras que Waiters debía asumir la primera de sus mudanzas en la NBA. Destino: Oklahoma City.

Su segunda ciudad le sirvió para tomar aire. Dos temporadas después, se permitía abandonarla pero reservando algo de espacio en su equipaje para (algo más que) una pizca de cariño, un puñado de nostalgia y una buena dosis de reconocimiento proveniente de la marea Thunder. Momento de afrontar una nueva aventura en la que, esta vez, sólo él manejaría el timón. Rechazó su oferta cualificada, optó por la agencia libre y apuntó a South Florida. Welcome to Miami.

El Robert De Niro de los despachos

«¿Habéis visto Casino, verdad? Ya sabéis, esa de Robert De Niro y Joe Pesci. En fin, si queréis saber cómo es conocer a Pat Riley, tenéis que ver esa película». Así empieza el relato de su llegada a los Heat, Territorio Riley desde hace veintidós años.

«Cuando escuché que en Miami estaban interesados en mí este verano, no terminaba de verlo al principio. No tenía nada en contra de ellos, pero no sabía cómo encajaría allí.

Entonces conocí a Pat Riley.

Entré en su despacho y … maldita sea. Tenía el pelo engominado hacía atrás y llevaba uno de esos trajes suyos, ya sabéis, real O.G. (Gangster Original), que parecía valer un millón de dólares. Detrás de él, tenía la pared cubierta de fotografías de todos los equipos con los que había ganado algún campeonato. Llevaba puesto uno de sus nueve anillos.

Estaba allí sentado, como De Niro en Casino. Parecía el jefe. Parecía que lo ha visto todo, porque realmente lo ha hecho.

Como un fanático puro del baloncesto, sólo quería aprender de este hombre. Así que escuché. Supe que Pat era un hombre de verdad porque ni siquiera me preguntó sobre baloncesto. Me preguntó por mi vida.

Entonces dijo: ‘Te vamos a poner en una forma física de clase mundial. No en buena forma. No en gran forma. En forma de clase mundial’. Yo pensaba para mis adentros que ya estaba en buena forma. Juego en la NBA, ya sabéis a lo que me refiero. ¿Pero me como un Philly cheesesteak cuando llego a casa? Desde luego que lo hago.

Entonces Pat me miró de un modo que venía a decir: ‘Danos una temporada y verás. Clase mundial’. Incluso su forma de pronunciar «clase mundial» era de clase mundial, ¿sabéis lo que quiero decir? A continuación me dijo: ‘Cuéntame algo sobre Dion que no sepa ya. No sobre baloncesto. Sino sobre su vida.'»

Una infancia clásica

Si Waiters se ha permitido hacer el símil entre Riley y De Niro, permitidme ahora hacer un paralelismo, también del séptimo arte, de lo que fue la infancia y primeros años de adolescencia del jugador que nos ocupa.

Los Chicos del Barrio contaba en su elenco con un jovencísimo Cuba Gooding Jr. y un Laurence Fishburne al que todavía le faltaban doce años para encarnar a Morfeo en Matrix. De todas las frases (sublimes) que hay para rescatar en esta película, me quedo con la abre los créditos. Una que, además, Waiters tiene asimilada demasiado bien. Uno de cada ventiún negros americanos morirá asesinado. La mayoría a manos de otro hombre negro.

Si con este ejemplo no tenéis suficiente para ponerle sudor y banda sonora a lo que pudieron ser (o emular) los primeros años de Dion en Philadelphia, cambiad ajedrez por baloncesto y dedicadle minuto y medio al trailer de Fresh. Bueno, mejor aún, que nos lo cuente el propio protagonista. Nada atraviesa tanto en el cine como un guión basado en hechos reales. En este caso, los hechos jodidamente reales que relatan una infancia siempre al borde del abismo.

Googléame

Mejor comenzar suaves; hablemos del instituto. Bueno, o de lo que puedes encontrarte justo antes de cruzar sus puertas.

