Bol Bol ha sido uno de los nombres más escurridizos de la temporada. Arturas Karnisovas, todavía general manager por aquel entonces, evadió cualquier tipo de prejuicio y no dudó ni un segundo en escogerlo. A cambio de una segunda ronda, su adquisición se presentaba incluso como un robo. Al final y al cabo era un potencial lottery pick al que una grave lesión en el pie –una fractura por estrés– había relegado al ostracismo. ¿Qué podía perder?
Seleccionado en la 44ª posición del pasado draft, en Denver han mimado de forma especial al jugador hasta el punto de alejarlo por completo de los focos de la NBA. Después de cada partido se esfumaba del vestuario antes de que los medios de comunicación entraran en la sala y lo poco que se le pudo ver vestido de corto se limitó a un número muy reducido de apariciones en las rondas de lanzamiento previas a los partidos. Eso sí, solo en aquellos disputados lejos del Pepsi Center. El secretismo del que se sabe poseedor de un gran tesoro.
Poco a poco, aquel espigado chaval, vástago de uno de los techos de la historia de la NBA, quedó reducido a un vestigio difuso de una camada de jugadores liderada por ‘el fenómeno Zion’ y amenizada por ‘alborotadores’ como Ja Morant, Tyler Herro, Coby White o Kendrick Nunn. De vez en cuando, algún perspicaz –o despistado– periodista recuperaba su nombre de entre sus notas y las preguntas volvían a repetirse. ¿Qué diablos pasa con Bol Bol? ¿Está progresando en su juego? ¿Ha desarrollado sus habilidades? ¿Se ha recuperado de su lesión en el pié? Y, lo más importante, ¿cuánto tiempo falta para poder verle en acción con la camiseta de los Nuggets? La situación del jugador ofrecía demasiadas preguntas y sus ocho partidos con los Windy City Bulls de la G League no eran suficientes para emitir un juicio conciso. Hasta hace unas semanas poco sabíamos más allá de que su último partido se remonta al mes de diciembre.