El imaginario propio de Anthony Edwards

La sonrisa, los movimientos, los gestos, accesorios de juego idénticos. Se capta la idea, Anthony Edwards evoca enormemente la memoria de Michael Jordan. Sin embargo, ...

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Por David Sánchez

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La sonrisa, los movimientos, los gestos, accesorios de juego idénticos. Se capta la idea, Anthony Edwards evoca enormemente la memoria de Michael Jordan. Sin embargo, sería tremendamente injusto limitarse a esta comparación y eludir la esencia del propio Edwards, que ha hecho lo suficiente para diferenciarse de todos los jugadores de su generación, pero también de su innegable linaje.

Sobre esto mismo escribió Howard Beck hace un tiempo en The Ringer, apuntando a la injusticia de juzgar a un jugador solo por lo que significa como réplica. El propio Ant, que antes no había eludido del todo los evidentes puentes simbólicos, dijo basta en una charla con Fox Sports. «Quiero que paren [las comparaciones]. Él es el mejor de la historia, no puedo compararme».

Lo cierto es que las comparaciones no parecen afectar a Edwards como afectaron a otros supuestos sucesores de MJ. Primero, porque Jordan ya está demasiado alejado en el tiempo como para que su figura pese como lo hacía a finales de los noventa o principios de los 2000. El escolta de los Timberwolves apenas cumplía un año cuando el mito se retiró definitivamente y ha crecido idolatrando a Kevin Durant. Segundo, porque Edwards tiene una personalidad lo suficientemente propia y atractiva por sí misma como para ser presa de la memoria de Jordan.

Esta postemporada el de los Wolves ya ha dejado escenas suficientes como para conformar un imaginario propio que le aleje del 23, aunque se caiga una y otra vez en tejer el puente visual. Edwards y Jordan comparten el sadismo, pero en grados muy alejados. Aquella inquina que se apoderaba de MJ y que hoy nos ha llegado como meme, took it personal, no pasa de la fanfarronería en Ant. Una pose chulesca que es el equivalente a decir que el joven jugador aún no dibuja gigantes en los molinos de viento como han admitido hacer otras estrellas.

La arrogancia es denominador común en la mayoría de jugadores de la élite por la importancia que comporta saberse el mejor para acercarse a serlo realmente. Perfiles como el de Mike tenían la necesidad de demostrarlo cada día en cancha hasta rozar la obsesión, gozar de esa supremacía que le profería el parqué. Edwards, compartiendo el engreimiento, no impone su ley con tal agresividad.

Hay en Edwards más de Gary Payton que de Jordan en la forma de utilizar el trash talking. Menos sibilino que ruidoso. Más cercano a lo que se puede escuchar en cualquier cancha de barrio que al arte que muchos manejan agachados entre tiros libres. Cuando Ant habla quiere que el mundo le escuche y cuando acaba el partido la sonrisa y la zanahoria.

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Relacionado con esto último está la parte gamberra de Edwards, la cual no encuentra ascendencia directa en el pasado, pero que sí se acerca a lo visto en tiempos recientes con Joel Embiid. Ambos encuentran un punto desenfadado y fanfarrón en sus celebraciones que cuesta encontrar en grandes figuras que les hayan antecedido. Jordan, por cruel que fuese en una cancha de baloncesto, se encomiaba a la imagen de niño bueno de América con modales impecables fuera de la pista y pocos gestos irrespetuosos dentro de ella. Ya en una etapa tardía de su carrera se regaló a cierto jugueteo, como aquellos piques con Dikembe Mutombo con el not in my house invertido o el tiro libre a ciegas.

Pero el punto crucial que separa a ambos es el comportamiento con su entorno. De Jordan han trascendido incontables historias que le dibujaban como un compañero despiadado. El puñetazo a Steve Kerr, el acoso que tuvo que cortar de raíz Bill Cartwright, el que no supo llevar tan bien Will Perdue o el famoso ensañamiento con Jerry Krause. A MJ le costó confiar en el resto de jugadores con los que compartía equipo pero no creía compartir especie. Hasta la llegada de Phill Jackson, y ya con él en el equipo, seguía sintiendo la necesidad de incidir en demostraciones que reforzasen su capacidad de ganar él solo. Le costaba regalar buenas palabras.

Al punto de que cuesta imaginar la convivencia de Jordan con alguien como Karl-Anthony Towns, cuyo desenlace no cabe figurar muy distinto al vivido con Jimmy Butler. Edwards, lejos de la pasivo-agresividad y de correr sin saber si el resto le acompaña, se ha demostrado un líder vocal prácticamente desde su llegada a la liga. Raro es el día que no acude con el propio Towns a rueda de prensa para echarle un capote cuando hace falta o instarle a ser mejor cuando lo precisa. Sin por el camino dejar de mencionar hasta una docena de veces los nombres de Jaden McDaniels, Mike Conley o Rudy Gobert para ponerlos en valor. Lo demuestra además en noches como la del séptimo, donde es capaz de soltar lastre para que brillen otros sin dejar de ser la obvia pieza de desequilibrio ofensivo del equipo.

Tan sencillo encontrar las diferencias entre uno y otro (más allá de logros y ascendencia individual) como poner sobre la mesa el debate que siempre ha acompañado a la figura de Jordan. Ese que plantea si la excelencia tiene como coste la calidad humana. Que incluso Mike mira con recelo aquel peaje. Edwards, aunque ya tiene sus propias manchas en el historial, aún está en el camino de hallar la excelencia. Pero por lo pronto cuesta imaginar que no pueda llegar a ella sin dejar de ser un buen tipo.

(Fotografía de portada de C. Morgan Engel/Getty Images)

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