El reloj de posesión en la NBA

Este artículo nace de una vieja necesidad: la de dar respuesta a una pregunta que me empecé a plantear en mayo del 2004. Una pregunta que me corroía cada vez que volvía a reproducir la histórica acción en slow mo. Una incógnita aún mayor que la del desconcierto provocado por cómo –estando Shaq y Kobe dentro de pista– pudo ser Derek Fisher el elegido.

Una duda que, además, quizás también tengáis algunos de vosotros aún por resolver.

El reloj de posesión marcaba 0,4 segundos para el resonar del buzzer final. Tim Duncan, para locura absoluta del AT&T Center, venía de encestar lo que tenía toda la pinta de ser el game winner de la espectacular velada para poner las semifinales muy de cara en favor de los San Antonio Spurs. Un canastón de media distancia en todas las narices de la bestia O’Neal.

Si el tiro de Duncan hubiese sido ‘a lo Dirk Nowitzki’, con su descomunal parábola, no habría habido tiempo para más; pero es lo que tenían los sartenazos de Timmy, que eran como obuses a tabla con tendencia estadística a terminar dentro. Así pues, cuatro décimas para buscar el milagro. Dado el panorama infinitesimal, a Phil Jackson no le quedaba otra que dibujar dicho milagro en su pizarra en forma de palmeo… ¿o existía alguna otra opción?

El crono, de hecho, pareció ralentizarse en un guiño a Phil, consciente de su incipiente rol de escriba en una página eterna de cuatro décimas de pura historia NBA a punto de inmortalizarse en letras doradas. Porque a Fisher le dio tiempo a una barbaridad en un simple pestañeo: recibir el pase de Gary Payton, voltearse en una suspensión larguísima y lanzar su dinamita arqueada con toda la claridad del mundo.

El tiro, increíble, estaba dentro, y Fisher ya corría como un descosido hacia al vestuario dando el asunto por zanjado y precipitando la celebración, como casi buscando evitar una burocracia insoslayable: la revisión. El lanzamiento había hecho chof, pero faltaba comprobar si, ante tan escaso margen, lo había hecho dentro del tiempo reglamentario.

Cuatro décimas como tope para el divorcio entre cuero y piel. Décimas de efervescencia y tensión que, sin la figura de Mike Costabile, puede que jamás hubiesen existido en el luminoso. Y todo comenzó en 1990, cuando Costabile, que despuntaba como uno de los árbitros con más galones del circuito, se atrevió con un acto de temeridad en el estertor último de un 76ers-Bucks y con nada menos que Charles Barkley como parte (esta vez tangencial) de la polémica.

Día de la epifanía: 3/12/1990

La historia se resume (quien quiera la crónica al completo que pinche aquí) en el clásico partido disfrutón de final prieto. Los 76ers van un punto abajo pero tienen la posesión del esférico, y Barkley es objeto de falta justo cuando se disponía a lanzar y al tiempo que resonaba en el pabellón el bocinazo que echaba el telón al encuentro. Tres sucesos independientes ocurridos en pulcra sincronía pero que, en aras de la costumbre, debieron desembocar en triunfo de los Bucks, ya que cuando Costabile hizo sonar su silbato, la cuenta regresiva del reloj manual ‘se detuvo’ reflejando un espacio de juego restante de 00:0.

Él, sin embargo, rompió la baraja e hizo valer su autoridad por encima del cronómetro, alegando una verdad vox populi pero que el formato aún no se había preocupado en corregir. Ni el mentiroso es más veloz que el cojo ni la mano del árbitro más rauda que el latir de un colibrí; Costabile interpretó que la falta se había producido antes del buzzer beater, sólo que los reflejos y la cadencia de manos no fueron lo suficientemente rápidas para detener el reloj a tiempo.

Así pues, Barkley fue a la línea para encestar sus dos tiros libres ante el estupor del aficionado y la indignación del rival. Los 76ers se llevaban el encuentro en el día en que el control estrictamente humano del reloj de posesión, práctica inalterada desde su inclusión en 1954, firmaba su certificado de defunción. Costabile fue criticado hasta la saciedad por aquella decisión; una decisión muy difícil de defender en pasado pero que le sirvió de inspiración para evitar que esto se repitiese en el futuro.

«Me hicieron falta», dijo Barkley, su (lógico) gran valedor. «El árbitro tuvo agallas para señalarla. La mayoría de los árbitros no se habrían atrevido».

Apenas un año después, un Costabile azuzado por aquel polémico silbatazo se encontraba sumido al completo en el desarrollo de una tecnología que iba a implicar un antes y un después, no solo en el baloncesto, sino en todo un abanico de deportes donde el tiempo de juego se mide al milímetro.

