El año más importante de la historia de los Clippers

Los Ángeles Clippers son una franquicia errante. Sólo dos organizaciones en la NBA que han cambiado su ubicación en más ocasiones: Kings (Rochester, Cincinnati, Kansas ...

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Por David Sánchez

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Los Ángeles Clippers son una franquicia errante. Sólo dos organizaciones en la NBA que han cambiado su ubicación en más ocasiones: Kings (Rochester, Cincinnati, Kansas City y Sacramento) y Hawks (Washington, Milwaukee, St. Louis y Atlanta). De hecho, ni siquiera son dueños de su propia historia, pues, ceñidos a la más estricta legalidad, Boston Celtics y Buffalo Braves intercambiaron sus plantillas y palmarés para contentar las ambiciones de Irv Levin, entonces dueño de los verdes, de tener un equipo en California.

Fue en San Diego precisamente donde adoptaron su actual nombre, que hacía referencia a los barcos veleros que transportaban mercancía desde Asia hasta la costa californiana a finales del siglo XIX e inicios del XX. Mayormente, a los muelles de San Diego.

Por ello, el traslado a Los Ángeles supuso un doble golpe en la identidad de la organización. No sólo dejaban atrás las raíces que daban sentido a su seudónimo. Se mudaban a un mercado, gigantesco, que ya tenía su propio inquilino. Al de una franquicia que en esos momentos (1984) estaba cambiando la forma de entender el deporte a nivel mundial mientras se convertía en uno de los equipos más celebrados del globo.

La irrelevancia por bandera

La deriva geográfica era entonces sólo comparable a la deportiva. Años de inmundicia recrudecida por la comparación con un vecino con el que compartían logo (un balón de baloncesto partido a la mitad por el nombre del equipo) y cancha a partir de 1999. Todo menos la grandeza. En 1996, Donald Sterling dio al traste con las negociaciones para dejar el LA Memorial Sports Arena y mudarse a Anaheim. Pero dejar Los Ángeles de nuevo no era una opción. Ahorrarse el traslado y la construcción de un nuevo pabellón tenía el precio de asumir lo ajeno como propio.

El año más importante de la historia de los Clippers
Evolución del logo de los Clippers desde su llegada a San Diego

En 1998, los Kings de la NHL y los Lakers ya compartían el Forum de Inglewood. Y, cuando  la propiedad del equipo de hockey se hizo con el 25% de la empresa de la familia Buss, acordaron la mudanza al estadio que estaban dando forma, precisamente, los propietarios del Memorial. Intereses cruzados que acabaron con el trío de equipos compartiendo pista. Desde entonces los Clippers han puesto todo de su parte para intentar que el ahora Crypto.com se sienta un hogar.

Más allá de la obvia sustitución del parqué, la decoración exterior, la tienda e incluso la iluminación (que en los partidos locales de los Lakers enfoca solo a la pista y las primeras filas y con los Clippers lo hace con todo el público) cambian. Pero cada noche que toca cubrir los faldones de campeón y los números retirados, los fantasmas de púrpura y oro reaparecen.

Por ello, cuando Steve Ballmer llegó a la franquicia para hacer olvidar la ruinosa (y a la vista de los hechos denunciable) etapa Sterling, lo hizo con la obsesión de encontrar esa identidad que al equipo siempre le fue esquiva. Años de Lob City y de un primer giro estético que no terminó de cuajar ante la fama de un conjunto avocado a la desgracia. Al término de ese proyecto le siguió un año de barbecho y otro de competir por encima de las expectativas con un grupo de renegados (Pat Beverley, Lou Williams, Montrezl Harrell, Danilo Gallinari, Tobias Harris) que serían el caldo de cultivo para un nuevo movimiento de marketing: LA our way.

