NBA Cares: lo que de verdad importa

Cuando deciden acceder ‘al juego’, dan un paso algo más grande del que dábamos varios de nosotros al introducir el cartucho de nuestro viejo NBA Live 97 en la destartalada Mega Drive, tras soplar el invisible polvo de la ranura hasta casi rompernos los pulmones.

Cuando se encasquetan la gorra y le sacuden la mano al Comisionado; cuando se anudan las bambas y se dejan la piel y la esperanza en las Ligas de Verano; cuando reciben la llamada para firmar el primer y quizás el último contrato de diez días de toda su vida; cuando se sienten como Rudy Ruettiger y no aspiran nada más que a vestir un dorsal y una camiseta, o a morir en el anonimato de lo más profundo del banquillo, ahí –conscientes o no todavía de su elección–, se han decantado por un futuro que implica algo más que una canasta, un tablero y un salario desmadrado.

‘Nike, nada de juego. Sólo deporte’. Así, con aquel eslogan resultón parido a medias, Mel Gibson y Helen Hunt entrelazaban sus mentes para convertirse en los reyes de su moribunda agencia de publicidad, en la icónica comedia de primeros de siglo ‘En qué piensan las mujeres‘.

Ayer, primero los Bucks y seguidos del resto de la comitiva por el efecto arrastre, las tropas que aún resisten en Orlando dieron una zancada como para parir un nuevo eslogan. «NBA; nada de juegos. Más que un deporte». Poco marketing y mucho de verdadero.

Cuando un jugador accede a entrar en la rueda, firma mucho más que un acuerdo para jugar al baloncesto. Firma por un estilo de vida. Firma un contrato con la fama, los aviones y el jet lag. Firma un contrato con su entrenador, con sus compañeros y con la grada. Firma un contrato con los medios, los fans y con la voracidad de las redes sociales. Firma un contrato de sumisión con los árbitros y un respeto a su poder cuasi divino. Un contrato tajante antidrogas. Un contrato sin rescoldos con la salud de su cuerpo. Un contrato de declaraciones medidas y multas duras y contundentes. Un contrato vitalicio donde si callas, pierdes y donde si hablas, pagas.

Firma un compromiso.

Un compromiso por el que aceptas ser una de las personas más afortunadas del mundo y por el cuál pasas a formar parte de una burbuja aún más cínica y artificial que la de Orlando. Una burbuja, no obstante, consciente de ser burbuja. Una burbuja comprometida con sus orígenes. Con tus orígenes. Un lugar donde, por más que la perfumes, tu mierda no pasa a oler mejor que la de los demás. Un sitio donde el sueldo igual vuela en una colección de Patek Philippe que en alimentar familias enteras. Un hogar nuevo que no te hace olvidar las raíces de las que provienes. Una vida de ensueño que no borra una infancia de pesadilla. Un deporte que invita a los negros a dejar de ser negros, pero donde estos deciden seguir siéndolo y ondean, henchidos, su color por bandera.

La NBA lleva años siendo ese animal salvaje que reacciona justo a tiempo y se coloca panza arriba cuando se percata de que el consumidor empieza a importar más que la persona.

No importa

No importa lo que creas. De verdad. O que tal vez creas que todo esto carece de sentido; o que lo de anoche te parezca tan irracional como el portazo de un adolescente en su dormitorio.

No importa que lo de anoche te sugiera un motín en alta-mar donde el barco acaba hundido con todos sus tripulantes en el fondo del océano; o te deje un poso en el garganta de pataleta insuficiente.

No importa si lo sentiste como un arrebato de rebeldía barata, por nacer de un grupito de rich privilege niggas and white boys que verán su nómina intacta cuando todo esto acabe.

No importa que la burbuja de Orlando comenzase como solución a una enfermedad si otra más grande y sistémica los empuja ahora a salir de ella. No importa que esto sirva para algo o para absolutamente nada. No importa si Jacob Blake debió haberse parado como una estatua al primer aviso del gendarme. No importa si le dispararon por insensato, por negro, o por ser el policía un racista, un asustadizo sin vocación o un auténtico hijo del diablo.

No importa si actos sencillos como no saltar a la cancha y detener la rueda unos instantes, simplifican la realidad en exceso, polariza a las masas, acrecienta el odio o acelera el cambio por un atajo de paredes blandas y suelo resbaladizo.

No importa si la narrativa se altera con esto o si la Tierra sigue girando cuchíbiri, cuchíbiri. Si muere en un gesto pacífico de indignación, o si se convierte en el germen de ese ‘algo’ mucho más grande que está por venir.

No importa lo mucho o nada que a ti o a mí nos importe si la temporada se acaba o se juega hasta el final. A la NBA le importa. NBA Cares. Lo lleva en su ADN incoloro y furibundo. Y eso es lo único que importa.

(Fotografía de portada de Rick Diamond/Getty Images)


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