«La gente me ha estado subestimando toda mi vida. Recuerdo que cuando estaba en noveno grado acababa de mudarme a South Philly High, y estaba yendo a clase el primer día cuando dos guardias de seguridad se acercaron a mí, medio asaltándome, como si hubiera un problema.

El guardia estaba en plan, ‘¡Hey! ¡Joven! ¡Oye! Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo te llamas, hijo?’

Así que saqué mi carné de jugador de baloncesto de mi bolsillo y dije: ‘Soy Dion Waiters. Me acabo de matricular.’

‘¡Nunca he oído hablar de ti!’, me respondió el guardia. ‘¡ He fichado por Syracuse!’, insistí.

El otro guardia comenzó a reírse a carcajadas y dijo: ‘Hijo, tú no has fichado por Syracuse’. Me miraban de un modo que básicamente expresaba algo como: ‘Bah, no eres más que una mierda.’

Así que dije: ‘¡En serio! ¡Búscame en Google! Ahora sí que ya se estaban partiendo de risa. Así que me llevaron a la oficina y me googlearon. ‘¡Colega, no estabas mintiendo!’. Desde ese día, cada vez que veía a ese guardia en el pasillo le gritaba: «¿Qué pasa, me googleas?

Ese era como mi tercer o cuarto apodo. El primero de mis motes fue Headache (dolor de cabeza). Pero ésta no fue la historia que le conté a Pat.»

Saliendo

«Le hable a Pat sobre algunas de las mierdas que he visto, y algunas de las personas que he perdido. Cuando tenía 12 años, tanto mi mamá como mi papá recibieron un disparo. He tenido hermanos, primos, tíos y amigos asesinados. Demasiados para contarlos a todos, de verdad.

¿Sabéis qué es lo más loco de la muerte y la violencia? Que nunca deja de estremecerte. Así que por todo lo que había visto y perdido, lo decidí desde muy joven: ‘¿Sabéis qué? Voy a salir de esta basura.’

Así que me centré exclusivamente en convertirme en una leyenda en los patios de Philadelphia. A los 12 años … tío, en las calles ya sabían quién era Dion Waiters. Me presentaba en E.M. Stanton o en Chew’s Playground y los chicos ya empezaban a gritar: ‘¡Aquí llega el dolor de cabeza!.’

Esos fueron los días de los «And one» y todos esas cosas. Todos teníamos apodos. Y ya que yo era un chiquillo engreído que siempre estaba pidiendo la pelota y siempre driblando, los chicos comenzaron a decir: ‘Macho, me estás dando dolor de cabeza.’

Mi rival por entonces era un chico llamado Rhamik. Lo llamaban Pequeño Gigante, porque era pequeño pero jugaba como un grande. Un día, apareció en mi patio de recreo con su pandilla, y me desafió a mí y a mi pequeño clan. Nos machacaron, y no pararon de hacernos trash talking.

 No iba a dejar que mi nombre se mancillara así, ¿sabéis?

Así que fuimos hasta su patio de recreo y les desafiamos a una revancha al día siguiente. Para mí era como un Game 7 de una Final de NBA. No iba a perder.

Los destrozamos.

Al día siguiente, Rhamik y sus muchachos aparecieron en nuestro patio de recreo. Me sentí en plan: ‘¡Diablos!, ¿se va a convertir esto en un problema? En el sur de Filadelfia, nunca se sabe. Así que camine hasta Rhamik y entonces él me dijo: ‘Buen partido, hermano’.

Desde entonces, salíamos juntos todos los días. Lo hacíamos todo juntos. Todo. Dormía en su casa o él dormía en la mía. Todo el mundo en nuestro barrio amaba Rhamik. Era un chico legendario.

Durante cuatro años, todo era patinar y baloncesto, baloncesto y patinar. Cada día. Si me buscabas, nunca preguntabas, ‘¿dónde está Dion?’ Siempre fue, ‘¿dónde están Dion y Rhamik?.'»

