La actual NBA, cortoplacista como pocas, es una competición que termina por convertir a todos sus héroes en villanos. Sucede con los grandes jugadores, cuya carrera con suerte se prolonga 15 años. Sucede con los entrenadores, con los que se tiene menos paciencia que nunca. Y sucede, por supuesto, con gerentes cuyas decisiones pasan de ser estrategias fríamente calculadas a golpes de suerte cuando asoma la primera pifia.
Este curso en la NBA hemos visto a Nico Harrison convertirse en bufón de la corte de la noche a la mañana. A Pat Riley poner en peligro la fama que le precedía como gestor de estrellas, postrándose ante un jugador como nunca antes. Hace no tanto que Masai Ujiri era un visionario, hoy es un ejecutivo más de equipo pequeño que no parece atisbar horizonte alguno. Incluso RC Buford encadenaba varios años sin poder aportar valor a los San Antonio Spurs hasta la elección de Stephon Castle.
Precisamente en La Ciudad del Álamo comenzó una carrera ligada al éxito que va camino de extenderse tres décadas.
Baloncesto por descarte
Sam Presti buscó su propia suerte. Las oficinas y cuerpos técnicos en la NBA suelen estar plagados de exjugadores, recomendaciones de las estrellas y, por qué no decirlo, nepotismo. Pero también hay quien llega llamando a la puerta hasta derribarla. Presti no necesitó ser tan insistente. Solo esperó el momento perfecto para abrasar la oreja de Buford hasta que este le dio la oportunidad de enrolarse en los Spurs.
Ocurrió en el verano del año 2000 en Aspen, Colorado; en un campamento de baloncesto estival al que Presti llegó por una de esas carambolas del destino. Sam acababa de finalizar sus estudios en Emerson College con 23 años y, como casi todo joven criado en paralelo a las ideas del posmodernismo, aún no sabía muy bien lo que hacer con su vida. Rondaba su cabeza la idea de acudir a una escuela de derecho para complementar su formación o incluso enrolarse en la escuela de música y desarrollar su pasión por la batería. No fue consciente de que el futuro se cernía sobre él hasta el último día de clases.
En los últimos años, había pasado la mayoría del tiempo pensando en su rol como capitán del equipo de baloncesto de la universidad. Fruto del cual iba a surgir esa suerte que le hizo unir los puntos a posteriori como a Steve Jobs aquellas clases de caligrafía en Reed College. Como líder de los Lions, Presti tendió su mano a un compañero que, tras sufrir una grave lesión, se planteó dejar el baloncesto. Su acercamiento al chico hizo que tejiese cierta relación con el padre, quien le recomendó para trabajar en un campus que organizaban nada más y nada menos que Gregg Popovich y RC Buford. A Sam de repente le nació un propósito.
Solo iba a gozar de una oportunidad, ya que Pop no acudió a su cita y Buford solo se iba a dejar ver por allí el último día de campamento. Ni siquiera esperó a estar a solas con el general manager de los Spurs, le abordó directamente mientras este arbitraba un partidillo, persiguiéndole por la banda mientras le explicaba qué creía poder aportar a toda una organización de la mejor liga del mundo. A Buford le bastó para darle un puesto como coordinador de vídeo por el que cobraría 250 dólares mensuales.
Siempre cerca de la excelencia
Sin embargo, lejos de quedarse encerrado en la sala de vídeo, Presti comenzó a multiplicarse por todas las instalaciones de los Spurs. Siempre rodeado de jugadores, entrenadores y ejecutivos. “Antes de estar una semana con nosotros, todos sabíamos que algún día se iba a hacer un nombre en la liga”, comentó hace unos años el propio Buford. Su empeño le aseguró un hueco en la dirección. Su visión, ejemplificada en el flechazo que sintió por Tony Parker, un ascenso a ayudante del general manager. Hasta que estuvo preparado para iniciar su propia obra en Seattle. Tenía 29 años y ya manejaba las operaciones de una franquicia NBA.
