La temporada de los Philadelphia 76ers escribió sus últimas líneas este jueves. La derrota sufrida a manos de los Miami Heat en el sexto partido confirmó la eliminación y añadió un nuevo tropiezo a la lista de decepciones del proceso.
Si la confianza ha sido durante la última década el principal baluarte literario del proyecto, esta volvió a quedar mancillada durante la rueda de prensa posterior al partido. En una reminiscencia de lo ocurrido hace apenas un año, Joel Embiid no tuvo reparos en señalar públicamente las deficiencias del grupo, compartiendo, de nuevo, nombre y apellido: James Harden.
El finalista para el premio al MVP de la temporada no practicó, ni mucho menos, la concordia ni la empatía con el escolta. «Estoy seguro de que desde que llegó, todos esperaban al Harden de Houston, pero ya no es él. Es más un creador de juego. Pensé, como todos nosotros, que podría haber sido más agresivo.»
Si bien es cierto que los guarismos y el impacto de Harden han distado mucho de aquella magnífica versión que lo coronó como Jugador Más Valioso en 2018, la hemeroteca reciente nos muestra que no es buena idea depurar responsabilidades en caliente. Y, mucho menos, de manera pública y expresamente individualizada. Como dicta la norma no escrita: las alabanzas, en público, y las críticas, en la alcoba. Así quedó patente a lo largo del culebrón que ha rodeado el último año de vida profesional de Ben Simmons, el cual arrancó, precisamente, con un señalamiento por parte de Doc Rivers y el propio Embiid.