Una brisa humanista en el negocio NBA

Los casos de Booker, Giannis y Lillard se alejan de la racionalidad imperante detrás del negocio para abrazar lo emocional.

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Por David Sánchez

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Época de movimientos. Época de análisis. 

Llegan los traspasos y firmas de la agencia libre y comienza a brillar el trabajo de los estudiosos del juego y la estructura salarial. Encajes, percentiles, tendencias, consumo de cap, excepciones contractuales… 

Cada movimiento invita a meter el bisturí hasta las entrañas. En parte, para acallar todo el ruido que genera la discusión NBA durante la mayoría del año. Uno que vive completamente polarizado entre la tecnificación mencionada y el debate de opinión más pueril. Ese que ante una de las finales NBA más estimulantes de los últimos tiempos no saben generar diálogo más allá de los trillados “¿Es X una superestrella?”, “¿Tiene X equipo lo que hay que tener para ser campeón?”, seguidos de argumentos con el mismo fondo que un consomé de sobre. 

Sin embargo, la presente offseason ha dejado unos cuantos movimientos que eluden ambos acercamientos. Porque se alejan de lo racional y raro será que entren en la órbita de la cultura del anillo que reina en las tertulias más famosas de la televisión estadounidense.

  • Devin Booker extiende su contrato con los Phoenix Suns por una cifra récord.
  • Los Milwaukee Bucks firman la rescisión más cuantiosa de la historia cortando a Damian Lillard para hacer hueco a Myles Turner
  • Damian Lillard regresa a Portland Trail Blazers lesionado del Aquiles hasta entrado 2026

Siendo los tres movimientos que no mueven demasiado la aguja de los equipos que los acometen, proceden de motivaciones muy distintas. 

Suelo firme

Desde el momento en el que puso un pie en las oficinas de los Phoenix Suns, Matt Isbiah afrontó el cargo de propietario desde lo megalómano. Robert Sarver, vilipendiado y desterrado por las tóxicas condiciones y comportamientos xenófobos que instigaba en el ambiente laboral de la organización, ya era despreciado por los propios aficionados de los Suns a merced de su conocido tacañismo. Isbiah, como elefante en cacharrería, trató de alejarse lo más posible de esa idea de austeridad y, en su primer día como propietario, envió a Mikal Bridges, Cameron Johnson y cinco primeras rondas a los Brooklyn Nets para hacerse con Kevin Durant. 

Con esa misma norma de conducta y en poco más de dos años, el magnate ha formado un ‘Big Three’ a costa de vaciar la rotación y empobrecer la defensa hasta límites indignos, despedido a tres entrenadores, contratado otros tres, perdido el control de su futuro a través del Draft, pagado cantidades récord de impuesto de lujo, rescindido el contrato de Bradley Beal tras darse de bruces con su falta de encaje y las dificultades que conllevaban su salario y cláusula de no-traspaso. 

Hace un año y poco, el propietario aseguraba estar “en una gran posición” con la situación del equipo. Palabras de un tipo al que sus negocios han educado en el éxito y la victoria permanente (aunque haya asterisco detrás de ellos). La NBA le ha dado una clase intensiva de fracaso, y hasta el más voraz de los tiburones de Wall Street necesita pisar tierra firme tras una vorágine así.

Su ancla a la realidad ha sido hacer una limpia a fondo del apartamento de soltero en el que se habían convertido los Suns. Llenar las oficinas de antiguos alumnos de Michigan State. Firmar a su primer técnico de perfil bajo (también ex-Michigan State). Comprometerse con el símbolo de la franquicia hasta 2030. 

Esta temporada Devin Booker se ha convertido en el máximo anotador de la historia de los Suns superando a Walter Davis. Un hito que le mete de lleno en el debate por ser el jugador más importante de la historia de la franquicia y que fue ensombrecido por el triste momento que vivía el equipo de Arizona. Tal ha sido el desastre en estas dos últimas temporadas, que se ha llegado a rumorear la salida del propio Booker. En contestación, Isbiah ni siquiera se ha sentado a negociar con él, extendiéndole antes de lo que suele ser la norma en jugadores de 28 años que vienen de una temporada decepcionante y ofreciéndole el máximo y una opción de jugador de 69 millones de dólares (como mínimo) cuando tenga 33 años. 

