En los márgenes de Atlanta

Siendo uno de los indiscutibles grandes movimientos del verano, la llegada de Dejounte Murray a Atlanta encuentra una diferencia de base con los traspasos de Rudy Gobert y Donovan Mitchell. Los dos exjugadores de los Jazz llegaban a Minnesota y Cleveland respectivamente para solucionar problemas localizados. Pero sobre todo a elevar de forma inmediata el techo de dos equipos que aún estaban en fase de construcción. Sin embargo, en el caso de los Hawks, no adquieren al que fuera base de los Spurs para dar un salto más, sino para recuperar el nivel perdido en la temporada anterior.

En la temporada 20-21 la franquicia de Georgia se saltó un par de escalones de golpe y, pensando que aquel equipo que llegó a finales del Este era suelo firme, apostó por la continuidad de un grupo que, por edad y momento del proyecto, deberían mejorar año a año. Esta idea se desmorona por los cuatro costados el curso pasado desnudando de forma sangrante todas las debilidades teóricas que la plantilla podía insinuar.

Dado que las realidades de la primavera de 2021 dejaron de serlo ese mismo otoño —a excepción de Trae Young— la adquisición de Dejounte Murray no solo planteaba la incógnita de su nivel real o del encaje con el equipo en general y Young en particular. Su aterrizaje en Atlanta estaba obligado a darse la mano con el resurgimiento de los secundarios de los Hawks, tuviese o no Murray parte en este.

Un binomio sobre el que asentarse

A pesar de que les costó arrancar un par de partidos, Trae y Dejounte ya son una de las mejores parejas exteriores de la liga. Murray ha pulido sus vicios de la temporada pasada y ya no acude al triple y long midrange tras bote con tanta vehemencia ni fuerza transiciones sin necesidad. Ni si quiera en partidos sin Trae Young como fue el caso del enfrentamiento del lunes ante Milwaukee. En su lugar, ha desarrollado un tiro por elevación más que interesante y elude sin rechistar sus responsabilidades como manejador para sumar con cortes y movimientos sin balón. Murray tiene un físico privilegiado con el que sumar arrancadas y aguantar contactos cerca del aro cuando recibe camino al hierro. Además, está convirtiendo un 39,4% de sus 3,3 triples por partido en catch-and-shoot. Cifra que desciende al 31% en los lanzamientos tras driblar.

El curso pasado, Bam Adebayo y los Heat dejaron claro que Trae Young no podía sobrevivir sin alguien a su lado que diese un paso adelante en la creación de juego. Por eso es tan importante que Murray suponga un desahogo tanto si parte con la posesión de la pelota como si recibe con la ventaja ya generada. A este respecto Young también ha dado un calro paso adelante. Antes de comenzar la temporada se comentó mucho la necesidad de que el menudo base fuese receptor en sistemas de bloqueos indirectos en los que, tras recibir, le quedase poco más que ejecutar. Y aunque esto es relevante para mantener el ritmo de juego y diversificar el ataque, lo realmente importante es que Trae sea tan vertical como lo está siendo cada vez que recibe el balón con la circulación ya avanzada.

Es común que la tendencia de los manejadores del volumen de Young cuando les llega el balón en estas situaciones sea parar la acción y casi obligar a un reinicio. Pero la estrella de los Hawks no está esperando ni un instante para meterle una marcha más a la jugada y atacar con verticalidad esa zona de floater que domina como pocos con la constante amenaza del alley-oop a Capela o quien se tercie.

Afianzar la sociedad y sinergias directas e indirectas del backcourt era un requisito indispensable para dotar de sentido a la construcción de la actual plantilla. Pero para copar las ambiciones que seguramente tengan  la propiedad, Travis Schlenk y Nate McMillan, recuperar a los jugadores de segunda línea como parece que lo están haciendo es un tema de mortal necesidad.

Recuperando el ancla perdida

El más evidente es Clint Capela. Lo del suizo en la campaña pasada fue una desaparición digna del más escurridizo de los escapistas. No es posible aseverar si vino antes la regresión colectiva o la individual, pero lo cierto es que el derrumbamiento del pívot fue la principal razón de encontrar la defensa de Atlanta en el puesto veintiséis después de firmar el duodécimo mejor rating defensivo en la segunda mitad de la 20-21. Es decir, tras la llegada de Nate McMillan al banquillo.

La sensación en esta primera decena de partidos es que Capela vuelve a ser uno de los mejores defensores interiores de la liga y, en consecuencia, dota de una seguridad inmensa a su línea exterior. Los Hawks vuelven a sentirse cómodos defendiendo hacia atrás. Dirigiendo a los atacantes a la zona de forma controlada para acumular hombres y manos cerca del aro. Capela se ocupa de negar el espacio aéreo y el resto colapsan la pista a ras de suelo.