El ‘simple’ invento

Corría el año 1995 cuando veía por fin la luz una entidad corporativa dispuesta a revolucionar el mercado con un producto sin parangón y que Costabile ya se había encargado de patentar dos años atrás. Un auténtico golden ticket rumbo a la fábrica de chocolate.

Folleto de instrucciones

¿Cómo funciona exactamente? El sistema se compone de un micrófono adherido cerca del silbato del árbitro, y una petaca en la cintura encargada de transmitir la señal de radio que detiene el reloj «ipso facto» cuando suena el silbato en un rango de frecuencia específico. A su vez, la petaca cuenta con un reinicio manual que activa el crono cuando el árbitro presiona un botón que le sobresale del costado. Esa señal va a una estación base situada en la Mesa de Anotadores donde el dispositivo inicia y detiene el reloj automáticamente.

Esta base, además, dispone de un control manual para un cronometrador, aunque solo como respaldo en caso de colapso electrónico. Así de sencillo. Así de perfecto.

«Desde el momento en que (los árbitros) tocan el silbato, las ondas viajan a la velocidad de la luz hasta la mesa, y el reloj se para«, resumía un Costabile que reside actualmente en Carolina del Norte ya en su cómodo retiro de las canchas de juego.

«Tenemos un código de selañes que usamos (entre los árbitros) para avisarnos de cuándo ponemos el reloj en marcha. Por norma tienes una mano en ‘la cajita’ y la otra mano extendida, y contabilizas el tiempo de manera diferente. Francamente, se termina convirtiendo en parte de tu ADN», explicaba en abril de 2019 J.D. Collins, coordinador nacional de arbitraje de baloncesto masculino en la NCAA.

Automatismos, en efecto. Eso es lo primero que deben incorporar los nuevos árbitros que inician su desvirgue en las categorías inferiores y abordan la tarea de familiarizarse con una herramienta que se erige como un aspecto vital del modelo NBA actual. Un silbato, un micrófono, un cinturón y una especie de caja receptora ceñida sobre sus caderas. Piel sobre piel.

Pilotos, atletas y árbitros de baloncesto

Vayamos ahora al tema de los reflejos.

Probablemente, ninguno de nosotros es realmente consciente de nuestro (escaso) poder de anticipación hasta que agarramos el libro de la autoescuela y empezamos con los tipos test. Es ahí cuando al fin entendemos el porqué de las campañas de sensibilización al volante y lo confiscador de las multas.

Entre 0,5 y un 1 segundo se sitúa el promedio de reacción en carretera desde que divisamos un obstáculo y respondemos a éste, ya sea en forma de volantazo o pisando el pedal del freno.

Existe, a más inri, la extendida creencia de que nadie tiene tan sofisticado su tiempo de reacción como los pilotos de Fórmula 1, el cual tiende a oscilar entre las 0,2 y las 0,3 décimas. De ahí la viral polémica con la ‘sospechosa’ salida de  Valtteri Bottas en el Gran Premio de Australia de 2017 a las 201 milésimas de ponerse el semáforo en verde; sólo una por debajo de lo ‘ilegal’.

Pero existen otra disciplina donde el margen de reacción consentido por la norma es aún menor. El atletismo. Ahí el límite se rebaja hasta las 100 milésimas. En las Olimpiadas de Río 2016, por ejemplo, en su final de los 100 metros lisos Usain Bolt fue el segundo atleta más lento en arrancar la prueba (155 milésimas), aunque terminó colgándose el oro, mientras que Adani Simbine fue el más rápido, con 128 milésimas, aunque cruzó la meta en quinto lugar.

No está de más rescatar para la ocasión la matización que realiza Josep Font, psicólogo especialista del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, quien considera importante hacer una diferenciación entre los conceptos ‘tiempo de reacción’ y ‘tiempo de movimiento’. «El primero es fisiológico y mide el intervalo entre el inicio de la aparición de un estímulo nervioso en concreto, y el inicio de la aparición de la respuesta [cuando los músculos empiezan a reaccionar]. El segundo [tiempo de movimiento] es mayor porque se alarga hasta la culminación de esa respuesta (física). Una cosa que vale la pena destacar es que el tiempo de reacción no se reduce a partir del entrenamiento, porque estamos hablando de un concepto neuronal. Lo que sí que podemos hacer es utilizar la psicología para intentar anticipar la señal que nos haría reaccionar«.

«El estímulo que se percibe antes es el auditivo, y su tiempo de reacción medio ronda las 170 milésimas de segundo. Después encontraríamos el táctil, y más tarde el visual«, explica por su parte el profesor Josep Roca i Balasch, en su libro ‘Tiempo de Reacción y Deporte’. 

No somos Flash (ni Wade ni el superhéroe), queda claro, y según los estudios, con el invento de Costabile y fruto de su correcto uso se garantizan hasta 90 segundos extra de juego activo en cada partido. Suficientes para que ni el tiro de Fisher, ni el de Duncan ni las cinco posesiones anteriores hubiesen aparecido jamás en el play-to-play.