Hay momentos en la vida en los que la realidad nos pasa por encima y creemos solo necesitar rodearnos de los nuestros. Booker no está en posición de decirle a Phoenix que todo salir bien, pero es más fácil creer las mentiras piadosas de quien sabes que te quiere. 

El jugador como fuente identitaria

¿Os acordáis de que las audiencias de la NBA se elevaron poco menos que a debate nacional el pasado diciembre? Después llegó el traspaso de Luka Doncic, un repunte de las cifras y todas esas voces se acallaron. Nunca fue preocupante del todo el descenso de espectadores dado el panorama que viene sufriendo la televisión tradicional en Estados Unidos desde hace ya más de un lustro. Menos al calor del contrato televisivo recién firmado.

Y más que generar interés por saber qué era lo que causaba ese receso de audiencias, imposible de centrar en un solo foco, llamaba la atención por conocer los problemas que la gente percibía en el producto NBA y su envoltorio. Siendo una de las más repetidas el desarraigo.

Habrá quienes culpen a LeBron James a su ‘The Decision’. O a Kevin Durant y su marcha a Golden State. Lo cierto es que el movimiento continuo de estrellas y las restricciones del tope salarial han dejado una NBA en la que nada permanece. En la que es complicado ver a un proyecto sobrevivir en el largo plazo. Que añora ver esos Wilt vs Russell, Magic vs Bird, Jordan vs Pistons, Bryant vs Duncan o LeBron vs Curry que han engrasado la historia de la liga. 

El baile de grandes nombres resta sentimiento identitario a las franquicias y, por prolongación, a la propia NBA. En estas, no hay una organización que haya unido su sino a una sola persona como los Milwaukee Bucks a Giannis Antetokounmpo. 

Claro que los Warriors van a pensar siempre en la mejor manera de rodear a Curry o los Denver Nuggets en la forma de sacar provecho a Nikola Jokic. Como en otras escalas ha hecho cualquier equipo con una estrella que consideren les puede llevar a lo más alto. Exceptuando Dallas, claro. A los Bucks, no obstante, les mueve una desesperación que llega a ser incluso tierna. Jon Horst y compañía tienen tanto miedo a la marcha de Giannis que han hecho del acto de fe su forma de operar. 

El escudo, por debajo del jugador

En 2020, tras dos premios MVP consecutivos, el griego dejaba crecer los rumores sobre su descontento el mismo verano que era elegible para una extensión. Antes de comenzar la siguiente temporada, Jrue Holiday llegaba a Wisconsin y Antetokounmpo firmaba su renovación. En siete meses Milwaukee conseguía el segundo campeonato de su historia.

En 2023, habiendo caído en primera ronda ante unos Miami Heat que salían del play-in, Giannis hacía entrever su descontento con la falta de movimientos. De nuevo, siendo elegible para una nueva revisión de su contrato. Al filo de morir el verano, Damian Lillard llegaba a cambio de Jrue Holiday para formar una prometedora pareja ofensiva con el griego, que volvía a estampar su rúbrica para prolongar su contrato hasta 2028. 

En 2025, el traspaso por Lillard se confirma como un fracaso que la rotura de Aquiles del propio Dame sepulta al punto más bajo de la ‘era Antetokounmpo’. No parece haber salidas para hacer del equipo un conjunto competitivo. Parece imposible que Giannis no pida el traspaso cuando los Bucks firman a Myles Turner antes de que salte la bomba del éticamente cuestionable buyout de Lillard.

A todo esto, y aunque haya dejado pistas, el jugador no se ha pronunciado rotundamente sobre su continuidad. No parecía estar al tanto de las ideas de Jon Horst como tampoco parecía estarlo antes de la llegada de Lillard. Lo cual, siendo cierto, llevaría a una reflexión interesante sobre la búsqueda de aprobación de los Bucks con su estrella. En el deporte europeo y latinoamericano se suele esgrimir aquello de que el escudo está por encima de todo. Pero esta proclama deja de ser tal en el contexto del deporte norteamericano. 