Maneras chabacanas

Y la manera que tuvieron los Clippers de diferenciarse esta vez ante unos Lakers que ya tenían a LeBron James para levantar a la franquicia de la peor etapa de su historia e iban a sumar a Anthony Davis, fue a golpe de talonario. Unir en un mismo verano a Kawhi Leonard y Paul George y rodearles de secundarios a base de reventar récords de impuesto de lujo sólo al alcance de esa máquina de imprimir billetes que son los Golden State Warriors. Esto lo recubrieron con una pátina de macarrismo que les alejase del ambiente hollywoodiense que ya es santo y seña laker, y que acabó saliendo peor de lo esperado. 

En esta etapa el equipo ha conseguido huir de la irrelevancia deportiva. No obstante, es inevitable pensar en esta década e ignorar ciertos bandazos en la búsqueda del apego que tanto anhela Ballmer y que logra mantener unido básicamente por ser el dueño más acaudalado y dispuesto a gastar de toda la NBA. Ahora mismo los Clippers son su propietario. Lo cual no es negativo per sé, pues cada franquicia tiene una forma distinta de hallar su identidad si es que lo hace.

Como ya se ha mencionado, los Lakers lo hicieron mayormente a través de Jerry Buss, que catalizó en Magic Johnson su particular manera de ver el deporte como espectáculo. Boston construyó su leyenda a través de la unión entre Red Auerbach y Bill Russell, añadiéndole un orgullo desmedido por lo propio. Nueva York se vende solo. Miami no fue Miami hasta que los Arison convirtieron a Pat Riley en su padrino…

Ahora bien, los Clippers igual tendrían que mirarse en un espejo menor para guiar su camino. 

Miles Davis entre cordilleras

Antes de dar comienzo la década de 1980, era difícil encontrar conceptos más lejanos que la ciudad de Utah y el Jazz. Por un lado, Salt Lake City, la tierra prometida de la fe mormona, de inmensa mayoría blanca. Por el otro, la música que nace de las entrañas de la población afroamericana masacrada por la esclavitud y que encuentra en esta expresión una forma simbólica de romper esas cadenas. 

Esta unión, hija bastarda de un aciago inicio en Nueva Orleans que no consiguieron levantar ni el maldito Pete Maravich ni el maldito Spencer Haywood, la damos hoy por hecho. Corchea como elemento representativo incluida. Únicamente fruto del poso que dejaron Jerry Sloan, Karl Malone, John Stockton y aquellos años en los que el Delta Center llegó a ser el feudo más inexpugnable de la NBA. 

Los Ángeles no es Salt Lake City, pero si algo debieran extraer los Clippers de los Jazz y del resto de franquicias que gozan de aquello que damos en llamar arraigo, es que nada asienta si lo deportivo no lo refrenda. 

De ahí que, de todos los esfuerzos que ha realizado la franquicia de cara a este 2024, el más importante haya sido renovar a Kawhi sin miramientos y que extender a George y James Harden se estimen como movimientos prioritarios. Para decirle al ‘otro Los Ángeles’ que esta es su gente. Levantar un pabellón de 1.800 millones de dólares sin ayuda pública y centrar la imagen de marca como nunca antes son estrategias a todos ojos sobresalientes. Pero no será un movimiento maestro, el que les otorgue historia propia de una vez por todas, si no logran vencer la percepción de equipo perdedor y avocado a la desgracia de la mano de los suyos. Para lo cual ni siquiera se pide el anillo, aunque sería el broche ideal.

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Francamente, el ‘hermano pobre’ de Los Ángeles está haciendo las cosas mejor de lo que se le quiere reconocer. Parte de la ciudad se identifica de manera verdadera con lo que representan, aunque sea como sombra del vecino. Y nunca se verá en los derbis angelinos celebrar más las canastas visitantes que las locales, como ocurre en el Barclays Center de Brooklyn. Desde la franquicia aseguran que, en los últimos siete años, han doblado su base de aficionados y que se espera un crecimiento mucho mayor a partir de la mudanza al Intuit Dome. Sólo queda afianzarlo con momentos memorables protagonizados por caras memorables en pista. 

Para que cuando Steve Ballmer y su dinero se marchen, Los Angeles Clippers tengan una bandera que hondear.

(Fotografía de portada de Steph Chambers/Getty Images)

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