Bifurcaciones

La amistad entre Dion y Rhamik era de las que no tenía parangón. De las verdaderas. De las que no se podían comprar o negociar. Pero hay cosas que escapan a nuestro control, especialmente a edades tempranas donde nuestra rebeldía frente al sistema se paga cara. Los caminos del inseparable dúo se enfrentaban a su primer ramal. Sólo Dion podía cogerlo. Ser algo mayor que su (no consanguíneo) hermano, le empujó en solitario al instituto.

Sus caminos, poco a poco, se fueron distanciando, y tuvieron su punto de inflexión cuando el talento del joven Waiters en el manejo del Spalding le brindó la posibilidad de jugar para el instituto de South Kent, en Connecticut. «Dion, tienes que salir de Philadelphia por un tiempo. Será bueno para ti», le dijo su madre. Dion, decidió escucharla.

«Hice mis maletas. Era la primera vez que experimentaba algo fuera del barrio, y… estaba tan nostálgico que casi me vuelvo loco. South Kent está en medio de la nada. Lo hacen a propósito, así no puedes meterte en problemas. Isaiah Thomas estaba allí conmigo. Él era estudiante de quinto año, y era del mismo tamaño que ahora, de verdad.

Mirad, yo soy un tipo con mucha confianza en mí mismo. Pero incluso entonces, veía a Isaiah en plan: ‘este chico es un asesino’. Él mandaba el equipo en anotación y yo era su segunda espada.

Pero, sin embargo, me aburría mucho allí. Quiero decir, antes iba liándola por las calles de Philadelphia y… bueno, permitidme decirlo de otra manera: el Centro Comercial más cercano estaba a 45 minutos. Los sábados, cogíamos un autobús para ir allí. Esa era nuestro gran evento de la semana. Philly está en mi sangre, ¿sabéis? Me fui de allí para escapar por un tiempo, pero, sin embargo… Bueno, no puedes escapar de la vida, ¿verdad?»

Heridas

Y entonces, ocurrió la tragedia. Esa que también podía haber acechado a Waiters si hubiera tomado el otro sendero de la bifurcación.

«Recibí una llamada telefónica. Nunca la olvidaré. Yo estaba de camino a un torneo, y un amigo Philly me llamó y dijo: ‘Ey… colega…’… ‘¿Qué pasa? Dilo’….’… A Rhamik le han disparado.’

Después de haber oído esa misma frase tantas veces en tu vida, ni siquiera tienes que preguntar: ‘¿Está muerto?’ Puedes saberlo por el tono de voz.

Esa fue probablemente la última vez que me pregunté ¿Por qué?

Pienso en esa mierda a veces y casi lloro. No había diferencia entre él y yo. Éramos los mismos. La única diferencia fue que yo subí a Connecticut a los 15 años, y me pusieron en un camino diferente…

Pero de allí, [de Philly] es de donde soy. Es una parte de mi vida.»

Viviendo el básquet

Lo que nosotros leemos hoy, Pat Riley lo escuchó en su despacho entonces. Y seguro que lo hizo atentamente. Somos lo que vivimos, lo que hemos vivido; nuestras experiencias. Y por increíble que parezca, todo nuestros recuerdos, nuestras emociones, nuestros puntos álgidos y los más nauseabundos de nuestras vidas, se escupen y tienen su reflejo ahí, en una cancha de baloncesto.

Waiters ha caminado siempre con una mochila al hombro en la que carga un pila de adjetivos: prepotencia, arrogancia, soberbia, insolencia, narcisismo, engreimiento. Tras conocer apenas unas migajas de su vida podríamos coger todo ese hatillo, batirlo bien, y sacar una nueva palabra: supervivencia.

«Sabéis algo que me resulta gracioso. No soy de muy de Internet, pero veo cosas. Veo lo que la gente dice de mí. Veo los GIFs y todo eso.