El sonido del silbato en una calibración especial para cada árbitro permite pues, además de un atajo espectacular respecto al sistema que vino a jubilar, detener el cronómetro de posesión casi al instante y además identificar la fuente, esto es, qué colegiado hizo sonar ‘su arma’ el primero. Una huella dactilar al servicio del reglamento. Un VAR preventivo para evitar el ‘fuera de juego’. La NBA, como casi siempre, una maleta de años por delante.

Esta «riqueza de información», como la definió Costabile, permitió mejorar tanto el nivel del colectivo arbitral como la respuesta táctica de los equipos en momentos clutch. La última muestra de ello, de la mano maestra de Luka Doncic.

Mike Eades es otro árbitro de alcurnia con cuatro Final Fours del March Madness a sus espaldas. «(El Precision Time) es una especie de segunda naturaleza. Sé que lo detendrá, sé que tengo que pulsarlo a cada comienzo de jugada y sé que siempre estoy mirando el reloj para asegurarme de que está funcionando correctamente». Una rutina dentro del desarrollo del juego y que, ante los ojos del espectador, se ramifica como algo casi indetectable; y ahí radica su éxito. Dota de agilidad y fluidez al encuentro sin sacrificar un ápice de su letal precisión.

Una patente irresistible

Un invento tan revolucionario –y rápidamente adoptado por todas las grandes ligas donde el reloj no avanza a tiempo corrido– como fácil de producir a escala, era algo muy goloso de emular. Un pastel tan enrome y lucrativo como para no buscarle a la tecnología su vuelta y media. Su lado más difuso. Terravision vs Google Earth a escala microscópica.

Entra en escena el presunto villano, Keith Fogleman, otro ex árbitro universitario que, bajo el pretexto de querer reparar uno de estos dispositivos dañados para devolverlo posteriormente a la escuela secundaria de North Carolina, abrió al paciente en canal para comprender la clave de su funcionamiento y, posteriormente y según Costabile, aplicarle ingeniería inversa para crear, y luego vender en masa, otro prototipo que no sería sino un modelo idéntico al dispositivo ideado por Costabile en 1993.

Totalmente desaconsejable para todo aquel que no guarde un Mike Ross en su interior, aquí está al completo la demanda de Costabile contra Fogleman por infracción de patente interpuesta en septiembre del año pasado y aún pendiente de fallo, por la que Costabile reclama daños punitivos que, según el ordenamiento civil norteamericano (que contempla los daños triplicados a discreción del tribunal), podrían alcanzar una indemnización considerable de confirmarse el lucro ilícito que la compañía de Fogleman, ‘USTOPIT, LLC’, ha amasado desde su salida al mercado en marzo de 2021, con su producto actualmente disponible en su página web, y que, juzgad vosotros mismos, hiede a misma placenta que las patentes 052 y 300 que equivalen a la fórmula del éxito del Precision Time Systems (PTS) de Mike Costabile.

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Árbitros: más villanos que héroes

El colectivo arbitral de baloncesto lleva años a la deriva, no sólo por su incapacidad de mantener un criterio unánime sobre qué es falta y qué no en la NBA, su permisivismo exagerado en pro del showtime (no existen los pasos en mates al contraataque), o sus diabólicos análisis del Last Two Minute Reports que tan sólo sirven para calentar al personal mientras estos parecen escupir hacia arriba, sino por el totalitarismo ejercido en la peor dirección, que ni jugadores ni fans entienden, y que está derivando en gilip***ces como esta. Un oxímoron digno de manicomio a favor y en contra del mismo show.

Pero también está la otra cara que, como el otro lado de la luna, suele permanecer en la más ajena oscuridad.

La de sortear con hechuras los 1.230 partidos en seis meses de regular season en la errática labor de hilar fino a la hora de enjuiciar mil y un contactos. La de soportar hasta el hartazgo peticiones del ‘and one!’ y saber cuándo ignorarlas. La de ser los primeros en arriesgar su físico y mediar cuando gigantes de poca manga y mucha testosterona amenazan con un 8 de diciembre de 2004 en Auburn Hills.

Su paciencia infinita ante head coaches devoradores de orejas y jugadores de cansino soniquete en airadas protestas. De salir airosos año tras año y lograr que su figura se mantenga invisible la mayor parte del espectáculo. Y, en un último particular –y gracias a la herencia Costabile y el buen hacer del gremio en la gestión de su invento–, responsables de haber exprimido los tiempos de cada periodo, lo bastante para que Trevor Booker nos regalase una de las mejores canastas de todos los tiempos.

Sin que sirva de precedente, gracias, árbitros de la NBA. Bendito seas, Michael Costabile. Un reconocimiento necesario en lengua hispana. Deuda saldada.


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