¿Cuánto sabes de Michael Jordan?

Advertencia: si sigues leyendo encontrarás un poco de spoiler del Capítulo III de ‘The Last Dance’ (pero no mucho)

¿Cuánto sabes de Michael Jordan? Mejor dicho, ¿cuánto crees saber realmente de Michael Jordan?

Acabo de terminar de ver gozarlo con el tercer capítulo de The Last Dance, y esta vez he logrado contener el ansia y reservar el cuarto episodio para la hora de la siesta (obviamente no habrá siesta).

Siendo del todo sincero, este breve receso responde a algo más: acabo de sufrir una pequeña catarsis, y me ha parecido buena idea el compartirla con vosotros. Quizás a alguno pueda serle útil.

El tercer capítulo ha vuelto a significar, como los dos anteriores, una experiencia profunda de un millar de emociones; un lebrillo cargado de imágenes, confesiones, cameos extintos y perspectivas inimaginadas hasta ahora en mi cabeza. Y de paso, también, un buen chapuzón de humildad.

Michael Jordan es la mayor estrella de todos los tiempos en lo que a NBA se refiere, y uno de los más grandes referentes atemporales hablemos de lo que hablemos, se trate o no de baloncesto. Fruto de ello, la hemeroteca de sus hazañas subidas a la red (for free), es rica y vasta como una llanura siberiana. Y si rondáis los treinta años o menos, lo más probable es que casi todo lo que hayáis conocido y digerido de su larga etapa en los Bulls, se escriba en diferido.

Tal es mi caso (32 tacos): decenas y decenas de vídeos de highlights, de top-tens, de best moves y de buzzer beaters; varias narraciones condensadas de Montes, Daimiel y Segurola, algún documental aislado centrado en su figura (‘Dream Team del 92‘ como ejemplo), y cuatro o cinco partidos completos consistentes, como no, en sus noches más locas y brillantes dentro de una carrera excepcional y única de por sí.

Contenido más que suficiente para hundir a casi todos mis amigos en un concurso hipotético de Preguntas y Respuestas sobre Jordan y su leyenda. Pero a fin de cuentas, nada más que un poco de mantequilla untada sobre demasiado pan.

Mar adentro

Mi ignorancia sobre Jordan la superestrella, se vuelve dolorosamente palpable en sus primeros años en Chicago: un joven escolta ya inmenso en lo individual pero fracasado e incapaz todavía en lo colectivo. El Jordan que conducía a plantillas mediocres a los playoffs, pero año tras año se estrellaba frente a equipos mejores y más completos.

¿Cuántas veces había visto la canasta de aquí arriba? No lo sé, pero os aseguro que muchas. Tantas como para memorizar el orden exacto de todos los fotogramas de la secuencia. Una canasta con la que siempre te cruzas en los puestos altos de ‘Best game winners’ y compilaciones análogas del ramo.

Y sin embargo, no ha sido hasta hoy mismo cuando he comprendido varios de sus porqués.

Que no era un partido de fase regular sino de playoffs, lo primero. Que además era el definitivo Game 5 (entonces las series eran al mejor de cinco) de primera ronda ante los Cavs del sublime Mark Price, lo segundo. Pero sobre todo, y aquí reside la belleza del documental, los detalles y razones de cada gesto, de cada carrera, y de tan salvaje estampida y despliegue de emociones detonadas tras el bocinazo.

Visto el Cap III, por fin puedo entender (y explicar) lo que se ocultaba tras esos tres-cuatro rabiosos puñetazos al aire de Jordan (mucho más que el ‘simple hecho‘ de avanzar de ronda).

Por fin sé que ese señor enchaquetado, enloquecido y melenudo que invade el parquet con los sudorosos brazos en alto no era sino Doug Collins, su joven head coach de entonces, y que verle sudar, gritar y correr no era algo tan excepcional dentro de su singular y vibrante estampa.

Sé también que subyace una crucial intrahistoria en el marcaje de Craig Ehlo sobre MJ en aquel último ataque lapidario, y que el ’23’ estuvo encantado de que fuese él y no otro el elegido para tratar de pararle en el aclarado.

Y sobre todo, más que me joda, sé que no se nada.

Hablamos de Michael Jordan y de un material de vídeo que abarca varios miles de horas de carrete almacenado, pero que para nuestro fácil y comercial consumo ha sido reducido a tan sólo diez. Diez horas de las cuales apenas llevo saboreadas tres, pero que son más que suficientes para reconocerme como un completo indigente intelectual cuando de hablar de Jordan (o de Pippen o de Rodman, y de los que vendrán) se refiere.

Al arte de no opinar

Y de la catarsis –reflexión mediante– a la conclusión: jamás volveré a caer en el siempre pícaro y divertido juego de diseñar mi ‘Mejor Quinteto de la Historia’.

Sabía (o creía saber) que Jordan había sido y se mantiene como el auténtico GOAT. El mejor de todos los tiempos. Pero ya aprendí en el colegio que atinar en la conclusión no implica siempre saber recorrer el trayecto. Acertar el resultado utilizando la cuenta de la vieja puede ayudarte a esquivar el suspenso en el examen, pero eso no implicaba que hubiese aprendido a sumar.

Los argumentos y la vehemencia para defender el trono de Jordan probablemente serán muy superiores de aquí a un par de semanas, al término de documental, que en los días previos en los que aguardaba su estreno con avidez.

Y exactamente por los mismos motivos –infravalorar las figuras de Bill Russell, Rick Barry, Bob Cousy, Nate Thurmond, Nate Archibald o Bob Pettit, o simplemente excluirlos o no considerarlos en su justo mérito a la hora cotejarlos con sus homónimos actuales en pista cuando toca configurar esas dichosas listas (los cinco mejores ala-pívots… los mejores playmakers, el mejor reboteador, etc.)– no volveré a mojarme en aguas bíblicas que me son negras y desconocidas.

¿Es arriesgado afirmar que la NBA actual, increiblemente profesionalizada y global, produzca jugadores de nivel average que superan con creces el nivel del jugador medio de los años 50/60, e incluso rivalice o supere el de alguno de sus grandes mitos? En absoluto.

Pero yo, que no tengo ni la edad ni el ahínco para desandar el camino, pecaría de engreído y estúpido bocachancla de empeñarme en subir a ese carro. Que el dictamen interno acierte en coincidir, es lo de menos.

Yo, como dice mi madre, calladito, que estoy más guapo, y cedo –para quién lo quiera– el Delenda est Carthago.

(Fotografía de portada Mike Powelll/Allsport)


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