Ya no es el simple hecho de querer fundir a la franquicia con la imagen del jugador más importante de su historia y por el camino otorgar al aficionado un símbolo perpetuo e intocable con el que identificarse. Yendo a los fríos números, perder a Giannis significa perder mucho dinero en venta de entradas, camisetas, partidos en televisión nacional, patrocinios y todo lo que genera una atracción mediática como el griego.

Milwaukee, uno de los cinco mercados mediáticos más pequeños que campan en la NBA, sabe que lo más probable es que al otro lado aguarde el ostracismo. El mismo que navegaron con más o menos intensidad (Moncrief, Allen…) desde la salida de Kareem Abdul-Jabbar hasta la eclosión de Antetokounmpo. 

Cortar a Damian Lillard estrecha la flexibilidad salarial a largo plazo (5 años pagando 22 millones en dead cap), Turner no soluciona los problemas de creación, defensa exterior y profundidad que afectan a la actual plantilla de los Bucks. Pero el movimiento compra la oportunidad de seguir contando con Giannis Antetokounmpo. Para vivir de la ilusión de una reconstrucción, mejor vivir de la promesa de contar con uno de los mejores jugadores del mundo. 

Despecho con el hijo pródigo

Con el regreso de Damian Lillard a Portland se ha puesto el foco en el arrepentimiento del jugador. Y es cierto que al base nunca se le ha terminado de ver cómodo fuera de Oregón. Ha pasado por un divorcio, ha dejado allí a la mayoría de amistades y familia y a sus hijos, y lo deportivo no le ha servido de refugio para ello. En su caso, desoír las ofertas de otros proyectos con mayores aspiraciones viene a demostrar que todo aquello de poner la lealtad en primer plano con él no era superficie y que realmente siente Portland como su hogar. 

No obstante, viendo cómo se han dado las negociaciones, todo apunta a que la parte más arrepentida son los propios Blazers y, en particular, Joe Cronin. Al general manager de la franquicia se le juzga como el principal promotor de la salida de Lillard en primera instancia. Llegado como interino en 2021 y rubricado en 2022, los movimientos que fue llevando a cabo el directivo apuntaban a que había dejado de creer en Dame como líder de un proyecto ganador. La elección de Scoot Henderson con el pick número 3 del Draft 2023 fue la gota que colmó el vaso. 

Para la historia ha trascendido que fue Lillard quien pidió el traspaso. Prácticamente le empujaron a ello y, cuando intentó dar marcha atrás, Cronin le cerró las puertas rápidamente diciendo que ya no había vuelta de hoja. Fue Cronin, sabiendo la situación del jugador, quien llamó para acordar una reunión que cerrase heridas e iniciase un proceso para devolver a Dame a donde su corazón siempre ha pertenecido. Lo cual pasaba por rescindir el contrato de Deandre Ayton un año antes de vencer. 

Visto con perspectiva, los Blazers se van a asegurar los años de retirada de una figura de peso invaluable en la franquicia por mucho menos dinero del que ellos mismos le comprometieron en 2022. Ofrecerle la mid-level completa (14 millones de dólares) para que no dudase con el resto de ofertas era una obligación moral autoimpuesta por Joe Cronin. 

El movimiento no busca pues la rentabilidad financiera ni deportiva. Lillard no va a pisar las canchas hasta la temporada 2026-27, lo hará volviendo de la lesión más dura que un jugador de baloncesto puede sufrir y su momento de carrera y perfil chocan frontalmente con lo que se está haciendo en Portland. 

La redención y la lealtad no tienen precio. Lo emocional hace que todo lo demás pase a un segundo plano. Por si se nos olvidaba que esta liga la operan personas, este verano sirve para poner de relieve la humanidad de la NBA. Con sus bondades y pecados. Aunque todo siga siendo un negocio. 

(Fotografías de portada de Mark J. Rebilas/Jaime Valdez/Trevor Ruszkowski-Imagn Images)

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