La gente dice: ‘Jamás ha habido un tiro que no le guste hacer. Tiene una confianza irracional. Se piensa que es el mejor jugador de la NBA.’

Diablos, sí lo hago. Tengo que hacerlo.

¿Crees que puedes sobrevivir en Philadelphia sin una confianza irracional?

Jamás en vuestras vidas oiréis las palabras, ‘No puedo’ salir de la boca de Dion Waiters.

Puedo. Lo haré. Ya lo hice.»

Jugando con los mejores

Pocos jugadores de la NBA pueden presumir de, en sus tres primeros años en la Liga, haber compartido vestuario con los dos mejores del momento. Waiters lo hizo. Pasó de compartir vestuario con LeBron James a cambiarse junto a Kevin Durant.

«Recuerdo mis primeros cinco años en la NBA, he jugado con algunos de los mejores. LeBron, KD, Russ. Los veía todos los días. Y sabes, yo no estaba simplemente jugando … estaba compitiendo.

Cuando llegué a OKC, KD35 y yo nos pasábamos el día juntos. Kev solía pensar que era gracioso, porque cuando íbamos al pabellón y jugábamos 1 contra 1, yo trataba de hundirle. De verdad. Id y preguntadle quién ganó nuestro último pique. Preguntadle. Él os lo dirá.

Kev también solía hacerme trash talking. La gente no sabe eso de él.  Me encantó. Me encantó ese equipo.»

Un cambio inesperado

Curiosamente, a su peor curso anotador le acompañaron las mejores sensaciones de su carrera. Durante toda la temporada se vio a un Waiters más comprometido, más centrado, más generoso y mucho más inteligente en pista. Los aficionados lo valoraron, sus compañeros lo notaron, y todo parecía apuntar a que una larga y próspera relación estaba a punto de nacer entre jugador y franquicia. Así pues, Waiters renunció a su oferta cualificada esperando firmar un contrato por una nueva cifra más acorde a su rendimiento. Nunca sucedió.

«Realmente pensé que volvería a OKC esta temporada y que haríamos otro gran año allí. Pero las cosas no salieron de esa manera, porque el baloncesto es un negocio. Cuando recibí una llamada de Miami, fui y entré en la oficina del gangster. La oficina de Pat Riley. Estaba muy cerca de lo mejor que me ha pasado en mi carrera en la NBA.»

Las dificultades del shooting guard no terminaron ahí. Tuvo entonces que convencer a su hijo de dos años que tocaba cambiar de guardería. El pequeño no estaba muy por la labor. A él le gustaba a la que iba en Oklahoma.

El resto es historia. Dion también nos la cuenta, y alentamos al que haya sobrevivido hasta este renglón  a que lo lea de primera mano del jugador.

Presumir de físico de clase mundial no se logra con palabras (ni siquiera con las de Riley) y buenas intenciones. Dion aún recuerda ese infierno. El reto diario que supuso someter su musculatura a una exigencia insólita hasta entonces en las instalaciones de los Heat.

En noviembre llegaron las lesiones: 20 partidos fuera. Llegó también entonces el 11-30, y con él la resignación. Pero no en Waiters (jamás en vuestras vidas oiréis las palabras, ‘No puedo’ salir de su boca). 

«La gente decía que deberíamos tankear y conseguir un buen pick.» No con Waiters.

Partido con los Warriors. De vuelta a las andadas con Kev. «Estábamos hablando basura como si estuviéramos jugando 1 contra 1 en OKC.»

Final apretado, y el escolta de Miami está desatado, rebosante de confianza. Lo recuerda bien. «Último cuarto, quedan 10 segundos. Partido empatado. Tengo el balón en mis manos y el partido en mis manos; y ya sabía lo que iba a pasar. Que le den a la prórroga, acabemos esto.»

Luego vino la pose. La pose de los brazos cruzados. La pose del típico jugador prepotente

Dion da la referencia: «No significa nada. Es Philly, que vive en mí.»


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