De acuerdo con datos de NBA Stats Atlanta está en el top diez de defensas en la pintura (9º permitiendo un 44%) y en la zona restringida (4º permitiendo un 61%), pero también son uno de los mejores conjuntos defendiendo el triple en esquinas. El 26,8 que permiten en esos lanzamientos seguramente sea una cifra insostenible, pero habla de la capacidad del equipo para poblar la línea de fondo y sumar segundos esfuerzos para puntear esos tiros.

El ‘Equipo B’

Aquí entra de lleno el salto de calidad que suponen ciertas llegadas y el paso adelante de algunos jugadores que sestearon demasiado el curso pasado. La entrada desde el banquillo de jugadores como Jalen Johnson, A,J. Griffin, Justin y Aaron Holiday permiten que el equipo pueda construir parciales a través del esfuerzo defensivo sin ser una segunda unidad sobrada de talento. Especialmente Johnson parece un defensor llamado a marcar diferencias con su envergadura, su ímpetu y su movilidad ya asentado en la plantilla tras un primer año alternando NBA y G League. La guinda la pone Onyeka Okongwu que, ahora sí, parece haberse asentado como el pívot suplente ideal a ambos lados de la cancha y que, pese al descenso estadístico, es un defensor muy incómodo para cualquier emparejamiento y en cualquier estructura defensiva.

Para el alegato final quedan las dos piezas que más dudas han generado en los últimos 12 meses. John Collins y De’Andre Hunter son símbolo de un equipo que legitima no depositar confianzas ciegas en ellos. Ambos sujetos a un perenne ‘sí pero no’ desde su llegada a la liga.

Collins es un rompecabezas en el reparto de protagonismo ofensivo de los Hawks. Su intermitencia no parece responder a la jerarquía otorgada, sino a momentos de motivación que dependen casi exclusivamente de él mismo. Por lo pronto acepta de buen recibo que su cuota de lanzamiento y anotación hayan descendido considerablemente. La eficiencia en su tiro también lo ha hecho, pero en compensación, sus contactos con el balón han dejado de romper el ritmo del ataque y son una parte más del extenso arsenal ofensivo que maneja McMillan. El ala-pívot está volviendo a la defensa para tomar los galones que parece haber perdido en ataque y, mientras esté cómodo en ese rol, los Hawks habrán ganado un secundario de muchos quilates.

Año de contrato, ahora o nunca

Hunter llega a este comienzo de temporada respaldado por la extensión de 90 millones de dólares por cuatro años que firmó en octubre. Esta se rubricó con cierta zozobra de los Hawks que, viendo lo sucedido con las renovaciones de Huerter y Collins el curso pasado, se pensaron seriamente lo de aplazar la firma del contrato hasta el próximo verano. La principal fuente de estos titubeos es la salud del alero, que solo ha superado los sesenta partidos disputados en su campaña rookie.

Poco puede hacer Hunter ante esta tendencia lesiva más que encomiarse a un trabajo físico que le prevenga de dichos percances. Pero el caso es que su rendimiento cuando está disponible —aún no se ha perdido ningún partido esta temporada— también deja ciertas inseguridades. El 3&D ya no se puede permitir ser tan específico como sugieren las dos siglas que lo denominan. La nueva línea de aleros versátiles que abandera Mikal Bridges cubre muchas más cosas que defender y lanzar triples a pies quietos.

Conocedor de esta tendencia, McMillan insiste en dotar de ciertas libertades a Hunter para que eche el balón al suelo y tome decisiones desde el bote, pero el alero no termina de devolver esta confianza en la misma medida. Cada vez es menos agresivo con el aro, promediando un pobre 36% de tiros de campo en sus penetraciones y registrando su mínimo de carrera en visitas al tiro libre. Le cuesta generar ventajas en situaciones de uno contra uno, P&R o mano a mano y su generación de juego para el resto tiende a cero. El tiro que mejor domina tras bote es el menos eficiente del baloncesto actual y solo se le ve completamente suelto en acciones que no tiene que pensar tanto. Por no decir que su impacto como emparejamiento de la estrella rival está al menos un escalón por debajo de la élite de la liga.

Todos estos matices comprometen su nivel en el medio plazo. O lo que es lo mismo, pueden ser debilidades a explotar en postemporada. La jerarquía salarial debería obligarle a tomar responsabilidades. No obstante, como está sucediendo con el resto del reparto de los Hawks, Hunter logra ser más que la suma de sus partes. Basta su correcta defensa de equipo —ayudas, líneas de pase— y su 42,9% en triples tras recepción para sumar a un conjunto que luce bien engrasado sin estar sacando el máximo partido de todas sus piezas.

Es evidente que Trae Young y Dejounte Murray son los llamados a tirar del carro de la franquicia. Pero depende de sus pretendidos secundarios de lujo que ese carro ruede sobre suelo asfaltado o sobre un camino lleno de piedras, baches y lodazales. Para ellos el curso pasado debería de ser un mero tropezón del que aprender y no un miedo que les lastre. Y así lo está siendo en este inicio de campaña.

(Fotografía de portada de Kevin C. Cox/Getty Images)


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