Menos de un año después, Presti tendría que empaquetar bártulos para una nueva mudanza porque a Seattle le arrancaron los Sonics para fundar una nueva franquicia en Oklahoma City, uno de los mercados más pequeños de Estados Unidos. Concretamente, el tercero menor en términos de alcance televisivo en la NBA. Uno de esos lugares que reduce el margen de error al mínimo, pues en ciudades donde no van a parar los focos, cada paso en falso requiere dar cinco en el buen camino.
El método Sam Presti
Presti ha conseguido difuminar las consecuencias deportivas de la mudanza porque nadie ha caminado sobre el alambre como él en los últimos 20 años. El ejecutivo es muy dado al enamoramiento, sentido en el cual recuerda a Jerry Krause y su obsesión por Toni Kukoc. Solo que cuando Presti habla o ejecuta, el resto escucha y mira. Lo normal en un romántico como él, que queda prendado de perfiles extremos que van desde Kevin Durant a Alexei Pokusevski, es tender al error. De ahí que su intuición sea una extrañeza histórica.
Esa que le llevó a seleccionar a tres futuros MVPs seguidos entre 2007 y 2009 y a construir un plantel aspirante a partir de la salida de un solo jugador. Convirtiéndose en uno de los 4 ejecutivos en la historia de la NBA en conseguir 60 victorias con dos plantillas completamente distintas en una misma organización. ¿Los otros tres? Red Auerbach, Jerry West y Pat Riley. Casi nada.
Durant, Russell Westbrook o Shai Gilgeous-Alexander son piezas necesarias para asentar las bases. Pero el resto lo cubre la paciente metodología de un visionario. Presti solo ha fallado a su libreto cuando veía a Russ cargar con una ciudad a cuestas para llevarse las migajas del Oeste a la boca. Solo entonces alteró las jerarquías del grupo con el fichaje de grandes nombres: Paul George y Carmelo Anthony.
Acelerar procesos nunca ha sido lo suyo. Sabedor de que, meter la pata con un gran traspaso o frima, supone tirar años de trabajo a la basura. Por eso, cuando intuye tener algo grande entre manos como hizo en la 19-20 con Shai y aquellos Thunder de los tres bases (SGA, Chris Paul, Dennis Schröder), supo separar grano de paja y comenzar un nuevo proyecto en torno al hoy MVP. En este ascenso se le ha tentado con nombres como Pascal Siakam o Lauri Markannen. Él se decantó por Gordon Hayward porque sabía que no iba a comprometer la química del grupo y el precio a pagar no les penalizaba de ninguna manera. Aunque terminase pidiendo perdón por aquello.
Es la ventaja de saber que cuentas con alguien que va a tomar la mejor decisión para el equipo en un porcentaje altísimo de las ocasiones. Y que capea el temporal con templanza también cuando vienen mal dadas y surgen las impaciencias. Es casi poético que un tipo que comenzó el presente siglo sin un propósito de vida claro, haya demostrado tener la visión más cristalina de cuantas pueblan las oficinas de la NBA.
Hace unas semanas, al fin se le correspondía con el premio a Ejecutivo del Año del que nunca pudo gozar porque sus grandes obras siempre demuestran serlo a medio o largo plazo. Insuficiente para un galardón que reconoce los movimientos realizados a 9 meses vista. En ese momento, existía cierta polémica con el nombramiento, pues Alex Caruso e Isaiah Hartenstein podían parecer insuficientes. El destino, ha decidido despejar todas las dudas con el escolta, que se ha vuelto a poner en valor como el mejor defensor exterior del planeta.
Han pasado 25 años desde que Presti puso un pie por primera vez en las entrañas de la NBA. Tiempo suficiente para convertir a cualquiera en villano. Mientras, él sigue enfrascado en su camino del héroe particular, y ya divisa Ítaca en el horizonte.
(Fotografía de portada de BRYAN TERRY/THE OKLAHOMAN / USA TODAY NETWORK)